Su abuelo, Jesús Luisa Esnaola, llegó al pueblo labortano de Sara tras la caída de la ciudad de Santander, a principios de septiembre de 1937. Se instalaba en Iparralde como dantzari, procedente de la escuela Iztueta al ser discípulo predilecto de José Lorenzo Pujana, para asumir la dirección del grupo de danzas de Saski Naski. Tenía cierto bagaje en la materia, ya que una década antes ya participó en una expedición que llevó a cabo a Londres y, además, había actuado en el Teatro de los Campos Elíseos de París. De hecho, volvería a la capital británica a actuar nada menos que en el Royal Albert Hall. “Tenía fama de ser un gran maestro de danzas. Era tal su entusiasmo, que también se responsabilizó del grupo Kiliki, de Juventud Vasca de Donostia”, según los autores del libro Si caemos, sigan cantando, Iñaki Anasagasti y Koldo San Sebastián.
Cerca de Sara, en Miarritze, se hallaba Manuel de la Sota, que había sido el alma máter de Oldargi, grupo artístico vasco creado como sección teatral de la sociedad nacionalista Pizkundia de Juventud Vasca de Bilbao.
El libro Los Gernika de Aranoa y Guezala. El caso Eresoinka, de Xabier Sáenz de Gorbea, analiza el éxito de aquel proyecto de difusión de la realidad vasca en el mundo. “Aquella realidad artístico-cultural no hubiera sido posible sin la concurrencia de un grupo de personalidades de reconocido prestigio en el ámbito de la cultura que bajo la presidencia de Manu de la Sota conformó un equipo directivo que logró reunir entre los refugiados una gran masa coral bajo la batuta de Gabriel Olaizola, un grupo de danzas a las órdenes de Jesús Luisa Esnaola, mientras Enrique Jordá de Gallastegui se ocupaba de los montajes”. A esta nómina, se unieron tres artistas vascos, José María de Ucelay, Antonio de Guezala y Julián de Tellaeche, que fueron los encargados, entre otras funciones, de diseñar el vestuario y las escenografías de los distintos espectáculos, aunque se incorporaran puntualmente otros artistas en idénticas labores.
Soñaban con constituir un grupo amplio que diera muestras de la cultura patria en el exilio. La propuesta prosperó y Jesús Luisa fue el encargado de llevar a buen puerto la parte coreográfica. De segundo apellido Esnaola, había nacido en Errenteria el 16 de enero de 1904. Su padre, Prudencio Luisa, explotaba unas canteras en esa villa guipuzcoana, razón por la que nació allí y no en Donostia. Se había casado dos veces. La primera con María Ubarrenechea, de Aiete, con la que el matrimonio tuvo siete hijos. Y las segundas nupcias las protagonizó junto a Antonia Esnaola, del caserío Amasorralde, del barrio Rekalde de Hernani, con quien tuvo cuatro hijos más, siendo Jesús el mayor y único varón.
Exilio mexicano
Luisa Esnaola contrajo matrimonio con Irune Saseta, con la que tuvo dos hijos en el exilio mexicano: Yon, en Donibane Lohitzune en 1937, y Unai, en Bidart un año más tarde y hoy residente en Cancún. Había trabajado en los Almacenes de Tejidos Samperio, sitos en la calle donostiarra de San Martín. Por este trabajo, solía viajar a Barcelona. “Quizás fuera por esta labor su porte distinguido, finas maneras y trato educado. Gustaba de vestir bien y era muy pulcro en todo”, valora José Antonio Arana Martija en su libro Eresoinka: embajada cultural vasca: 1937-1939.
Su currículo político –según relata Arana Martija– le hacía, además, ser respetado por todos sus correligionarios. No hacía falta recordar entonces que había sido responsable del cuartel de gudaris organizado en el colegio de San Bartolomé, de Donostia. De hecho, el 13 de septiembre de 1936 abandonó la capital guipuzcoana, pasando a Bilbao, donde Monzón reclamó su ayuda para lo que más adelante sería la Consejería de Gobernación, de la que fue secretario general.
Los campos de la política y de la cultura se fusionaron en su caso, de forma más concreta de la danza. “De discípulo aventajado pasó a ser maestro fabuloso, en expresión de Miren Olaizola, hija de Gabriel Olaizola, y dantzari de Eresoinka. A su juicio, Luisa pensaba mucho los nuevos pasos de baile, las coreografías, buscando, siempre, el efecto de novedad. En su caso, los ensayaba antes con ella para enseñárselos a los dantzaris”, mantiene Arana Martija. Antes de que la guerra le obligara a dedicarse a las milicias y a la política, fue apreciado director del grupo de danzas de Euzko Gaztedi de Donostia. Cumplida su misión de Eresoinka, Jesús embarcó primero en el vapor Alsina y en el barco Quanza –desde Dakar– el 15 de enero de 1941, con salida de Marsella y terminando el viaje del segundo exilio en México.
En el país azteca logró trabajo en una empresa de exportaciones, Guardiola, con la que, de nuevo, viajó por todo el mundo. Cuando contaba con vacaciones retornaba a Donibane Lohitzune. De hecho, al jubilarse, fijó su residencia en Kanbo y retomó el contacto con las danzas vascas, fundando en Hazparne un grupo que representaba el espectáculo Elgar-Oinka, con coreografía original. “Las danzas que preparaba Luisa sobre melodías populares tenían que ser cantadas por los mismos dantzaris y por el público, rememorando con ello las añoranzas de Iztueta”, agregaba Arana Martija.
El dantzari, gudari, coreógrafo falleció en el hospital de Kanbo de un ataque cardíaco, misma dolencia que años antes costó la vida al lehendakari Aguirre. Murió hace 51 años: el 1 de marzo de 1972.