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Intimismo absoluto
Crítica, A Compás abierto
Esta especial propuesta artística combina la interpretación musical y
la danza en un formato intimista, refinado y muy expresivo. Tres
excelentes artistas, dos músicos y un bailarín, instauran un ambiente
íntimo y delicado en el que sonido y movimiento son puestos en valor
desde la pureza y la desnudez.
La cuidada puesta en escena a cargo de la actriz Christine Penichou supo incluir los cuerpos de los músicos en una composición espacial sugerente y cambiante, acompañados de algunos objetos y de una tenue iluminación que invita a la percepción de los pequeños detalles.
La primera y agradable sorpresa fue ver cómo la flautista se movía con elegancia por el escenario dialogando con el bailarín y estableciendo un juego dramático con él. Éste desarrolló un lenguaje coreográfico personal e íntimo en concordancia con la línea expresiva musical y mostró en todo momento una depurada calidad de movimiento.
La evolución de su propuesta coreográfica, sin embargo, fue algo escasa cayendo en cierta monotonía hacia el final de su primera intervención. Afortunadamente pudo recuperar su interés en posteriores escenas alcanzando su punto álgido en la interpretación de la Gymnopedia de Satie en la que llevó el movimiento secuenciado a su máxima potencia consiguiendo un inverosímil efecto visual.
Mientras la arpista se constituía en el elemento fijo y estable, la flautista fue introduciéndose con acierto en el mundo del movimiento mostrando soltura y dominio del mismo y llegando a compartir material coreográfico de forma armoniosa con el bailarín. La única excepción pudo ser la secuencia de la tela en la que quedaron descubiertas sus carencias en esta materia.
Fue una obra en la que de principio a fin nos envuelven los ambientes suaves y sutiles emanando fina belleza, y que maneja los distintos momentos como verdaderos tiempos suspendidos, pero que quizás adoleció de los necesarios contrastes o cambios de dinámicas, que no se produjeron sino de una manera muy leve.
El resultado fue finalmente gratificante y así lo demostró el público que supo apreciar la fina exquisitez de este auténtico Tiempo Suspendido.
La cuidada puesta en escena a cargo de la actriz Christine Penichou supo incluir los cuerpos de los músicos en una composición espacial sugerente y cambiante, acompañados de algunos objetos y de una tenue iluminación que invita a la percepción de los pequeños detalles.
La primera y agradable sorpresa fue ver cómo la flautista se movía con elegancia por el escenario dialogando con el bailarín y estableciendo un juego dramático con él. Éste desarrolló un lenguaje coreográfico personal e íntimo en concordancia con la línea expresiva musical y mostró en todo momento una depurada calidad de movimiento.
La evolución de su propuesta coreográfica, sin embargo, fue algo escasa cayendo en cierta monotonía hacia el final de su primera intervención. Afortunadamente pudo recuperar su interés en posteriores escenas alcanzando su punto álgido en la interpretación de la Gymnopedia de Satie en la que llevó el movimiento secuenciado a su máxima potencia consiguiendo un inverosímil efecto visual.
Mientras la arpista se constituía en el elemento fijo y estable, la flautista fue introduciéndose con acierto en el mundo del movimiento mostrando soltura y dominio del mismo y llegando a compartir material coreográfico de forma armoniosa con el bailarín. La única excepción pudo ser la secuencia de la tela en la que quedaron descubiertas sus carencias en esta materia.
Fue una obra en la que de principio a fin nos envuelven los ambientes suaves y sutiles emanando fina belleza, y que maneja los distintos momentos como verdaderos tiempos suspendidos, pero que quizás adoleció de los necesarios contrastes o cambios de dinámicas, que no se produjeron sino de una manera muy leve.
El resultado fue finalmente gratificante y así lo demostró el público que supo apreciar la fina exquisitez de este auténtico Tiempo Suspendido.
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