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Iñaki Goirizelaia: «Bailar es una forma de comunicarse»

Pasiones Confesables

Egilea
César Coca
Komunikabidea
El Correo
Mota
Albistea
Data
2009/03/02

El dantzari que parece suspendido en el aire ataviado con sus 'bolantak' de Luzaire ha compartido escenario con Alfredo Kraus y José Carreras. Ha bailado en 'El pescador de perlas', 'Aida', 'Zigor', 'Mendi Mendiyan', 'La Gioconda', 'El Caserío' y otros títulos de ópera y zarzuela.

Ha recibido clases de Víctor Olaeta y Víctor Ullate. Se ha iniciado en el breakdance y el jazz dance. Ha asistido a academias en Londres y ha impartido lecciones en San Francisco. Busca grabaciones de espectáculos de folclore vasco y los estudia para inspirarse en la creación de coreografías. Dirige un grupo de danzas y hace giras con él; la próxima este verano, a Polonia. El pasado junio, cuando subió al escenario para bailar en la inauguración de los Encuentros de Arte y Cultura que organiza la Universidad del País Vasco en Bilbao, muchos de los asistentes, académicos y algunas autoridades, no pudieron reprimir un gesto de sorpresa. El dantzari era la misma persona que hasta pocos minutos antes conversaba con ellos en su calidad de vicerrector. Iñaki Goirizelaia, hoy rector de la UPV/EHU, alimenta desde siempre una pasión confesable: la danza.

«Aprendí a bailar casi antes que a andar». Lo dice de tal manera que no suena a exageración. Apenas levantaba dos palmos del suelo cuando su madre lo llevó a las clases de Víctor Olaeta, el creador de los Ballets que llevan su nombre. Iba tres veces por semana y el debut llegó pronto. Tenía sólo 5 años cuando se subió al escenario del Arriaga por primera vez. «Aún me acuerdo del timbre que avisaba de que subía el telón y de la inmensidad del escenario». Salía en uno de los cuadros de una Eusko Jai: sólo dos niños y un amplio grupo de niñas allí, delante del público. En aquellos tiempos -como en estos, por muchas veces que pasen 'Billy Elliot' en televisión-, un niño que acudía a clases de danza era una rareza digna de estudio. «No era fácil, claro», explica Goirizelaia. «La mayor parte de mis compañeros jugaban al fútbol y la asociación chico-baile era rara, aunque tenía la ventaja de que era más fácil hablar con las chicas». Una facilidad, la del trato con el otro sexo, que con menos de diez años sus compañeros de clase no apreciaban pero que tenía otro valor en la adolescencia. Aunque, recalca con una sonrisa cómplice, nunca le ha costado «relacionarse con las chicas». Eso sí, «en el nivel habitual de este país».

Sus maestros

Recibió clases de muchos maestros, pero su vinculación a Víctor Olaeta duró toda la vida. «Fue una referencia constante para mí. Para él fue malo nacer aquí, donde no es fácil hacer una danza entre la clásica y el folclore, pero al mismo tiempo muy bueno porque disponía de un riquísimo folclore como material de trabajo». Todavía una semana antes de su muerte estuvo cenando con Olaeta. A los 16 años, Goirizelaia recibió sus primeras lecciones de ballet clásico, una especialidad que, confiesa, aún le sigue gustando mucho. En el Conservatorio de Bilbao un profesor visitante venido de Cuba lo introdujo en el jazz dance. En los años siguientes, asistió a cursos con Víctor Ullate, con maestros de la Ópera de París y en academias de Londres. «Ahorraba dinero para aprender inglés en los veranos, y en dos ocasiones me lo gasté no en clases de idiomas sino de baile, en escuelas de clásico».

Después de acabar la carrera se fue a Estados Unidos. Allí fue alumno de breakdance y profesor de danzas vascas en un centro cultural del South San Francisco. «A cambio, me regalaron un libro y me dejaban jugar en el frontón, que estaba reservado a los socios».

¿Cómo pudo compaginar las exigencias de una carrera de Ingeniería con la danza? «Durante los estudios era muy disciplinado, incluso más que ahora, y conseguí seguir haciendo otras cosas». Entre ellas, bailar en algunas óperas de la temporada de la ABAO, que entonces tenía lugar en septiembre, antes del comienzo del curso. Un día, lo recuerda con toda nitidez, tuvo un percance con Alfredo Kraus. El tenor canario era el protagonista de 'El pescador de perlas' y en un momento del ensayo se despistó y fue a situarse justo en la trayectoria que debía seguir Goirizelaia en sus pasos de baile. El hoy rector no lo vio, extendió su brazo y propinó un sopapo al tenor. «Debo de ser uno de los pocos que ha pegado a Kraus sobre el escenario», comenta, y sonríe al pensarlo.

A Goirizelaia no lo apartaron de la danza los estudios ni su carrera profesional, pero sí lo hizo un grave problema de salud. Durante dos años largos no pudo dar un solo paso ni alzarse en una pirueta. «Uno de mis objetivos en esos largos meses de tratamiento e inmovilidad era volver a bailar. La enfermedad me dejó alguna secuela y no sabía si lo resistiría, así que fue un reto demostrarme a mí mismo que podía hacerlo». Un reto que se dispuso a afrontar en cuanto le fue posible, convencido de que el baile no es un mero entretenimiento para el tiempo de ocio, sino, como dice una y otra vez, «una forma de comunicarse».

La oportunidad surgió en un homenaje que hicieron en su pueblo, Mungia, a un cura que llevaba muchos años allí. Cuando terminó su baile, sus amigos le comentaron que estaba tan pálido que habían temido que no pudiera concluir la pieza. Pero aguantó hasta el final y volvió a la disciplina de la danza, como si no hubiera tenido que enfrentarse a una dura enfermedad.

Por esa misma época, a comienzos de la presente década, un día fueron a verlo los muchachos del grupo de danza de su pueblo para pedirle que se encargara de dirigirlos. No era una solicitud sorprendente porque fueron él y su hermana Jone quienes lo crearon, aunque luego se desvinculó del mismo cuando se trasladó a EE UU. Ahora trabaja con ellos al menos un par de días por semana (más si tienen alguna actuación próxima). «Aquí, en el Rectorado, todos saben que los martes y los viernes tengo ensayo a las ocho y media de la tarde. Es muy bueno para mí, porque hago algo de ejercicio y me sirve para mantener la relación con gente joven».

Le sirve también para llevar a la práctica lo que ha aprendido viendo a Barishnikov, Nureyev y otros muchos. Aunque hoy sus preferencias se encaminan hacia el Ballet de Montecarlo y Christoph Maillot y siente gran admiración por dos bailarines vascos: Asier Uriagereka y sobre todo Lucía Lacarra. En la danza tradicional, le gusta especialmente la dantzari dantza vizcaína y la Maskarada zuberotarra, «con conceptos que luego se han recogido en el baile clásico. También sigo lo que hace Ion Maia». Y, por supuesto, el folclore local. Goirizelaia ha recorrido muchos pueblos viendo y aprendiendo bailes, consiguiendo grabaciones para estudiarlas. Hace unas semanas, una gripe lo mantuvo dos días en la cama, y pasó ese tiempo «viendo bailes de Ochagavía. Me encanta aprender y crear sobre lo que he aprendido, y esas coreografías me interesan mucho».

Tanto como para mover un grupo de 45 personas, con nueve músicos, que ya han hecho giras al extranjero y el próximo verano irán a Polonia. «A veces también bailo, pero me hace más ilusión verlos a ellos. Además, por razones de edad, me cuesta cada vez más aunque ensayo todas las semanas». Acaba de terminar una coreografía sobre unos versos de Etxepare y el pasado verano hizo un montaje sobre una canción de Ruper Ordorika, que es primo suyo.

Goirizelaia repasa su 'carrera' en el baile y encuentra en un lugar preferente de su memoria las actuaciones en el Arriaga, en el espectáculo de la reapertura, como integrante de una coreografía que hizo Víctor Olaeta, y en el primer Dantzari Eguna celebrado en la plaza de toros de Pamplona, tras la muerte de Franco. También su participación en 'Zigor' y 'Mendi Mendiyan', «que me marcaron mucho». Reconoce que en aquel tiempo de su juventud se mostraba rebelde con la ópera pese a que intervenía en muchos de los títulos que se daban en Bilbao. Hoy eso ha cambiado. «La ópera ahora me encanta».

Junto a esos recuerdos como bailarín están los que guarda como espectador. Por ejemplo, 'La bella durmiente' que presenció hace muchos años en Londres, el primer espectáculo de ese tipo que vio con la orquesta en el foso y no con una simple grabación. «Fue impresionante», asegura. También lo fue la versión de Maillot del 'Romeo y Julieta' de Prokofiev, «muy cerca de la danza contemporánea». Pero, por encima de todos, su título favorito en el ballet clásico es 'Giselle' con música de Adam y un libreto basado en una obra de Heine, considerado uno de los últimos grandes poetas del romanticismo. Romanticismo equivale a pasión. Y las pasiones dan sentido a la vida.

 
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