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«Mi mayor ilusión sería parecerme a Fred Astaire»
Igor Yebra, bailarín
Un éxito, aunque no le gusta perderse «en este tipo
de palabras», que quiere emplear para que la danza y los que quieran
dedicarse a este mundo tengan un hueco en su ciudad natal. «No me gusta
hablar, sino los hechos», advierte. Por ello, dirige y actúa hoy y
mañana en la primera gala internacional 'Los vascos y la danza',
organizada por la Asociación Bilbao Ballet Elkartea en el Palacio
Euskalduna. Además, abrirá en septiembre las puertas de su escuela de
baile en Bilbao. «Queda todo por hacer. Esto es un paso mínimo».
-Se marchó muy joven de Bilbao y ahora regresa por la puerta grande.
-Las puertas grandes no van conmigo. Simplemente voy hacer un espectáculo con esfuerzo y mucha ilusión por parte de los que formamos la asociación.
-¿Con qué intención se ideó esta gala?
-Que no sea algo esporádico, sino que se pueda repetir todos los años. Dar la oportunidad a más bailarines vascos que no pueden actuar en su casa y frente a su gente. Y que nos demos cuenta del potencial que tenemos por ahí sin hacer nada por ello. Sobre todo, queremos apoyar la danza que en Euskadi, concretamente en Bilbao, está un poco dejada y olvidada.
El ejemplo ruso
-¿Qué se va a encontrar el público?
-Gente con mucha ilusión. Gran variedad de bailes para que el público no se aburra. Y la demostración de que los vascos estamos capacitados para bailar y expresar a través del movimiento. Esto no se puede olvidar, porque la danza es movimiento, y es el lenguaje de comunicación más antiguo que existe.
-Pero sólo es el principio...
-Sí. Es un paso más. A esto se sumará en septiembre la apertura de la escuela.
-Todo un reto.
-Uno más en mi vida. Creo en él, porque, si no, no me hubiera metido. Va a ser un trabajo muy duro. No me quedó más remedio que irme de Bilbao, y han pasado más de quince años y el panorama sigue igual.
-¿Qué les va a transmitir?
-La base principal quiero que sea el ballet clásico. Más que crear bailarines, quiero darles una educación cultural.
-¿Un ejemplo es la escuela rusa?
-Quien no sabe siempre habla de los rusos, sin darse cuenta de que hicieron lo que España debería pretender ahora: copiar. El ballet nace en Francia y en Italia. Ellos tuvieron la inteligencia hacia 1850 de conseguir a los mejores maestros italianos, franceses... Lo asimilaron y crearon esa gran escuela. Por eso son de admirar. Igual que hacen los americanos. La globalización ha entrado en el mundo de la danza.
-Ser bailarín exige disciplina.
-Sobre todo en danza clásica. Es muy buena para aplicarla a cosas en la vida.
-Usted añade que los bailarines suelen ser egocéntricos.
-El bailarín nace en un principio viciado, porque se dedica a ello muy joven, metido en una sala con tres paredes y un espejo. Se acaba convirtiendo en un ser especial, que mira su físico y se intenta perfeccionar. Crea un ser que mira hacia sí mismo. Esto es algo general y que los bailarines, sobre todo los de clásico, deben cambiar.
-No hay que olvidarse de la soledad que muchas veces supone.
-Cuando uno está rodeado de bullicio y de personas es difícil encontrar respuestas. Por eso, para mí, la soledad es algo fundamental.
-Se define como 'freelance'.
-Yo trabajo por mi cuenta, pero no me gustan las definiciones, huyo de ellas de una manera terrorífica. Intento ser libre, aunque no creo que la libertad, como tal, exista.
-¿Una lesión puede ser el principio del fin?
-Muchas cosas pueden serlo, porque es una carrera en la que siempre estás al borde, al límite, y más como yo lo llevo. Dependemos de nuestro físico de una manera total. Luego está la inteligencia de cada uno para saber adaptarse a determinadas circunstancias. La experiencia te hace salir adelante incluso cuando estás mal.
-Hacerse una carrera en España no es fácil.
-Todos los que lo han conseguido -y no sólo a nivel de triunfo, sino también el que está en un cuerpo de baile- tienen un mérito mucho mayor que los bailarines que salen de Rusia, de la ópera de París o del Covent Garden de Londres. Tienen más mérito, porque estamos en un país donde prácticamente uno se lo tiene que pelear casi solo.
«Siempre seré bailarín»
-¿Donde está el problema?
-No hay que enfocarlo de manera negativa. Hace cuarenta años la danza estaba vinculada a los bailes regionales, a los lunares, la bata de cola... La danza contemporánea era pornografía y los bailarines clásicos éramos títeres. En todo este tiempo hemos hecho un esfuerzo individual. Ya es hora de que se canalice y obtenga un resultado mayor.
-Aquí se apuesta mucho por la danza moderna.
-Cuando sales fuera y lees las programaciones de los grandes teatros lo que más figuran son los ballets de repertorio clásico. Aquí no existe ese conocimiento y pensamos que está muerto. Ese es el panorama real. En España se han construido las cosas deprisa y casi por el tejado. Es una equivocación, porque lo clásico es el abecedario de la danza.
-Su mujer, Anne Igartiburu, presenta 'Mira quién baila'. ¿Qué opina de los bailes de salón?
-No me gusta poner barreras. La única distinción que hago es entre lo bueno y lo malo. Mi mayor ilusión como bailarín sería parecerme a Fred Astaire. Y no tiene nada que ver con el ballet que yo hago, pero es el ideal de un bailarín: alguien que practicamente no está haciendo nada y está comunicando algo.
-En la danza siempre hablamos de las dificultades, pero, ¿tiene que tener cosas muy positivas para empujar a jóvenes a dejarlo todo por ella?
-Yo no lo veo como una profesión sino como una vocación. Como el que quiere dedicarse a escribir, a actuar, a pintar... Son un tipo concreto de personas. Por muchos obstáculos que nos pongan, los bailarines tenemos una necesidad interior, y por eso luchamos por sacarla adelante.
-Se marchó muy joven de Bilbao y ahora regresa por la puerta grande.
-Las puertas grandes no van conmigo. Simplemente voy hacer un espectáculo con esfuerzo y mucha ilusión por parte de los que formamos la asociación.
-¿Con qué intención se ideó esta gala?
-Que no sea algo esporádico, sino que se pueda repetir todos los años. Dar la oportunidad a más bailarines vascos que no pueden actuar en su casa y frente a su gente. Y que nos demos cuenta del potencial que tenemos por ahí sin hacer nada por ello. Sobre todo, queremos apoyar la danza que en Euskadi, concretamente en Bilbao, está un poco dejada y olvidada.
El ejemplo ruso
-¿Qué se va a encontrar el público?
-Gente con mucha ilusión. Gran variedad de bailes para que el público no se aburra. Y la demostración de que los vascos estamos capacitados para bailar y expresar a través del movimiento. Esto no se puede olvidar, porque la danza es movimiento, y es el lenguaje de comunicación más antiguo que existe.
-Pero sólo es el principio...
-Sí. Es un paso más. A esto se sumará en septiembre la apertura de la escuela.
-Todo un reto.
-Uno más en mi vida. Creo en él, porque, si no, no me hubiera metido. Va a ser un trabajo muy duro. No me quedó más remedio que irme de Bilbao, y han pasado más de quince años y el panorama sigue igual.
-¿Qué les va a transmitir?
-La base principal quiero que sea el ballet clásico. Más que crear bailarines, quiero darles una educación cultural.
-¿Un ejemplo es la escuela rusa?
-Quien no sabe siempre habla de los rusos, sin darse cuenta de que hicieron lo que España debería pretender ahora: copiar. El ballet nace en Francia y en Italia. Ellos tuvieron la inteligencia hacia 1850 de conseguir a los mejores maestros italianos, franceses... Lo asimilaron y crearon esa gran escuela. Por eso son de admirar. Igual que hacen los americanos. La globalización ha entrado en el mundo de la danza.
-Ser bailarín exige disciplina.
-Sobre todo en danza clásica. Es muy buena para aplicarla a cosas en la vida.
-Usted añade que los bailarines suelen ser egocéntricos.
-El bailarín nace en un principio viciado, porque se dedica a ello muy joven, metido en una sala con tres paredes y un espejo. Se acaba convirtiendo en un ser especial, que mira su físico y se intenta perfeccionar. Crea un ser que mira hacia sí mismo. Esto es algo general y que los bailarines, sobre todo los de clásico, deben cambiar.
-No hay que olvidarse de la soledad que muchas veces supone.
-Cuando uno está rodeado de bullicio y de personas es difícil encontrar respuestas. Por eso, para mí, la soledad es algo fundamental.
-Se define como 'freelance'.
-Yo trabajo por mi cuenta, pero no me gustan las definiciones, huyo de ellas de una manera terrorífica. Intento ser libre, aunque no creo que la libertad, como tal, exista.
-¿Una lesión puede ser el principio del fin?
-Muchas cosas pueden serlo, porque es una carrera en la que siempre estás al borde, al límite, y más como yo lo llevo. Dependemos de nuestro físico de una manera total. Luego está la inteligencia de cada uno para saber adaptarse a determinadas circunstancias. La experiencia te hace salir adelante incluso cuando estás mal.
-Hacerse una carrera en España no es fácil.
-Todos los que lo han conseguido -y no sólo a nivel de triunfo, sino también el que está en un cuerpo de baile- tienen un mérito mucho mayor que los bailarines que salen de Rusia, de la ópera de París o del Covent Garden de Londres. Tienen más mérito, porque estamos en un país donde prácticamente uno se lo tiene que pelear casi solo.
«Siempre seré bailarín»
-¿Donde está el problema?
-No hay que enfocarlo de manera negativa. Hace cuarenta años la danza estaba vinculada a los bailes regionales, a los lunares, la bata de cola... La danza contemporánea era pornografía y los bailarines clásicos éramos títeres. En todo este tiempo hemos hecho un esfuerzo individual. Ya es hora de que se canalice y obtenga un resultado mayor.
-Aquí se apuesta mucho por la danza moderna.
-Cuando sales fuera y lees las programaciones de los grandes teatros lo que más figuran son los ballets de repertorio clásico. Aquí no existe ese conocimiento y pensamos que está muerto. Ese es el panorama real. En España se han construido las cosas deprisa y casi por el tejado. Es una equivocación, porque lo clásico es el abecedario de la danza.
-Su mujer, Anne Igartiburu, presenta 'Mira quién baila'. ¿Qué opina de los bailes de salón?
-No me gusta poner barreras. La única distinción que hago es entre lo bueno y lo malo. Mi mayor ilusión como bailarín sería parecerme a Fred Astaire. Y no tiene nada que ver con el ballet que yo hago, pero es el ideal de un bailarín: alguien que practicamente no está haciendo nada y está comunicando algo.
-En la danza siempre hablamos de las dificultades, pero, ¿tiene que tener cosas muy positivas para empujar a jóvenes a dejarlo todo por ella?
-Yo no lo veo como una profesión sino como una vocación. Como el que quiere dedicarse a escribir, a actuar, a pintar... Son un tipo concreto de personas. Por muchos obstáculos que nos pongan, los bailarines tenemos una necesidad interior, y por eso luchamos por sacarla adelante.
«De pequeño quería ser portero y jugar en el Athletic»
-Su nombre ya auguraba parte de su destino.
-Mi madre cuando estaba embarazada escuchaba 'Las danzas del príncipe Igor', y por eso me puso el nombre. Menos mal que no escuchaba Carmen
-¿Desde pequeño lo tuvo claro?
-Yo quería ser portero y jugar en el Athletic. Era mi sueño. Por circunstancias de la vida a los doce años tuve muy claro que quería ser bailarín. Desde entonces hasta el día de hoy.
-Tuvo la suerte de contar con el apoyo incondicional de sus padres.
-Sí. Tanto ellos como mis hermanos me apoyaron. Si no, hubiera sido imposible que con trece años me hubieran mandado a vivir solo a Madrid. ¿Imagínate que locura!
-¿Cómo compagina su trabajo con la vida familiar?
-Como se puede. Es duro, pero es lo que hay. Peor era antes, cuando no existían los transportes de ahora, los móviles
-¿A su hija le ha enseñado a amar su profesión?
-El amor hacia las cosas cuando uno lo tiene no se enseña: se transmite solo.
-¿Se imagina, como Nureyev, en el escenario hasta el final?
-Yo moriré siendo bailarín. Actuando para los demás o sólo para mí. Aunque tengo el sentido del ridículo bastante a flor de piel. Lo digo ahora, dentro de treinta año igual la necesidad de estar ahí es tan grande que me tienen que llamar para decirme que hago el ridículo.
-Mi madre cuando estaba embarazada escuchaba 'Las danzas del príncipe Igor', y por eso me puso el nombre. Menos mal que no escuchaba Carmen
-¿Desde pequeño lo tuvo claro?
-Yo quería ser portero y jugar en el Athletic. Era mi sueño. Por circunstancias de la vida a los doce años tuve muy claro que quería ser bailarín. Desde entonces hasta el día de hoy.
-Tuvo la suerte de contar con el apoyo incondicional de sus padres.
-Sí. Tanto ellos como mis hermanos me apoyaron. Si no, hubiera sido imposible que con trece años me hubieran mandado a vivir solo a Madrid. ¿Imagínate que locura!
-¿Cómo compagina su trabajo con la vida familiar?
-Como se puede. Es duro, pero es lo que hay. Peor era antes, cuando no existían los transportes de ahora, los móviles
-¿A su hija le ha enseñado a amar su profesión?
-El amor hacia las cosas cuando uno lo tiene no se enseña: se transmite solo.
-¿Se imagina, como Nureyev, en el escenario hasta el final?
-Yo moriré siendo bailarín. Actuando para los demás o sólo para mí. Aunque tengo el sentido del ridículo bastante a flor de piel. Lo digo ahora, dentro de treinta año igual la necesidad de estar ahí es tan grande que me tienen que llamar para decirme que hago el ridículo.
EL PERSONAJE
Igor Yebra nació en Bilbao en 1973.
Empezó a bailar con trece años. Estudió y destacó en el Ballet de Víctor Ullate con quince años.
Su primera actuación como aficionado fue en el Teatro Arriaga en 1986.
En Moscú obtuvo la medalla de plata en el concurso Maya Plisetskaya.
Es primer bailarín invitado del Ballet de la Ópera de Burdeos y del Ballet de la Ópera de Roma desde 2001.
Hoy y mañana dirige y actúa en la primera gala internacional 'Los vascos y la danza', organizada por ABBE, en el Palacio Euskalduna a las 20.30 horas.
Dokumentuaren akzioak