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Hombres que suenan esquilas
Esto se viene haciendo desde siglos, desde que el mundo es mundo o así, y dicen que es por el carnaval que a su vez es lo que frente al empuje del cristianismo resta de ritos paganos como las Saturnales (de gran jolgorio para los esclavos) y de fiestas dionisíacas o dedicadas a Baco, dios del vino (y de la Agricultura, ojo) hasta que se decidió que aquello no podía ser.
El caso es que en un momento cierto en el que advierten que la luz empieza a vencer a la oscuridad y el día se hace más largo, los hombres parece que sienten como un impulso atávico y tienden a colgar de sus riñones unas esquilas formidables y salen a los caminos, huertas y campos haciéndolas retumbar. Para las gentes de este país nuestro no hay como Ituren (y su barrio de Aurtitz) y Zubieta para verlo y vivirlo, por más que el fenómeno no es exclusivo ni falta que hace sino que también hunde sus raíces en lo más profundo de la Europa central y caucásica. Y aún más cerca en la cornisa cantábrica (La Vijanera de Silió en Cantabria) o la fiesta de los cencerros en Fresnadilla de la Oliva en Madrid, y otras.
¿Y por qué se hace, por qué el hombre decide atar (¡y cómo, además!) al trasero de su cintura unos esquilones que aquí dicen polunpak y pasarse horas y horas, inagotable día y noche, sin solución de continuidad?. Desde siempre se ha dicho (hemos dicho) que lo hacen "para alejar los malos espíritus y en prevención de los mismos sobre la futura cosecha", pero tal guirigay, semejante estruendo tiene por fuerza que responder a otras creencias.
Igual que el golpe acompasado y al unísono contra el suelo de los mozos que cantan en Santa Ageda Bezpera, víspera de Santa Águeda (el 5 de febrero) puede (debe) tener un sentido añadido al de seguir un ritmo, el de las polunpak parece que también debe poseerlo en la vieja y sencilla mentalidad de la gente. El ruido se hace por algo y para algo, el ruido molesta e impìde dormir y descansar, y no sería aventurado apuntar que el estruendoso golpe del esquilón que por partida doble lucen los mozos tendría (tiene) por objeto despertar a algo o a alguien: ¿A la Naturaleza quizás, a la Madre Tierra?
El invierno del sueño (la hibernación) está siendo largo, no ha terminado todavía desde que empezó a asustar en otoño incluso (antes no existía el concepto de otoño, el de las cuatro estaciones, todo era verano (uda) o invierno, negua) pero ya le toca. Y quizás el hombre, desde que se cubría con pieles (igual que los joaldunak) y habitaba en cuevas o en chozas, observaba el triunfo progresivo de la luz sobre las tinieblas y decidía salir a advertir que el tiempo nuevo llegaba y era hora de despertar con y como la vida.
Sea lo que sea, hoy y mañana, cuando salgan a la calle joaldunak de Ituren, Aurtitz y Zubieta ante la sorpresa y la admiración de visitantes y profanos, se cumplirá el viejo ritual igual que las agujas del reloj repiten sus pasos un día sí y otro día. Y aunque de forma equivocada se suponga que esto solo es carnaval, también es algo más.
"Allí donde estéis, santos de cobre..."
Esta tierra tiene marcado a fuego en su carnet de identidad un pasado unido al hierro, las antiquísimas ferrerías, el golpe sobre el yunque del martillo pilón o de la maza de los ferrones. La nómina de profesiones se ha reducido y se ha modificado con el tiempo, y han desaparecido o resultan casi labores folklóricas y para el turismo las de los artesanos (arte-sano) que sobreviven. El ganado caballar, bovino, lanar lleva lo que dicen un chip que los identifica y les sitúa, y el día menos pensado se les enviará señal vía satélite para moverles de un pasto a otro, o para regresar a casa, igual que hay tomates, berenjenas, pepinos iguales, exactos. Éso no es natural, la Naturaleza no hace dos árboles iguales, y en otro terreno los cencerros, joareak, polunpak, kalaskak, dulundak, kalankak, son cada vez menos necesarios, usados y en consecuencia, fabricados. Santos de cobre "donde quiera que estéis" ya no debéis temer que el espabilado y pragmático herrero de Ituren Erramun Joakin os convierta en cencerros.Los 60 joaldunak hicieron sonar sus cencerros. (Ondikol)
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