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Forajido de leyenda
Lantz revivió ayer las últimas escaramuzas de Miel Otxin, el bandido que mantuvo en vilo a sus vecinos hasta ser apresado y consumido por el fuego
El ambiente se advierte propicio para escenificar relatos de la memoria popular, que perviven entre el enigma de la leyenda y su aplicación en la realidad.
De todos cuantos se han sucedido entre generaciones, el de mayor difusión es el pasaje de Miel Otxin, un forajido de leyenda que sembró de terror a los lugareños hasta ser apresado bajo la mirada del orondo y bonachón Ziripot. Ayer se recordó su ocaso, consumido por el fuego y un tiro de gracia que brilló en la oscuridad.
No hay injerencia alguna que haya trastocado la representación, debido al empeño popular de conservar el carnaval en su estado puro, como apunta el alcalde, Txomin Sarasibar Iraizoz.
Esa premisa da cobertura al guión del martes de carnaval desde que, a primera hora de la tarde, un aire de tradición se instala en la posada y un halo de camaradería recorre el comedor, donde vecinos, retornados, invitados y figurantes departen amigablemente. En cierto modo, significan «el encuentro y la relación» que, como dice el alcalde, prevalecen en las fiestas.
Con los últimos bocados y sorbos, los comensales abandonan la estancia y guiados por los sones del txistu y el tamboril -que desde hace once años interpretan Fermín Garaikoetxea y Fermín Salaberri- comienzan a bailar. Es el Zortziko de Lantz y es el arranque de la fiesta.
El ritual del desván
Conforme mengua la melodía, el desván va llenándose de curiosos y Ziripot, encarnado ayer por Joseba Arizko Juanena, comercial de piensos Sayoa, de 27 años, cobra forma embutido en sacos de helechos.
Al fondo, junto al contraluz de una pequeña ventana, el Zaldiko, que dio vida Luis Mariñelarena Saralegi, veterinario de 34 años, se prepara con saltos y brincos para incordiar después en la calle el avance de Ziripot. Desde 1995, Mariñeralena cede su cuerpo a uno de los principales personajes, con el recuerdo de las pautas que recibió de su predecesor, Esteban Ziga, y un objetivo claro en su encomienda figurada: «tirar al suelo todas las veces que pueda a Ziripot».
Los retoques de vestuario en el piso superior elevan la emoción en la entrada de la posada, donde una chavalería, entre asustada y nerviosa, permanece a la espera. La llegada de los herreros, envueltos en sacos y volutas de humo que emergen de sus calderos, trastoca la monotonía.
Son los gritos, sacudidas con escoba y carreras de los txatxos los que, sin embargo, provocan los mayores sustos, que flanquean el paso de Miel Otxin, Ziripot y Zaldiko al son de txistu y tamboril. En el séquito musical, Fermín Garaikoetxea y Fermín Salaberri encuentran el apoyo de Javier Irisarri.
En un terreno dominado por los txatxos -los secuaces del bandido de figura estilizada, blusa multicolor, gorro en punta y manos y pies de jabalí-, la personificación de la bondad es objeto de burlas y embestidas del también aliado del mal, el Zaldiko.
El recorrido por el pueblo se convierte así en una concatenación de caídas del orondo y bonachón personaje. En mitad de la calle, Nerea Cabañas, Miren Beunza y Mikel Errandorena, de 10, 11 y 9 años, respectivamente, apenas se inmutan ante los gritos, gestos intimidatorios y golpes de escoba que despachan los txatxos, quizá porque, como dice la primera, «nos gusta ver el carnaval desde pequeños».
La representación, exhibida por la mañana y por la noche, no concluye sin el baile del zortziko. Entre los disfrazados, los hay vecinos entrados en edad que no desean olvidar sus raíces. Con 62 años, el alcalde es uno de los adeptos.
La alegría de la mañana de Miel Otxin por sortear a Ziripot da paso a la noche a un alivio generalizado por su desaparición en la hoguera. Para resucitar de sus cenizas, deberá esperar un año. Entonces, Lantz volverá a ataviarse con la indumentaria colorida de su mayor fiesta.
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