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Festivales de danza folclórica

Juan Antonio Urbeltz, Ikerfolk

Egilea
263
Komunikabidea
Euskonews
Mota
Iritzia
Data
2004/07/16

Salvado el horrible paréntesis impuesto por la Segunda Guerra Mundial, los festivales de folclore volvieron a tomar un gran impulso como política cultural destinada a paliar (en lo posible) las heridas causadas por la guerra. Va a hacer ya cuarenta y cinco años desde que participamos en los primeros eventos, con experiencias muy importantes a título personal. A finales de los años cincuenta, los festivales de folclore eran una excelente motivación para una juventud que, al bailar danzas tradicionales, hacía uso de un ocio inteligente.



En el momento actual muchos festivales de folclore se han convertido en «clásicos». Son conocidos en gran parte del mundo, y los grupos de danza tradicional los tienen en gran estima por la calidad de su organización, calor de acogida y público entregado al esfuerzo y calidad de músicos y bailarines. Entre los que conocemos es obligado citar el de Llangollen en el País de Gales; el de Strasnice en la República Checa; el de Confolens en la Charente Maritime (Francia); el de Sidmouth en Devon (Inglaterra); o el de Portugalete en el País Vasco. Hay muchísimos más y todos ellos tienen nuestro reconocimiento. Pero la pregunta a la que debe responder este pequeño ensayo, es la de si estos festivales siguen teniendo vigencia habida cuenta los enormes cambios que han sufrido nuestros modos de vida.



Personalmente creemos que deben continuar. Como muestra de un quehacer en el campo de nuestras tradiciones, los festivales de folclore son muy importantes. Pero junto a ellos, se debe de propiciar la práctica de la danza en sus formas más asequibles socialmente hablando. Además de cursos de formación, para que los jóvenes que bailan se sientan compensados en su esfuerzo, se debe dar una información atractiva sobre el sentido último de estas formas patrimoniales. Bertrand Russell en su ensayo Elogio de la Ociosidad, escribió sobre las danzas folclóricas en unos términos que no se deben de olvidar. En ese ensayo, y a propósito de una jornada de trabajo de cuatro horas y el quehacer con el tiempo libre escribe,



No pienso especialmente en la clase de cosas que pudieran considerarse “pedantes”. Las danzas campesinas se han extinguido, excepto en remotas regiones rurales, pero los impulsos determinantes de que fueran cultivadas deben de existir todavía en la naturaleza humana.



La naturaleza humana sigue siendo la misma, si perdemos estas danzas no creo que va a ser fácil sustituirlas con algo tan creativo y bello como son ellas.

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