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Crítica, Ballet Gulbenkian de Lisboa

Egilea
Teobaldos
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Diario de Noticias
Mota
Kritika
Data
2004/05/25

TOMO las palabras de Fernando Pessoa en su Libro del Desasosiego cuando habla del ambiente que crea la tormenta, para enmarcar el fascinante espectáculo que el Ballet de la Fundación Gulbenkian dio en Barañáin. Y es que el conjunto lisboeta pasó por la mirada de los espectadores como un huracán. Como un inequívoco signo de contemporaneidad dancística. El programa ofrecido fue extraordinariamente dinámico, muy asequible, muy contemporáneo en el sentido de que traspasa el neoclasicismo reinante en otras compañías, y con una vocación de divertir, incluso en los tramos más impactantes. Los bailarines hacen gala de una madurez que les hace dueños no sólo de la danza sino también de la escena teatral, e incluso del canto. La compañía irrumpe en el escenario cantando en grupo una cadenciosa canción portuguesa, tras la que estalla la danza con un contraste que ya no abandonará el espectáculo en toda la velada.



L AS dos coreografías presentadas son muy corales: toda la compañía se implica en la hora y media de función, aunque hay dúos y algún solo -éste con gran sentido del humor- que surgen del espectáculo, pero sin desgajarse de él. Coreografías muy originales y de resultados muy bellos, sobre todo en los diversos y continuos grupos escultóricos que van despuntando del cuerpo de baile. Mujeres sobre las espaldas de los hombres, trenzados de piernas y cuellos, etc. Hay continuos apuntes de lo cotidiano. Hay, incluso, recursos -como el de la ola- que nos son muy familiares, y a partir de los cuales surgen coreografías y movimientos sofisticados, e incluso duros, que estos bailarines bordan en su realización. Pocos ballets son capaces de recoger la música festiva popular con tal normalidad y transformarla y lanzarla al espectador con tal fuerza y sofisticación coreográfica sin que pierda la esencia por ello.



Junto a la rotunda prioridad del movimiento corporal, que no renuncia al espasmo o a la mueca, hay, por contraste, un claro sentido del humor. El comienzo de la segunda parte, con el público aún en los pasillos, y un bailarín escenificando todos los tics de los bailes de salón es hilarante y da paso a una amable fiesta, en la que la compañía se enrolla con el público como si estuviera en la plaza del pueblo en fiestas. Todo hecho con mucha elegancia y con detalles de gran ballet. Espectáculo de contagiosa belleza, de activa presencia del espectador y de rotundo éxito para el auditorio.

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