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Falta de emoción y magia
Ballet Giselle
El primer acto de la versión de la Guillem del Giselle nos dejó desganados. Un ritmo narrativo elegante pero muy lento que escasamente intercaló algún que otro dueto bailado, donde con cuentagotas pudimos ver cómo se mueven los italianos de la Scala de Milán. Entendemos la perplejidad de los bailarines cuando Guillem montaba su personal versión de la clásica Giselle. No nos parecieron ni tan modernos ni tan campesinos (aunque el vestuario si lo era), ni tan románticos como esperábamos.
Queremos decir que la diva francesa en este primer acto no les dejó bailar, los retuvo y constriñó durante la larga hora de la duración de la misma. Giraron, caminaron, hablaron alrededor del muro-escenario que dividía los dos mundos antagónicos del campesino y el aristócrata. Aunque, a pesar de todo esto, entendimos cómo se desarrollaba la historia de la campesina Giselle enamorada del aristócrata disfrazado de campesino Albrecht, a algunos espectadores se nosantojó un ballet excesivamente teatralizado y poco bailado. Imaginamos que a la super bailarina y coreógrafa del Ballet de la Scala le costó un esfuerzo sobrehumano hacer esta representación tan estática y frenada. La música fluía y la historia evolucionaba lentamente. Nos faltó incluso el subidón de los pocos momentos danzados que no resultaron brillantes.
El segundo acto, en cambio, se inició con una bella imagen de tres bailarinas entre las rocas que eran izadas con unas poleas. Giselle fue convertida en una sombra espectral del reino de los Willis. Las interpretaciones de Sabrina Brazo la hicieron merecedora de nuestro elogio: bailarina de gran expresividad de cuerpo y rostro y de bellísimos brazos, se marcó unos cuantos piquès arabesques en el que ella clavó su punta certeramente en el escenario, manteniendo unas etéreas suspensiones de cuerpo y brazos. Su amado Albrecht, interpretado por Massimo Murru se lució con toda su elegancia y porte natural. Bailarín fino que desarrolló un movimiento técnicamente muy limpio, a momentos delicado en sus giros acabados con el pecho mirando al cielo y también en bellísimas suspensiones.
Francesco Ventriglia, en el papel del campesino Hilarión, destacó en energía y personalidad, cuyo perfecto balloon o suspensión aérea, al ejecutar grandes saltos, nos impactó. Bailarín apasionado y mediterráneo que nos dejó un buen sabor de boca.
Un cuerpo de baile correcto, una escenografía interesante, una cuidada iluminación, no nos fueron suficientes para salir poco encantados.
En resumen, una versión de Giselle con resultados poco espectaculares. faltó la emoción y la magia que provocan los bailarines cuando son verdaderamente virtuosos. No nos quedamos casi nunca con la boca abierta, no vivimos momentos especialmente mágicos, ni emociones a guardar en lo más profundo de nuestros corazones. No gritamos unos bravos desgañitados. ¡Qué lástima!
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