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"Extrañaré a la gente, extrañaré el público tan fiel del ballet"
¿Cómo ha sido para un bailarín, una profesión de puro movimiento, tener que permanecer confinado varios meses? ¿Cuál ha sido el mayor desafío?
En mi caso, estaba el desafío personal como director de mantener a la gente con ganas, ilusión y expectativas, y que se mantuvieran lo más posible en forma. Un bailarín de baile clásico es como un coche de Fórmula 1, en el momento en que lo sacas del circuito es complicado, porque se puede romper rápidamente. Ante los espectáculos que vienen ellos no se sienten en forma, pero eso es lo de menos. No van a tener la calidad técnica a la que tienen acostumbrado al público, pero el público no está esperando ver eso. Por lo tanto hay que quitarse esa presión de encima. Aquí el que tiene la potestad de exigir soy yo, porque es mi trabajo. Les voy a exigir que den lo mejor que puedan de lo que ahora pueden dar, pero no de lo que podían dar. Y, sobre todo, que hagan disfrutar a la gente.
¿Es cierto que le pusieron su nombre por la ópera El príncipe Igor?
Sí, por las danzas polonesas de El príncipe Igor (risas). A pesar de ser una familia de nivel medio para abajo, porque a veces había que apretarse el cinturón, mi casa estaba llena de libros. Mi abuelo pintaba, mi madre pinta que es una maravilla, y a mis padres les encantaba el ballet. Quisieron ser bailarines profesionalmente y no pudieron serlo por las circunstancias, el país y todo lo que eso conlleva. Entonces yo crecí rodeado de eso desde pequeño, y es una fortuna. Por eso siempre les digo a los padres: es importantísimo lo que pongas a tu hijo en casa, porque es lo que luego tiene mayor probabilidad de terminar consumiendo.
Empezó a estudiar danza a los 13 años, una edad crítica, el comienzo de la adolescencia. ¿Le tocó derribar barreras por eso de ser un varón entre una mayoría femenina?
Sigue siendo una profesión vista de una determinada manera y con una determinada tendencia sexual. A pesar de haber vivido momentos muy duros y muy desagradables, no me lo hizo tan complicado el que tenía detrás unos padres que me apoyaban y, lo más importante, que yo descubrí mi vocación, descubrí mi pasión y lo que quería hacer. A partir de ese momento yo solo tenía una mirada y un objetivo: todo lo que pasaba alrededor para mí no existía. Y sigue siendo hasta el día de hoy esa locura, con lo malo que es también para la gente que me rodea y que me quiere, porque aquí estoy, en Uruguay, y mi hija está en otro país. Soy así.
Gran parte de su carrera ha sido freelance. ¿Fue una elección? ¿Circunstancias? ¿Es un rebelde?
Hay una mezcla de todo lo que has dicho (risas). Circunstancias, que luego te llevan a una necesidad, que luego te lleva a que simplemente lo quieres porque tienes también un punto de rebeldía y de ansiedad y de querer siempre estar aprendiendo algo nuevo. No sirvo para mirar hacia atrás.
Dicen que es muy lector. ¿Qué libros lo atraen?
Leo prácticamente de todo, porque empecé a leer muy joven y porque llevo viviendo solo desde los 14 años. Esa es una cosa que a veces me da un poco de rabia, el no haber tenido esa escuela o esa persona detrás que me aconsejara por dónde ir. A mí me hizo mucho daño, aunque la amo, la literatura rusa. Me había leído todo Dostoyevski casi a los 18 años. Y Kundera también, lo descubrí muy joven y me lo leí. Y eso me hizo daño porque no estaba preparado. Eso te pone en unos estados de ánimo que me llevó mucho tiempo superar, y creo que sigo siendo como soy en parte por eso, por mucho que a veces he luchado contra ello.
Su madre dice que es de buen comer y que "no hace ascos a nada". ¿Es verdad?
Es así. Pero porque tampoco le doy mucha importancia a la comida (risas). Sé disfrutar, soy buen vasco. Me puedo sentar en la mesa y disfrutar de lo que como. Pero hay días en que me tengo que obligar a comer porque estoy en otra y me olvido. Pero hay cosas que me parecen fascinantes, como los huevos fritos con patatas fritas y un buen trozo de pan; un buen producto simple, ahí, o un pescado a la brasa sin nada, con un poquito de sal. Luego están los platos refinados, que los he comido. Pero no es mi prioridad. Por eso soy de buen comer, porque me lo pones delante y me lo como (risas).
¿Es cierto que le gusta jugar al ajedrez?
Juego, me encantaría ser bueno, pero tengo un problema y es que no me puedo evaluar porque normalmente juego con el ordenador o el teléfono. No soy mucho de jugar a cronómetro, soy más del deleite de sentarme, y para eso necesitas encontrar un rival más o menos de tu misma categoría, porque si juegas con un rival desparejo es muy aburrido. Pero el ajedrez me parece muy interesante como juego porque es muy aplicable a la vida. El hecho de que el peón se pueda convertir en la pieza más importante del tablero me fascina.
En diciembre se vuelve a España, después de la puesta en escena de La tregua. ¿Qué se llevará de la cultura o de la idiosincrasia uruguaya?
Extrañaré a la gente, extrañaré el público tan fiel del ballet. El recibimiento y la acogida. Yo vine aquí porque había una idea y una apuesta por lo que yo amo, por eso me sumé, y porque era un desafío para mí. Pero esta no es la salida pensada ni de lejos. Es la primera vez en mis treinta y largos años de carrera que me dicen: "No vas a continuar, gracias, has hecho un trabajo magnífico". No me cuadra. Ese tipo de cosas hieren, porque me tienes que decir algo que me convenza. El sentimiento es agridulce, y en un principio más agrio que dulce. Pero la gente, el público, no tiene por qué llevarse una amargura mía, para nada, se va a llevar todo el cariño que me han dado a mí, que me han dado muchísimo. Hay que saber dividir las cosas.
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