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Evolución social de las danzas vascas

Egilea
Mireia Caballero Zubiaurre
Komunikabidea
Euskonews
Mota
Iritzia
Data
2006/09/08

Aunque hoy en día entendamos la existencia de nuestras danzas como algo basicamente folklórico, estas tuvieron una función social particular sobre todo en torno a los años correspondientes a los siglos XVII y XVIII. Es casi imposible imaginar que dicho motivo social pudiera sobrevivir hasta nuestros días: La sociedad avanza y con ella su escala de valores. Pero si bien en la actualidad esas danzas son, salvo algunas excepciones, algo meramente folklorico o, en el mejor de los casos, algo de tipo reivindicativo frente a lo foráneo, resulta cuando menos lamentable que la gran mayoría de espectadores que disfrutan en ese momento de cualquiera de nuestras danzas, desconozca por completo su origen, su evolución o su significado aproximado. Y es ésta circunstancia y no el hecho de que en pleno siglo XXI los bailes vascos hayan perdido parte de su función social, lo que amenaza con hacer desaparecer estos elementos de nuestra cultura.

Soka-dantza

Soka-dantza. “Historia del País Vasco”, M. Montero.

Continuando con el tema de la situación de los bailes vascos durante estos últimos años, sorprende la cada vez mayor participación de la mujer como parte activa en los mismos; y ya no por el hecho de poder ejecutar una danza antes reservada al genero masculino. Si tenemos en cuenta la importancia que tenía la mujer en el entorno rural, sobre todo con respecto a las actividades a realizar en el baserri, y en la sociedad en general de los siglos XVIII y XIX, esta debería de haberse implicado de una manera más directa en unas danzas que, como ya se ha comentado, poseían un gran valor social. Son pocos los bailes entónces reservados a la mujeres (Etxe Andre Dantza, es un ejemplo), y solo podían ejecutarse una vez que los hombres llegados de fuera hubiesen abandonado la localidad. Estas danzas, junto a otras que hacían referencia al regreso a la rutina laboral, ponían punto y final a las celebraciones y festejos de la localidad en cuestión.

Como otros elementos culturales vascos, las danzas han sufrido las consecuencias de la censura y la persecución practicamente desde sus origenes, siendo estos últimos desiguales para el conjunto de bailes vascos (no hay que olvidar que alguna de nuestras danzas más populares, si bien se ha convertido en autóctona, tenían gran similitud con otras propias de Aragón, Catalunya e incluso paises de Europa), pero que podrían situarse de una manera aproximada entre la Baja Edad Media y el siglo XVIII. Son muchos los ejemplos a dar sobre dichas persecuciones y muchas las veces que así ha sucedido a lo largo de la Historia e, inevitablemente, todo ello ha influido en la evolución de las danzas vascas. Por citar un ejemplo no demasiado lejano en el tiempo, se podría hablar de la dictadura franquista y su ansia por destruir los símbolos identificativos vascos. En estos casos, siempre dependiendo del carácter del pueblo afectado, estos símbolos suelen salir reforzados, pero el desgaste de los mismos es inevitable, y eso es lo que sucedió con las danzas vascas.

Grupo de danzas de Beasain
Grupo de danzas de Beasain. Teatro Usurbe “Beasaingo paperak”.

Y lo que en su día fue razón de censura, se convirtió en perfecta excusa para que grupos de personas, deseosas de mantener con vida las danzas vascas, pudieran reunirse y practicarlas. Si bien años antes la iglesia había llegado hasta extremos insospechados, escandalizada por las formas y maneras de los dantzaris, llevando el asunto incluso a los tribunales, en la época del franquismo, la religión católica y su práctica permitió la celebrcación de encuentros en los que estas personas pudieron continuar con una tradición en peligro de desaparición. Ordenanzas con carácter prohibitivo, denunicas, juicios... No son pocas las ocasiones en las que la iglesia ha hecho lo posible por modificar, controlar o, incluso anular, bailes en los que, curiosamente, tomaban parte algunos curas vascos.

Año 1487, Vitoria-Gasteiz. Se hacen públicas unas ordenanzas en las que se pide la no ejecución de la Ezpata Dantza, por ser esta “escandalosa” y provocar altercados.

Año 1570. La iglesia formaliza su rechazo a que los curas participen en los bailes de localidades como Lesaka.

Año 1607. La popular Kaxarranka de Lekeitio es llevada a juicio a raíz de una denuncia eclesiástica por la cual no se aceptaba ver al dantzari principal representando el papel de San Pedro.

Año 1612. Pierre de Lancre es enviado a Iparralde para tratar asuntos referentes a las prácticas brujeriles. Desde su llegada a Euskal Herria reconoce notar algo “extraño” en el comportamiento de sus habitantes, empezando por su lengua bárbara, sus danzas y otras costumbres sospechosas.

Pareja vasca
Pareja vasca. “Los vascos”, R. Nieto.

Siglo XVIII. La iglesia prohibe que hombres y mujeres se cojan de la mano durante los bailes, por lo que han de hacer uso de pañuelos que eviten el contacto físico.

Por otro lado, el XVIII es el siglo de la Ilustración a la que Euskal Herria no es ajena y donde puede detectarse la separación que se da entre lo rural e “inmoral” y lo urbano y modélico socialmente, quedando los bailes vascos en una situación de desventaja frente al poder cultural de las clases dirigentes.

Al otro lado de la balanza se encuentran fervientes defensores de la cultura vasca, en todas sus facetas y en la de las danzas en particular. En este último grupo encontramos a Juan Ignazio de Iztueta, dantzari y escritor que reivindicó en su obra, publicada en 1824, el fuerte carácter político de los bailes vascos y la importancia de esta característica para una correcta ejecución de los mismos, rechazando a su vez esas otras danzas foráneas que, para entónces ya empezaban a sustituir a los históricos bailes vascos. Al hablar de politica, Iztueta hace referencia al Aurresku o Soka Dantza cuya puesta en escena suponía un acto de hermanamiento entre localidades cercanas entre sí, al ser invitadas las máximas autoridades de estas por el alcalde de la localidad en la que tendría lugar dicha celebración. Es esta, por lo tanto, una danza realizada por y para las autoridades propias y ajenas y en la que podían participar los habitantes de la localidad anfitriona definiendose así, según Iztueta, la especial manera de relacionarse y comportarse el vasco frente a la élites políticas del momento.

Sin dejar de lado el Aurresku, nos encontramos, de una forma palpable, una característica común en el ser humano en su condición como parte integrante de una sociedad bajo control. Nos referimos a la selección, muchas veces involuntaria, que los miembros de una misma sociedad ejercen sobre el resto, mediante sanciones del tipo que se observan en la coreografía del Aurresku, con la finalidad de expulsar de dicho grupo social a aquellos que pudieran alterar la escala de valores sociales del momento. El Aurresku o Soka Dantza se compone, como la mayoría de las danzas, de varias partes, teniendo cada una de ellas una finalidad y significados particulares. Uno de los pasos de su coreografía consiste en realizar una especie de “puente” (zubia) al levantar los brazos dos de los dantzaris tras cogerse de la mano. Bajo este puente imaginario compuesto en algunas localidades por el alcalde y algun otro representante político, debían de ir pasando todos los participantes en el Aurresku que, como se ha comentado anteriormente, era de carácter popular. Así, aquellas personas que no eran aceptadas socialmente veían cómo se les cerraba el paso bajo el puente en un acto simbólico frente al resto de espectadores. Un ejemplo de esta costumbre que, por otra parte, se mantuvo vigente hasta bien entrado el siglo XX, es el caso de los agotes que, durante años, sufrieron la discriminación y rechazo por parte de sus vecinos, fruto de unas creencias aún inexplicables y sin demasiado fundamento. Si bien hoy en día continuamos realizando esa selección social, esa división entre lo bueno y lo malo, y se sigue manteniendo el control sobre la sociedad, los métodos utilizados nada tienen que ver con los “puentes” de antaño. Y, sin embargo, entónces eran de gran importancia, puesto que tenían lugar en la plaza principal de la localidad, a la vista de todos los vecinos. Actos como estos y otros de tipo lúdico, atraían no solo a los habitantes de la localidad organizadora, sino también a los moradores de los baserris colindantes que bajaban de los mismos con ánimo de romper con la rutina laboral. Muchos de estos baserritarras de los siglos XVIII y XIX (haciendo siempre distinción entre el tipo de poblamiento de la zona norte de Euskal Herria, con caseríos dispersos y algo alejados del nucleo principal, y la zona sur de características diferentes) pasaban gran parte del año aislados y dedicados por entero al caserío. Existe un dicho que explica bien esta condición del baserritarra (“Baserritar kalezale, etxe ondatzaile”) y su gusto por vivir de una manera relativamente aislada con respecto al resto de habitantes de la zona. Llegados a este punto, estamos ante otra característica propia del valor social de las danzas vascas (sin olvidar que esta misma podrían tenerla otro tipo de eventos), la de ofrecer la oportunidad al baserritarra de acercarse a la localidad y permitir que éste establezca relaciones personales con otros baserritarras, con los vecinos del nucleo poblacional e incluso con gentes llegadas de fuera.

Mujeres zuberotarras
Mujeres zuberotarras. “Xiberoa, mendia eta kültüra”, R. Larrandabürü.

Retrocedemos en el tiempo y nos situamos entorno a la Baja Edad Media, época en la que se pierden muchos datos referentes a los bailes vascos, su coreografía, su práctica y significado. Es difícil, por lo tanto, calcular el valor que tuvieron estas danzas en una sociedad de caracteristicas feudales, sujeta a constantes batallas, a epidemias incontrolables y a una inestabilidad política que no haría más que empeorar las ya de por sí duras condiciones de vida del medievo. Existen documentos con fechas exactas que nos hablan, una vez más, de las prohibiciones sugeridas por la iglesia, y entre estos datos algunos sobre la Ezpata Dantza que resultan bastante reveladores, Parece ser que era costumbre salir a las calles para mostrar las armas de cada uno con el fin de desafiar al enemigo, y que este acto, según algunos estudiosos sobre el tema, podría estar relacionado con la Ezpata Dantza actual. De hecho, llegó a prohibirse en la capital alavesa la ejecución de este tipo de danzas con armas, puesto que al termino de las mismas derivaban en reyertas, algo bastante comprensible en la Edad Media.

Caso aparte sería el de las danzas propias del Corpus de Oñati, de carácter religioso y que, sin embargo, su coreografía mantiene una estructura que las podría emparentar con un origen de tipo guerrero. Dificilmente puede calibrarse el significado en época medieval de danzas como estas si, en la actualidad y como otras tantas, se han integrado en celebraciones religiosas.

¿Alegría por una batalla ganada al bando enemigo? ¿Alarde de poder armamentistico? ¿O simplemente una vía de escape para una población bajo el yugo de los señores medievales y sus constantes trifulcas? Las posibilidad son muchas, pero los datos fidedignos escasean y resulta fácil atenerse a conjeturas de cualquier índole.

Los bailes vascos han pasado de tener un origen para nosotros aún desconocido a un futuro incierto, totalmente dependiente del mayor o menor auge del folklore y de la continuidad que se le vaya a dar a los estudios sobre el tema. En su evolución histórica, tuvieron un periodo de esplendor que coincidió con el asentamiento de sus características sociales más importantes; pero con el paso del tiempo y tras ir superando los obstaculos que la misma sociedad ha ido imponiendo, han perdido fuerza y su supervivencia no está asegurada dentro de las generaciones venideras, ya inmersas en las nefastas consecuencias de la globalización.

 

 

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