El domingo acudí a la única función que el grupo de ballet Shen Yun ofreció en Bilbao. El precio de la entrada fue elevado y lo que me ofrecieron a cambio me hizo sentir estafada.
La sensación tiene que ver con dos puntos concretos del espectáculo, dos números ambientados en la china actual (lo cual rompe el planteamiento de China antes del comunismo) en la que el comunismo aparece tratado de una forma ridícula, grotesca y casi infantil. Ambos números rompieron el ambiente imperial o clásico de los números anteriores con rancias moralejas y dejaron un regusto desagradable; de hecho, mucha gente no los aplaudió. Otro momento (también repetido dos veces) fue la intervención de dos solistas, hombre y mujer, que cantaron un tema cuya traducción era igual: podredumbre de la sociedad actual, crítica a las costumbres actuales e incitación a no aceptar la teoría de la evolución y la implantación de la idea de que todo tiene remedio con la llegada de un Dios. Qué sentido tiene mandar dos veces el mismo mensaje si no es el de la manipulación. Puro adoctrinamiento, pura demagogia, una verdadera secta.
Es curioso, porque no encontramos ninguna crítica negativa al espectáculo salvo cuando introdujimos en los buscadores Shen Yun secta. Alguien más ha tenido que darse cuenta. Prueba de que el público de Bilbao es un público con criterio fue el final: aplausos tibios, dos bajadas de telón y la gente queriendo salir cuanto antes de aquel bochornoso encierro. Si solo se focaliza en los números de baile, nadie sacará a la luz el trasfondo turbio de estas prácticas. Que vergüenza y qué impotencia.