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Entre la épica y la apariencia

Crítica, Las campanas de la paz

Egilea
Roberto Herrero
Komunikabidea
Diario Vasco
Mota
Kritika
Data
2006/06/02

Se lee en el programa de mano: «La obra gira en torno a cuatro conceptos: La batalla, la nostalgia, el valor para los hombres y la belleza para las mujeres y, por último, la victoria y la paz. Sobre ellos se escenifican doce números musicales que representan momentos de la época de guerra, del cultivo, los ceremoniales, la forma de vida de la realeza y la felicidad de la posguerra en Wuhan». Leo estas líneas tras ver el espectáculo y me deja tan rodeado de palabra hueca como durante la representación de efectismo y aparente grandilocuencia.

Las campanas de la paz es un montaje que intenta apabullar al espectador por medio de una música, una iluminación y un vestuario hechos para llamar la atención, para conseguir algo bonito, que entre bien por los sentidos, que se pueda digerir sin ningún esfuerzo y que lleve de la mano al público en una agradable monotonía sin que le queden ganas para fijarse en los detalles o para preguntarse algo así como: «bonito, sí, ¿y?».

Porque tras la cortina de ese envoltorio entre exótico y relajado, la función es una mezcla pobre de música enlatada y rimbombante, de coreografías en las que la disciplina de grupo sustituye a la clase y de una historia resumida al principio de esta reseña, que podría ser ésa o la contraria y tampoco tendría mucha importancia. Hay mucho de apariencia en la obra. Parece un espectáculo grande, pero es más bien una acumulación de gente. Parece una exposición de danzas orientales, llegadas del otro lado del mundo, y en más de una ocasión se asemeja a un ballet televisivo. Parece que los músicos tocan y los sonidos enlatados lo niegan. Parece que asistimos a ceremonias íntimas con sabor a campo y tierras lejanas, o a batallas en las que un imperio se tambalea, pero una espada de goma que se dobla o unos guerreros nerviosos porque pierden el paso nos saca de la ilusión. Como ocurre también con esas campanas tan de cartón piedra que se desplazan sobre una ruedas como las que llevaban los carritos de la tele de antes.

Pero la estética colorista y los movimientos más o menos acompasados de los esforzados bailarines, más el tono épico de la cosa, habrán conseguido agradar a más de uno.

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