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Ensayo de altura
Rápidamente, Itziar Mendizabal (Hondarribia, 1981) ata las cintas de sus zapatillas de punta y se coloca un tutú sobre las mallas. Es hora de repasar su papel en La bella durmiente, una producción basada en la coreografía de Marius Petipa que representa la compañía del Royal Ballet hasta el 21 de diciembre. El ensayo tiene lugar en una sala con ventanales que dan al centro de Londres. Hay espejos en los que mirarse desde cada ángulo, un piano negro en la esquina y un reloj de pared Rolex que marca las horas religiosamente. Son las 12 en punto. Mendizabal, primera solista, interpreta a una de las hadas del bosque.
«Deja caer la cabeza. El contraste con la firmeza en las piernas hace el paso más emocionante», corrige la elegante Ursula Hageli. «Así, ¡precioso!». Hageli es lo que se conoce en el mundo de la danza como la repetidora. Su tarea es que todo –hasta el vestuario– esté a punto antes de salir a escena. Ningún detalle se escapa a su ojo de halcón: desde la mirada de la bailarina a la inclinación del brazo. Cada movimiento se pule al milímetro, sin una palabra más alta que otra ni impaciencia.
A la media hora, el ensayo ha terminado. Pero la jornada de los bailarines no ha hecho más que empezar. Como cada mañana, arrancó cruzando la puerta de la Royal Opera House en Floral Street, acceso de artistas en una calle trasera que no comparte la pompa ni el gentío de la entrada principal en la plaza de Covent Garden. A las 10.30 horas, la compañía de danza al completo, compuesta por unos 100 profesionales, asiste a la misma clase de técnica de ballet clásico, que también sirve para calentar. Dura una hora y cuarto. Tras un descanso de 15 minutos, comienzan los ensayos. Si no hay representación, finalizan sobre las seis. Si la hay, terminan a las 17.30, dos horas antes de que se levante el telón. «Nos dan una hora para almorzar. Aunque si tienes un papel importante, hay veces en las que no tienes tiempo», explica Mendizabal. «En esas ocasiones vas picando yogures, plátanos o barras de cereales. Comemos. Existen excepciones, pero la mayoría nos alimentamos como deportistas».
Con unas 135 actuaciones al año, sin incluir las giras internacionales, el Royal Ballet funciona como una eficiente colmena de abejas. Sus instalaciones son un hervidero de jóvenes bailarines que salen y entran de las cinco salas en las que se preparan. Dormitan, se reúnen en pequeños grupos y alguno se esconde a fumar en el balcón.
Sabor español. Mendizabal ingresó en la escuela de Víctor Ullate a los 14 años y a los 16 ya formaba parte de su compañía. Continuó su trayectoria profesional en el ballet de Zúrich y en el de Leipzig, donde permaneció cuatro años. Aterrizó en la compañía inglesa en agosto de 2010, después de que Monica Mason, la directora, le propusiera un contrato tras ver un vídeo de su trabajo. Itziar no se lo pensó, aunque el cambio implicase que de primera bailarina en Leipzig pasase a primera solista, la segunda categoría más importante. «Vivo en una ciudad fantástica, trabajo con grandes bailarines y el teatro tiene un público entendido».
En la sala que se ha quedado vacía charla con Lauren Cuthbertson, una primera bailarina inglesa (la única en el Royal Ballet), que repite grand battements. Cuthbertson comenta lo mucho que se escucha el acento «spanish» en el Royal Ballet. Tres de las bailarinas principales –Tamara Rojo, Laura Morera y Zenaida Yanowsky (que a pesar de haber nacido en Francia creció entre Madrid y Las Palmas)– hablan español. «Gustamos por nuestra expresividad», apunta Mendizabal. «También somos muy buenos técnicamente, pero de esos hay muchos por el mundo». Fuera de la Royal Opera House, prefiere quedar con amigos ajenos a la danza. «No soy una de esas bailarinas que no se quitan el moño. Lo importante es mantener los pies en el suelo y no volverte loca. Me gusta mi profesión pero también mi vida».
Llega el siguiente ensayo. Esta vez será en el teatro y con vestuario. Mendizabal entra en el camerino que comparte con otras artistas. Tiene algo de dormitorio adolescente, con sus montones de lazos rosas, postales, cosméticos y amuletos. En un instante pasa de ser una chica vivaracha a concentrarse silenciosa frente al espejo. Es el momento de salir al escenario. Y aunque todavía el teatro no esté abierto al público, merece el mismo respeto.
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