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Enganchados por la danza

Aficionados al baile en todas sus variantes, lo tienen claro: «Es como una droga»

Egilea
Teresa Flaño
Komunikabidea
Diario Vasco
Tokia
San Sebastian
Mota
Erreportajea
Data
2010/05/02
Dieron sus primeros pasos cuando eran pequeñas. Unas habían visto bailar a su prima o a su hermana. Para otras, como el caso de Aizpurua, la razón empezó siendo médica: «Tenía los tobillos débiles y me llevaron al Conservatorio donde me pusieron a recoger canicas y doblar toallas con los pies. Veía cómo hacían la barra y decidí que yo también quería estar ahí». De las Cuevas es la excepción del grupo porque «tenía unos 24 años cuando vi un cartel que ponía que se impartían cursillos. Me apunté y sigo dando clases en el mismo sitio desde entonces. Al principio resultó muy duro porque me parecían pruebas casi atléticas, pero acabó enganchándome». Además, le ayuda en su trabajo de profesora de música.
Otamendi, que ha probado otras disciplinas como el aerobic, apunta que «te ayuda a ser más disciplinada, te tienes que organizar para venir». Ruiz-Lopetedi corrobora esta idea «sobre todo si tienes niños» porque las clases son después del trabajo. «No venimos a pasar el rato, nos esforzamos mucho», ratifican las cinco.
Amaia Aranburu pensó dedicarse profesionalmente a la danza, -su hermano es el bailarín Urtzi Aranburu-, «pero hace falta tener muy buenas condiciones y estar preparada para ir deambulando de un lugar a otro porque hay mucha competencia. Yo lo he visto en casa».
Tienen treinta años menos, pero juntas María Irureta, Usue Rodríguez, Uxue Gaiztarro, Leire Rosales y Lucía Arrieta, parecen un calco, en pequeño, de las primeras protagonistas. Acuden como mínimo dos veces por semana al polideportivo Pío Baroja donde Ana Lamfus les imparte 5º de Ballet. Han cumplido o van a cumplir los 13 años y tienen las ideas claras. «No nos queremos dedicar a esto profesionalmente. Nos gusta bailar y no lo vamos a dejar nunca, pero de mayores preferimos hacer otras cosas. Cuando escuchas la música y comienzas a bailar te olvidas de todo».
Responden como una piña: «No nos quita de otras aficiones, igual un poco de tiempo para estudiar, pero también nos ayuda a ser más organizadas». Lo que más les gusta es el jazz, «es lo más divertido, pero para hacerlo bien necesitas una buena base de ballet clásico».
Estudiar fuera
Itziar Bermúdez, de 16 años, sí quiere que su futuro pase por dedicarse profesionalmente a la danza. «Ya sé que en clásico es prácticamente imposible, pero no descarto que sea en contemporáneo. Posiblemente no será en una compañía porque hay mucha competencia, pero puede que como profesora. Sólo sé que quiero bailar aunque eso suponga que tenga que estudiar fuera. Me imagino que después de acabar el bachiller el año que viene iré a Vitoria a hacer el grado medio y si voy bien... ya se verá. Mi madre me repite todos los días lo complicado que es este mundo», explica antes de comenzar la clase en el Estudio Anaiak, donde empezó a acudir hace ocho años, aunque los primeros pasos los dio de muy pequeña en las extra escolares del colegio Harri Berri de Altza.
El ballet nunca le ha restado tiempo para estudiar, aunque sí le ha creado algún problema a la hora de quedar con sus amigas. «No se dedican al baile, algunas han hecho algo de funky y yo vengo como mínimo cinco horas a la semana. Pero lo mío es una pasión y esto acaba enganchando». También cree que la gente que se dedica a la danza es de una pasta especial porque «te enseña a aguantar el dolor, tienes que trabajar con lesiones, los estiramientos son muy intensos y también te ayuda a centrarte».
Itziar comparte clases con Enara Bujanda, de 21 años, que estudia 4º de Psicología y que, a diferencia de la primera, ha renunciado a que la danza sea su profesión. «¡Claro que soñé con poder dedicarme a ello! Pero a medida que pasaba el tiempo iba siendo más realista y al final puse los pies en la tierra y opté por hacer otra carrera», explica. A lo que no renuncia es a bailar siempre. Cuando oye cualquier música «siempre me apetece bailar, me siento muy bien». Y si hay algo que le encanta «es actuar en público, paso nervios, pero son de los buenos», comenta mientras preocupada busca unas medias para salir en las fotos porque las suyas tienen unas carreras enormes. Una profesora apostilla que «Enara es una de las alumnas que dan alegría a la escuela. Siempre interviene en los festivales y está dispuesta a participar en todo lo que se organice». Y es que Enara señala que «hay tal dedicación que al final acabamos siendo una pequeña familia».
De otras disciplinas
A las 19.30 horas Maddi Telletxea, Helene Aguirre, Sara del Río, Paula Rodríguez, Paula Lizarza y Celia Martínez acuden dos veces por semana a la Escuela de Música y Danza de Atotxa donde Ana Remiro les enseña sus coreografías de contemporáneo. La mayoría, antes de llegar a estas clases, han pasado por otras disciplinas. Por ejemplo Telletxea y Rodríguez proceden de euskal dantza y Helene Aguirre de la gimnasia deportiva. Están en el nivel medio y sus edades oscilan entre los 12 y 15 años.
Cuenta que cuando entran por la puerta, escuchan la música y comienzan a hacer piruetas «nos olvidamos del colegio», y más serias añaden que «liberamos los sentimientos». Aunque les gusta el ballet clásico, -«puede ser superbonito»-, prefieren el contemporáneo -porque «te sientes mucho más libre»-, en cambio «el funky no nos gusta tanto porque es más brusco». Afirman que «lo mismo que el cuerpo se acostumbra y cada vez es más elástico, el cerebro también aprende a retener más rápido los pasos. Aunque esto no sirve para memorizar los libros del cole. En el baile, por difícil que sea la coreografía, siempre acaba saliendo y nos quedamos muy contentas».
La madre de María Gibert bailaba y animó a su hija a que acudiera a la Academia Fagoaga, al mismo tiempo iba a baloncesto, pero al final optó por centrarse en el ballet clásico que practica tres días a la semana, acompañada, entre otras de Ane Hernández y Leire Irigoyen.
Las tres actuaron la semana pasada en el Rompeolas, «nos pareció un poco desorganizado, podría haber sido mejor». Y es que a pesar de su edad, tienen entre 14 y 16 años, no les falta la autocrítica: «Es algo que aprendes con la danza, al igual que la disciplina», afirman.
A Naiara Muñoz le apuntaron desde muy pequeña para que se desfogara bailando porque «era todo energía». Del clásico pasó al funky y al jazz y con 31 años sigue «enganchada» hasta el punto que «durante una temporada estuve viviendo en el extranjero y lo primero que hice fue buscarme una academia de baile». En Donostia practica en el centro Thalia, con Menchu Medel y «allí tengo otra familia y nos apoyamos unos a otros. Es como una droga y la gente que no practica no lo puede entender. Las sensaciones que tu cuerpo recibe son únicas».
Ya lo dijo el jueves el ya retirado Julio Bocca al hablar de danza: «Nos da placer, nos hace libres y nos consuela de la imposibilidad que tenemos los humanos de volar como los pájaros, acercándonos un poco al cielo, a lo sagrado, a lo infinito».
Enganchados por la danza

Veteranas. Edurne Otamendi, en primer plano. Detras, María Ruiz-Lopetedi y Amaia Aranburu. Ninguna está dispuesta a dejar de bailar ::FRAILE

Enganchados por la danza

Profesional. Itziar Bermúdez quiere que su futuro esté vinculado al baile. Detrás, su compañera del Estudio Anaiak Enara Bujanda :: USOZ

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Naiara Muñoz, en el centro, con Naiara Diez, Ainhoa Gainzaran y Menchu Medel. :: FRAILE

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Ane Hernández, Leire Irigoyen y María Gibert en la Academia Fagoaga. :: FRAILE

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Uxue Gaiztarro, María Irureta, Usue Rodríguez, Leire Rosales y Lucía Arrieta, en Pío Baroja. :: USOZ

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Maddi Telletxea, en primer plano, y Paula Lizarza en la Escuela Municipal de Música y Danza. :: FRAILE

 

 

 

 

 

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