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Enganchados por la danza
Aficionados al baile en todas sus variantes, lo tienen claro: «Es como una droga»
Dieron sus primeros pasos cuando eran pequeñas. Unas
habían visto bailar a su prima o a su hermana. Para otras, como el caso
de Aizpurua, la razón empezó siendo médica: «Tenía los tobillos débiles
y me llevaron al Conservatorio donde me pusieron a recoger canicas y
doblar toallas con los pies. Veía cómo hacían la barra y decidí que yo
también quería estar ahí». De las Cuevas es la excepción del grupo
porque «tenía unos 24 años cuando vi un cartel que ponía que se
impartían cursillos. Me apunté y sigo dando clases en el mismo sitio
desde entonces. Al principio resultó muy duro porque me parecían
pruebas casi atléticas, pero acabó enganchándome». Además, le ayuda en
su trabajo de profesora de música.
Otamendi, que ha probado otras disciplinas como el
aerobic, apunta que «te ayuda a ser más disciplinada, te tienes que
organizar para venir». Ruiz-Lopetedi corrobora esta idea «sobre todo si
tienes niños» porque las clases son después del trabajo. «No venimos a
pasar el rato, nos esforzamos mucho», ratifican las cinco.
Amaia Aranburu pensó dedicarse profesionalmente a la
danza, -su hermano es el bailarín Urtzi Aranburu-, «pero hace falta
tener muy buenas condiciones y estar preparada para ir deambulando de
un lugar a otro porque hay mucha competencia. Yo lo he visto en casa».
Tienen treinta años menos, pero juntas María Irureta,
Usue Rodríguez, Uxue Gaiztarro, Leire Rosales y Lucía Arrieta, parecen
un calco, en pequeño, de las primeras protagonistas. Acuden como mínimo
dos veces por semana al polideportivo Pío Baroja donde Ana Lamfus les
imparte 5º de Ballet. Han cumplido o van a cumplir los 13 años y tienen
las ideas claras. «No nos queremos dedicar a esto profesionalmente. Nos
gusta bailar y no lo vamos a dejar nunca, pero de mayores preferimos
hacer otras cosas. Cuando escuchas la música y comienzas a bailar te
olvidas de todo».
Responden como una piña: «No nos quita de otras
aficiones, igual un poco de tiempo para estudiar, pero también nos
ayuda a ser más organizadas». Lo que más les gusta es el jazz, «es lo
más divertido, pero para hacerlo bien necesitas una buena base de
ballet clásico».
Estudiar fuera
Itziar Bermúdez, de 16 años, sí quiere que su futuro
pase por dedicarse profesionalmente a la danza. «Ya sé que en clásico
es prácticamente imposible, pero no descarto que sea en contemporáneo.
Posiblemente no será en una compañía porque hay mucha competencia, pero
puede que como profesora. Sólo sé que quiero bailar aunque eso suponga
que tenga que estudiar fuera. Me imagino que después de acabar el
bachiller el año que viene iré a Vitoria a hacer el grado medio y si
voy bien... ya se verá. Mi madre me repite todos los días lo complicado
que es este mundo», explica antes de comenzar la clase en el Estudio
Anaiak, donde empezó a acudir hace ocho años, aunque los primeros pasos
los dio de muy pequeña en las extra escolares del colegio Harri Berri
de Altza.
El ballet nunca le ha restado tiempo para estudiar,
aunque sí le ha creado algún problema a la hora de quedar con sus
amigas. «No se dedican al baile, algunas han hecho algo de funky y yo
vengo como mínimo cinco horas a la semana. Pero lo mío es una pasión y
esto acaba enganchando». También cree que la gente que se dedica a la
danza es de una pasta especial porque «te enseña a aguantar el dolor,
tienes que trabajar con lesiones, los estiramientos son muy intensos y
también te ayuda a centrarte».
Itziar comparte clases con Enara Bujanda, de 21 años,
que estudia 4º de Psicología y que, a diferencia de la primera, ha
renunciado a que la danza sea su profesión. «¡Claro que soñé con poder
dedicarme a ello! Pero a medida que pasaba el tiempo iba siendo más
realista y al final puse los pies en la tierra y opté por hacer otra
carrera», explica. A lo que no renuncia es a bailar siempre. Cuando oye
cualquier música «siempre me apetece bailar, me siento muy bien». Y si
hay algo que le encanta «es actuar en público, paso nervios, pero son
de los buenos», comenta mientras preocupada busca unas medias para
salir en las fotos porque las suyas tienen unas carreras enormes. Una
profesora apostilla que «Enara es una de las alumnas que dan alegría a
la escuela. Siempre interviene en los festivales y está dispuesta a
participar en todo lo que se organice». Y es que Enara señala que «hay
tal dedicación que al final acabamos siendo una pequeña familia».
De otras disciplinas
A las 19.30 horas Maddi Telletxea, Helene Aguirre, Sara
del Río, Paula Rodríguez, Paula Lizarza y Celia Martínez acuden dos
veces por semana a la Escuela de Música y Danza de Atotxa donde Ana
Remiro les enseña sus coreografías de contemporáneo. La mayoría, antes
de llegar a estas clases, han pasado por otras disciplinas. Por ejemplo
Telletxea y Rodríguez proceden de euskal dantza y Helene Aguirre de la
gimnasia deportiva. Están en el nivel medio y sus edades oscilan entre
los 12 y 15 años.
Cuenta que cuando entran por la puerta, escuchan la
música y comienzan a hacer piruetas «nos olvidamos del colegio», y más
serias añaden que «liberamos los sentimientos». Aunque les gusta el
ballet clásico, -«puede ser superbonito»-, prefieren el contemporáneo
-porque «te sientes mucho más libre»-, en cambio «el funky no nos gusta
tanto porque es más brusco». Afirman que «lo mismo que el cuerpo se
acostumbra y cada vez es más elástico, el cerebro también aprende a
retener más rápido los pasos. Aunque esto no sirve para memorizar los
libros del cole. En el baile, por difícil que sea la coreografía,
siempre acaba saliendo y nos quedamos muy contentas».
La madre de María Gibert bailaba y animó a su hija a que
acudiera a la Academia Fagoaga, al mismo tiempo iba a baloncesto, pero
al final optó por centrarse en el ballet clásico que practica tres días
a la semana, acompañada, entre otras de Ane Hernández y Leire Irigoyen.
Las tres actuaron la semana pasada en el Rompeolas, «nos
pareció un poco desorganizado, podría haber sido mejor». Y es que a
pesar de su edad, tienen entre 14 y 16 años, no les falta la
autocrítica: «Es algo que aprendes con la danza, al igual que la
disciplina», afirman.
A Naiara Muñoz le apuntaron desde muy pequeña para que
se desfogara bailando porque «era todo energía». Del clásico pasó al
funky y al jazz y con 31 años sigue «enganchada» hasta el punto que
«durante una temporada estuve viviendo en el extranjero y lo primero
que hice fue buscarme una academia de baile». En Donostia practica en
el centro Thalia, con Menchu Medel y «allí tengo otra familia y nos
apoyamos unos a otros. Es como una droga y la gente que no practica no
lo puede entender. Las sensaciones que tu cuerpo recibe son únicas».
Ya lo dijo el jueves el ya retirado Julio Bocca al
hablar de danza: «Nos da placer, nos hace libres y nos consuela de la
imposibilidad que tenemos los humanos de volar como los pájaros,
acercándonos un poco al cielo, a lo sagrado, a lo infinito».
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