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En las alegrías y en las penas
Crítica, Gelabert-Azzopardi, compañía de danza
Gelabert se ha preocupado de experimentar en su cuerpo un peculiar y personal modelo de bailarín, y sus coreografías contagian a otros cuerpos esas peculiaridades. Su compañía de danza evidencia un estilo y magisterio que surgen de este bailarín elegante que trabaja respuestas bruscas o pausadas del cuerpo, con una especial importancia en el movimiento y gestos de los brazos y una continua evolución de giros, como arranque y remate de muchas de sus secciones de danza. Presentó dos coreografías totalmente distintas, incluso contrapuestas: una tremendamente dramática; la otra desenfadada y alegre. La primera, totalmente impregnada del estilo del coreógrafo. La segunda, fuera de toda norma cescgelabertiana , irreconocible desde el punto de vista coréutico.
La obra 8421 es una impresionante recreación visual del cuarteto para cuerda número 8 que Shostakovich compusiera en 1960, impresionado por el bombardeo de Dresde. La obra me pareció redonda en concepción y realización. Sobre ella es la música la que planea y la que impregna todo de una inmensa soledad y tristeza, de amargura y violencia, donde no faltan citas del Dies Iraes y referencias a otras obras trágicas del compositor ruso. A este ambiente creado por la música, el coreógrafo responde con unos movimientos austeros pero contundentes de los bailarines, muy bien trazados en ordenada y dura simetría, a veces, y con solos profundos y gestos de dolor, ayudados por un vestuario perfecto -de reminiscencia militar- y una iluminación creadora de atmósfera terrosa y pesada, parda, lejana a cualquier alegría. Música, bailarines, decorados, movimiento, vestuario y luces se mueven en una homogeneidad pasmosa.
Por el contrario, la segunda parte -Vienen regando flores... - me despistó totalmente. Tanto que apenas vi trabajo coreográfico en el espectáculo; quizá se trataba de eso. Con un buen cuarteto de músicos al fondo -trompeta y teclados, voz, guitarras y percusión-, la compañía se entretiene en una fiesta caribeña en la que, como no podía ser de otra manera, reina el movimiento de cadera y la soltura de la improvisación de cada bailarín, en los que predominan los giros, saltos y sensualidad propios de esta música. Ciertamente hay hallazgos muy bellos, como el lento desnudarse de la pareja de bailarines al son de una preciosa canción lenta; y también algún paso dificultoso en el juego con los bancos; pero son fragmentos muy puntuales; todo lo demás es un ir y venir muy libre, donde la compañía parecía decir: "Vamos a pasarlo bien", y esa es la sensación que surge del escenario. Por supuesto que el espectáculo es entretenido -sólo por escuchar a los músicos y esa trompeta en sordina, merece la pena-, pero, como coreografía, me pareció insuficiente.
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