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Ellos también quieren bailar

Egilea
Amaia Chico
Komunikabidea
Diario Vasco
Mota
Erreportajea
Data
2000/02/22

La verdad es que encontrar a un chico bailarín en Donostia no es tarea fácil. Son varios los que con seis o siete años acuden a clases de danza, más como un juego que como un arte. Pero superados los doce, edad en la que hay que empezar a tomárselo más en serio, tan sólo hemos encontrado a dos: Asier Edeso y Ander Muniategi.

En el estudio de danza Talía, su directora y bailarina Mentxu Medel lleva muchos años dando clase y ha sido testigo del éxito internacional de muchos de sus alumnos. «Tenemos chicos en Zurich, en Holanda, en Alemania o en Estados Unidos», comenta orgullosa mientras señala los pósters de los ballets que inundan las paredes. Asegura que en el País Vasco hay muy buenos y apreciados bailarines «derivado también de los dantzaris», pero «aquí no pueden hacer nada, no existe ningún Conservatorio ni ninguna compañía, por lo que todos tienen que irse fuera». Esta afirmación, que tiene su cariz reivindicativo, es compartida también por Julio Durán, bailarín («fui partener de Mentxu») y profesor de danza en el estudio que comparte con Iñaki Landa.

Ser ingeniero industrial

La imposibilidad de estudiar en San Sebastián es para algunos un obstáculo insalvable. Ander Muniategi tiene 17 años y «mucho talento», según Julio Durán, su profesor, pero no quiere marcharse de su casa, en Hernani, por nada del mundo. «Me dan envidia los que se van y están bailando en ballets extranjeros, pero yo no me atrevo a irme, no porque no lo vaya a hacer bien, sino porque no quiero irme de mi casa», comenta tímidamente. Ander ensaya seis horas semanales y asegura con total tranquilidad, que prefiere quedarse aquí, seguir a este nivel y estudiar Ingeniería Industrial. «Puedo seguir bailando hasta los 40 años y luego dar clases».

La única alternativa que encuentra es que «aquí se forme una compañía de danza», como por ejemplo la de Nacho Duato, su bailarín más admirado. Su cuerpo se mueve mejor al son de las melodías de Tchaikovski. Su ilusión es poder bailar El lago de los cisnes pero para ello necesita mejorar el ondehors o rotación de las piernas y las rodillas, sus puntos débiles. Desde que su madre le apuntó a danza cuando tenía cinco años, la pasión por el ballet clásico de este estudiante de 2º de Bachiller ha ido in crescendo. «¡Lástima, señala su profesor que no quiera salir de su casa, porque tiene muchas posibilidades!».

El primer paso

Al igual que Ander, Asier Edeso, bailarín de 14 años, es el único chico en una clase de 20 bailarinas. La pasión de Asier por la danza comenzó con siete años, cuando iba a los espectáculos de ballet a ver a una prima suya y al final ésta le animó a apuntarse. El apoyo de su familia y su esfuerzo han hecho posible que el próximo año pueda ir a la escuela de Carmen Roche en Madrid con una beca. «Quiero probar nuevas experiencias», asegura este joven bailarín de la escuela Talía. Su profesora, Mentxu Medel, reconoce que los bailarines de aquí tienen que hacer un esfuerzo doble, «ya que no sólo tienen que ensayar seis o siete horas semanales, sino que si quieren avanzar en su carrera tienen que irse obligatoriamente fuera. A los 13 ó 14 años deben ir a Madrid para perfeccionarse y a los 18 deben comenzar a hacer audiciones para formar parte de algún ballet internacional. A partir de ahí cada uno elige el camino que más le guste».

Asier está dispuesto a lograrlo, como lo han hecho ya compañeros suyos como Jon Vallejo, que se fue a Madrid el pasado año. Allí les esperan 5 ó 6 horas de entrenamiento diarias, además de seguir con sus estudios de 3º de ESO. «No tengo predilección por ningún ballet, pero me gusta mucho el estilo de un chico que se llama Juan», reconoce Asier.

Como a todos los jóvenes Billy Elliot, cuando Asier empezó también tuvo que aguantar las burlas de sus amigos. «Relacionaban el ballet con maricas, pero cuando vieron que me lo tomaba en serio dejaron de hacer bromas, y ahora incluso me van a ver a alguna actuación», comenta sin darle mucha importancia. «Lo peor es cuando tienes 10 u 11 años, porque no entienden que el ballet es otra afición cualquiera, como la música o el fútbol». Asier cuenta ya, en su corta carrera, con algún premio, como el tercer puesto conseguido en el Concurso Internacional que se celebró en La Coruña.

Confiesa que prefiere bailar sólo, «porque sólo dependes de ti mismo, es un trabajo más técnico, aunque también he bailado en grupo alguna vez, pero es más difícil porque se necesita mucha coordinación». Aunque las piruetas y las posturas que adquiere son casi imposibles, admite que uno de sus puntos débiles es la flexibilidad. «Para ser buen bailarín hay que ser muy flexible, tener buen salto, buenas piernas y saber ser un buen partener. Yo tengo que intentar conseguir más flexibilidad en las piernas y en la punta de los pies».

Fuera de la danza, Asier es tan juerguista como el resto de sus amigos, con los que suele salir de marcha a divertirse. En un futuro lejano, después de haber cosechado muchos éxitos internacionales y cuando la edad no le permita seguir bailando al más alto nivel le gustaría ser coreógrafo. «La carrera de los bailarines termina con 30 ó 35 años, después me gustaría dar clases y preparar coreografías».

Buena madera

Aunque son pocos los chicos que descubren su pasión por la danza, tan sólo uno o dos alumnos por año, Mentxu Medel, asegura que «aquí hay muy buenos bailarines, tienen mucha sangre y un gran salto, pero muchas veces no son los chavales, sino los padres los que no les dejan continuar bailando y es una pena». «En nuestra academia, tenemos a varios chicos de 10 y 11 años, entre ellos el hermano de Asier, que ya apuntan buenas maneras. Veremos si no se cansan y deciden seguir», comenta Mentxu.

Aunque físicamente no se requiere ninguna cualidad especial, «tienen que empezar desde pequeños para ir cogiendo flexibilidad en todo el cuerpo y ser disciplinados, pero no es tan estricto como la gimnasia rítmica», comenta Julio Durán. Esta escasez queda patente en las cifras, de 300 niños que con cinco años comienzan a bailar, tan sólo dos llegan a ser bailarines profesionales. «La ventaja que tienen los chicos es que como hay muy pocos, casi todos tienen una plaza asegurada en algún ballet», reconoce Mentxu Medel.

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