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El triunfo del carton-piedra

Crítica danza

Egilea
Teobaldos
Komunikabidea
Noticias de Navarra
Mota
Kritika
Data
2011/05/09
Lotura
Noticias de Navarra

Director artístico: Yuri Grigorovich. Programa: 'Espartaco', ballet en tres actos con música de Aram Jachaturián y coreografía y puesta en escena de Juri Grigorovich. Con Vladimir Morozov, como Espartaco. Aleksey Shlykov, Craso. Anna Shukova, Frigia. Y Tatiana Vladimirova como Aegina. Programación: Ciclo del Baluarte. Auditorio principal. 6 de mayo de 2011. Público: Casi lleno.

Espectacular, épica, monumental, sin cambiar un gesto de la tradición, y bastante kitsch es la versión del Espartaco propuesta por la leyenda vida del ballet ruso, Yuri Grigorovich. En lo escénico, predomina la estética del cartón piedra. La visión holliwoodiense del imperio romano. En el vestuario, el recato de los tiempos duros de la censura y la más pura copia iconográfica de patricios y guerreros. Y en lo coreográfico cierto acartonamiento en el movimiento del cuerpo de baile, que no puede escapar a la agobiante simetría de la milicia, a la sujeción de los brazos por la espada y el escudo, y al concepto, siempre de escuadrón, del movimiento. No hay individualidades -salvo los solistas- que bailan juntas, sino pelotones en movimiento. Es el planteamiento honesto y museístico de este trabajo, y es lo que uno viene a ver: una sesión de ballet ruso -más Bolshoi que Kirov- de una obra tal como se concibió, tanto por su coreógrafo como por el compositor de la música, tanto por Grigorovich como por Jachaturián, con las discusiones y repetidas correcciones, incluidas.

Pero no hay que engañarse, ni dejarse comer la moral por tanta ida y venida de romanos y gladiadores. Bajo este inmenso peplum, o, quizás, mejor, surgiendo de él, se eleva -y nunca mejor dicho- una técnica asombrosa, una disciplina de geometría impecable y, en definitiva, un prodigioso estilo de ballet clásico que ha custodiado, como nadie, la tradición rusa. De aquí fue, para mí al menos, de donde vino la emoción. De lo otro, me sobra la mitad. Anna Schukova en el papel de Frigia, estuvo sencillamente sublime. Quien no sea capaz de emocionarse con la diagonal en puntas hacia atrás que hizo es que no le gusta el ballet clásico. Ese compendio de delicadeza, dominio técnico, fortaleza física, virtuosismo expresivo y elegancia en una misma bailarina se ve sólo entre las grandes. El vuelo de la seda y la fortaleza del acero, en los espectaculares giros sobre la punta. Y un eje impecable sobre la vertical dominada. Su rol, amoroso y un tanto sufriente como pareja de Espartaco, contrastó muy bien con la Aegina de Tatiana Vladimirova, que no el fue a la zaga en virtudes balletísticas, y que compuso un personaje absolutamente sensual y malvado. Vladimir Morozov -un Espartaco más ágil y fibroso que en la tradición de hombres musculosos- se lució en los saltos, con un dominio del espacio asombroso, acotando el escenario a su antojo. Su salida a escena en el tercer acto, seguida de una serie de fouettés fue de escalofrío. A su agilidad sumó también fortaleza en las elevaciones a la Schukova. Ambos firmaron un excelso paso a dos, también en el segundo acto. El Craso de Aleksey Shlykov -de figura robusta, en contraposición a Espartaco- fue más estático, más de figura de plante, aunque también lució estilo y cualidades. Siempre más atado al personaje, un tanto hierático.

El cuerpo de baile, absolutamente sometido a las estrictas leyes de la simetría coreográfica de Grigorovich, tuvo momentos espléndidos, por ejemplo el baile en puntas de toda la sección femenina en la orgía del primer acto. O la fuerza lograda en el pasaje de los pastores: una coreografía de todo el grupo que podría encajar en una fiesta rock. Un poco menos afortunada -coreúticamente hablando- es la ingenuidad de la orgía, o el apresamiento de las tropas romanas: luchas supuestamente dramáticas que rayan en lo cómico.

El resultado final fue un éxito. Con largos aplausos del público. Por la claridad de la narración, por la evidencia y realismo de todos los elementos decorativos implicados -ni un resquicio para la imaginación-. Por la disciplina asimilada, que siempre gusta. Pero, por todo eso, también cabe preguntarse si no es hora de reinterpretar la historia del gladiador rebelde despojándola de lo accesorio, dejando más transparentes esos momentos de gran ballet. El enorme potencial artístico y humano de la compañía merece esas otras miradas.

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