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El trenzado de la escuela bolera
Crítica, Ballet Nacional de España
EL Ballet Nacional de España ha traído al Baluarte un programa con las dos facetas más internacionales de la danza española: la escuela bolera y el flamenco. La primera parte fue una soberana lección de escuela bolera. Sin trampa ni cartón. Con la disciplina y el virtuosismo que exige este tipo de danza. Como espectáculo, las coreografías pueden parecer, hoy día, excesivamente academicistas; pero con los toques de modernidad en la sucesión de los cuadros y, sobre todo, con la música compuesta por José Nieto, el conjunto quedó francamente lucido, muy atractivo en colorido y vestuario y aleccionador en el estilo. El ambiente goyesco queda muy bien asimilado y también contrastado por la música que, arrancando de una cita a los fandangos de Bocherini, despliega una modernidad siempre teñida de los ritmos que facilitan la evolución de los pasos boleros. El grupo de baile es disciplinado, guarda la simetría impuesta por el estilo y, sobre todo, evoluciona con todo el virtuosismo de trenzados, pasos al aire y ese rotundo seguimiento a la música que se impone sobre todo y con el añadido de llevar a ritmo las castañuelas, unas veces a compás, otras a contratiempo. El grupo es espléndido de plante y figura, maneja bien la carpa y derrocha alegría. Entre el elenco, está la pamplonesa Frida Madeo, alumna de la Escuela Navarra de Danza. Es reconfortante ver los frutos que dan la dedicación y el trabajo de una disciplina que siempre ha tenido buen profesorado en la escuela.
La segunda parte fue una buena representación de arte flamenco con la excusa de un homenaje a Carmen Amaya. Ciertamente la genial artista catalana estuvo muy bien resucitada por el binomio Úrsula López y Elena Algado. Fue, sin duda, una de las cumbres de la velada. Por el vertiginoso zapateado de Elena y el elegante baile de Úrsula. La primera en el embrujo del fandango. Ambas en los tangos. Especial fortaleza desarrolló el elenco masculino en la soleá. Plante juncal y elegante, dominio del taconeo y de los giros; todo con reciedumbre. El espectáculo se desarrolló con fluidez, distribuyendo bien los solos, los grupos y todo el cuerpo de baile. Y tocando palos de alegrías, rumba, seguiriya y bulerías, éstas fuera de programa. La música de esta segunda parte recayó en grabación y grupo en directo. La música de José Antonio Rodríguez es de fusión, agradable y al servicio de las evoluciones de los bailarines, sin mayor trascendencia. El grupo flamenco, con buen toque y abundantes palmas. Gustó mucho el espectáculo al público, que fue recompensado con un jaleo en el que los bailarines saltaron al corro desinhibidos ya y de juerga.
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