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El renovado alarde del moro conquista
El renovado alarde del moro conquista
En 2006, el Ayuntamiento encargó un estudio a Eusko
Ikaskuntza para potenciar un acto que corría el riesgo de languidecer.
Las conclusiones del estudio, así como el trabajo realizado por Mairuaren Alardea Biziberritzeko Taldea,
se concretaron ante los centenares de personas que siguieron la
escenificación en las calles de Antzuola y, sobre todo, en la plaza. La
curiosidad por los cambios multiplicó la presencia de espectadores, que
valoraron positivamente las novedades. Como señalaba la joven Marta
Sánchez, «estoy muy contenta con el trato que se ha dado al personaje
del califa. Me ha parecido bien que hablara en árabe, y que montase a
caballo en lugar de hacerlo en burro como otros años».
La comitiva militar -con los dantzaris, los txistularis,
el general y el caudillo-, arrancó a las 19 horas, una hora más tarde
de lo habitual. El Alarde que recordaban los vecinos más veteranos y
los habituales era más lineal que el que se disfrutó ayer, que
incorporó tiempos y movimientos más teatrales, dando un mayor
protagonismo a la músicas, a los dantzaris y al caudillo y presentando
una cuidada escenografía.
Equiparar los protagonistas
En los papeles estelares también había una novedad.
Encarnó a Abd-Al Rahman III Juan Carlos Gómez. Debutaba tras recibir la
herencia de Salvador Peña, que se retiró en la pasada edición después
de compartir cuatro décadas con el personaje. Juan Carlos protagonizó
un doble estreno: debutó en el papel y mostró una nueva
caracterización, más acorde con el posible tono de tez de su personaje
que el negro abetunado de su predecesor. Lució un nuevo vestuario y
dispuso de escolta propia para equiparar su peso al del general, al que
dio vida Joseba Iparragirre. La nueva indumentaria, inspirada en la
casa real marroquí, y su séquito provocaron una ovación ya en su
primera aparición.
Después de cubrir el recorrido por la calles de
Antzuola, y antes de la rendición, Abd-Al Rahman desapareció de los
ojos del público para dar paso a la narración histórica y a la
descripción de la bandera y escudo de Antzuola por parte del general.
Iparragirre ofreció un discurso más ajustado a lo acontecido en el
siglo X, en una intervención en la que se intercaló la ezpata dantza
ejecutada por Oinarin Taldea.
Volvió Abd-Al Rahman con todos los honores a la plaza
transformada en escenario. Y llegó el momento de la rendición, antes de
la que se interpretaron los versos que compuso para la ocasión el
urretxuarra José María Iparraguirre. Sin tener que asumir gestos de
sumisión, entregó las armas y juró no luchar contra los antzuolarras.
El general le animó al entendimiento y al respeto entre culturas en un
discurso suavizado que agradó. Como apuntaba Juan Antonio Iturbe, «el
Alarde poco a poco va adquiriendo la forma adecuada, aunque considero
que el tratamiento hacia el moro está a mitad de camino todavía. Ha
sido acertado el acompañamiento de la guardia y sustituir el burro por
el caballo. En general, me ha parecido más entretenido y más vistoso».
El revalorizado caudillo respondió en árabe y euskera.
Juan Carlos Gómez tuvo el mérito de aprender fonéticamenta su
intervención. Además, todos los textos en euskera se declamaron en el euskalki local para que fuesen más comprensibles, y sin distinción de género.
Las mujeres llevan años presentes en el Alarde pero
ayer, además de acudir como músicos o dantzaris, por primera vez diez
mujeres formaron parte del cuerpo de cuarenta fusileros y dispararon
las estruendosas salvas intercaladas con los impactantes cañonazos, que
tradicionalmente cerraban en Alarde. Ayer, todavía faltaba un final
musical con la presencia de todos los protagonistas y la salida
conjunta por un pasillo de sables del general y el califa.
El número de participantes se duplicó. Casi 200
integraron la formación, incluida buena parte de la Banda de Música de
Bergara, que interpretó una partitura de su director, Alfredo Gz.
Chirlaque, cantada por el coro y los vecinos. La riqueza musical, que
aportaron la melodía musulmana, la Alborada de Segura que se interpretó durante la revista de las tropas y un acompañamiento de percusión en la salida del califa, también gustó.
Markel Belastegi destacaba que «los mejores momentos han
sido cuando sonaban los tambores y actuaban el moro y su guardia. Ha
sido un cambio radical. Han conseguido alejarse bastante de la imagen
que reducía el Alarde a un simple desfile militar que a muchos vecinos
no gustaba demasiado».
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