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El mal paso del Bolshói

Escándalos, amenazas, intrigas, ceses, trampas... Hasta el KGB ha enfrentado a los bailarines, que han llegado a poner a sus compañeros cristal molido en las zapatillas antes del espectáculo

El despiadado ataque con vitriolo que el director artístico del Bolshói, Serguéi Filin, sufrió en su rostro el pasado 17 de enero ha hecho descender varios peldaños la reputación del legendario teatro de opera y ballet ruso, uno de los más cotizados del mundo por su calidad artística.
Egilea
Rafael Mañueco
Komunikabidea
Diario Vasco
Mota
Albistea
Data
2013/01/29
Lotura
Diario Vasco

Apenas empezaban a acallarse las críticas por las oscuras maquinaciones que convirtieron la remodelación del edificio del teatro en una de las más costosas de la historia, surge ahora un nuevo frente de controversia sobre el telón de fondo de supuestos celos profesionales o de una lucha soterrada por los mejores papeles de la obras a representar.

No solo la corrupción se ha abierto paso dentro de uno de los principales escaparates de la cultura rusa. Ahora también la violencia. Parece que los brutales métodos que emplea el crimen se imponen en el mundo del arte ruso. Las discrepancias se empiezan a dirimir no de forma civilizada, sino echando mano de las prácticas más expeditivas.

Filin, de 42 años, ha sido sometido en los últimos días a varias operaciones oftalmológicas y de cirugía plástica. Los médicos tratan de recomponer su semblante desfigurado y de salvar su vista. El ojo derecho, el que más sufrió por estar del lado desde donde el sicario le lanzó el ácido, conserva solamente el 40% de visión.

Él mantiene su entereza, pero los facultativos que le atienden no se atreven a garantizar que todo evolucionará satisfactoriamente y que le quedará visión suficiente para valerse por sí mismo. Nadie sabe tampoco qué impacto psicológico y emocional sufrirá el coreógrafo cuando, después de todas las intervenciones posibles, se quite la venda de la cara y se mire al espejo. Era un hombre bien parecido y acostumbrado a fascinar con su presencia.

Lo sucedido con Filin no tiene parangón en la historia del Bolshói, pero tampoco se puede decir que la insigne institución sea precisamente un remanso de paz. La polémica, los escándalos y las rencillas internas persiguen al teatro prácticamente desde su creación en 1776.

Maya Plisétskaya, principal bailarina del Bolshói durante los años 60, fue la primera que escribió sobre las intrigas en el seno del teatro. Lo hizo en sus memorias y cuenta cómo el Partido Comunista imponía sus postulados ideológicos al colectivo artístico, cómo utilizaba para ello al KGB, cómo enfrentaba a los bailarines entre sí y cómo veían rescindidos sus contratos quienes no se atenían a la línea oficial en todo, hasta en los detalles más nimios de sus vidas privadas. Denuncia también las «trampas» que le tendían los envidiosos y aquellos que querían ocupar su lugar.

Otro insidioso episodio en los anales del Bolshói lo constituye la situación de marginación que tuvieron que soportar la soprano Galina Vishniévskaya y su marido, el violonchelista Mstislav Rostropóvich, por solidarizarse con el escritor Alexánder Solzhenitsin, expulsado en 1970 de la Unión de Literatos de la Unión Soviética por manifestarse en contra de la invasión de Checoslovaquia. Vishniévskaya, que falleció el pasado diciembre, y su esposo no tuvieron otra opción que abandonar el país en 1974.

Un papel esencial en la instigación de aquellos desmanes lo jugó el «gran maestro» Yuri Grigoróvich, director artístico del Bolshói entre 1964 y 1995. Fue una figura muy controvertida. Sin embargo, nadie niega su inmensa contribución a la fama y la gloria del Bolshói. Algunos de los 12 ballets creados por él, entre ellos Don Quijote, siguen hoy día en cartel.

En el otoño de 1994, en medio de un enfrentamiento feroz dentro del colectivo teatral entre quienes defendían la línea clasicista de Grigoróvich, acusado frecuentemente de actuar como un déspota, y los que pedían a gritos una renovación, el bailarín Guediminas Taranda denunció que el Bolshói se había convertido en una «auténtica mafia».

El hombre de Putin

Según Taranda, el teatro necesitaba jóvenes talentos, renovar urgentemente su repertorio y acabar con el carácter «vitalicio» de los empleos. Grigoróvich estaba entonces también enfrentado al director general del Bolshói, Vladímir Kokonin y, a juicio de Taranda, «la complicada trama de intereses nomenclaturistas que ha girado siempre en torno al Bolshói» dificultaba que se produjera el necesario desenlace.

Los acontecimientos se precipitaron y Grigoróvich fue cesado el 9 de marzo de 1995. En su apoyo y, por primera vez en la historia del Bolshói, los artistas se negaron a actuar. Iban a representar el ballet de Prokófiev ‘Romeo y Julieta’, pero salieron a escena para anunciar al público que, tras la destitución de Grigoróvich, se sentían «deprimidos».

Debido a ese plante, Kokonin despidió a 14 bailarines, entre ellos a la superestrella Natalia Bessmértnova, esposa de Grigoróvich. Pocos días después fue también expulsado del teatro el propio Kokonin. Como nuevo director artístico y hombre fuerte del teatro fue nombrado otro de los grandes bailarines rusos, Vladímir Vasiliev.

Pero el Bolshói continuó sumido en la crisis durante todo el lustro siguiente. «El problema de nuestro teatro es que cada uno de sus componentes se cree único, piensa que es el mejor», reconocía entonces Vasiliev. Pero lo cierto es que los artistas huían a otros países y no hubo una puesta en escena de nuevas obras como los aficionados al teatro esperaban.

Así que, en agosto del año 2000, mientras los artistas del célebre escenario moscovita se encontraban de gira en Bilbao, el presidente Vladímir Putin sustituyó a Vasiliev por Guennadi Rozhdéstvenski, que no era bailarín, sino director de orquesta. Un mes más tarde, Putin nombró director general del Bolshói a Anatoli Iksánov, que había dirigido el Gran Teatro Dramático de San Petersburgo. Iksánov sigue hoy en el puesto.

Rozhdéstvenski, sin embargo, duró solamente 10 meses. Renunció en junio de 2001 y calificó de «monstruoso» el ambiente que se respiraba en el Bolshói. Como los directores artísticos eran una fuente incesante de problemas, Iksánov decidió eliminar el cargo y sustituirlo por el de director musical. La labor le fue encomendada al compositor Alexánder Vedérnikov, quien, no obstante, contó con la ayuda de Borís Akímov en el trabajo con los bailarines. Tres años más tarde, la plaza de director artístico se instauró de nuevo y le fue encomendada a Alexéi Ratmanski, quien, en 2008, bajo el pretexto de que quería trabajar en otros países, puso también tierra de por medio.

A Iksánov no le gustó que Ratmanski desertara, pero aceptó el consejo de este de nombrar en su puesto a Yuri Burlaka, un coreógrafo con escaso carácter que nunca logró hacerse con las voluntades de los 240 artistas que componen el colectivo.

Una de las intrigas que más desgarraron la armonía del Bolshói fue el acoso al que la diva Anastasía Volochkova –acusada de falta de forma física– fue sometida por parte de Iksánov. Según ella cuenta en su blog, la aisló y consiguió que ningún bailarín quisiera formar pareja con ella. Al final logró expulsarla del teatro. Por salir en su defensa, el bailarín Nikolái Tsiskaridze mantiene hoy todavía serios problemas con Iksánov.

Volochkova enumera las horrosas faenas que los artistas se hacen entre sí: «Poner cristal molido en las zapatillas antes del espectáculo o debilitar la costuras de las cintas de atadura para que se suelten». Ella culpabiliza a Iksánov de la actual «atmósfera de inmoralidad» que reina en el Bolshói.

Vedérnikov provocó un nuevo escándalo con su sonada dimisión, en julio de 2009. «No puedo ejercer mi cargo porque en el Bolshói mandan los funcionarios (...) el teatro necesita un único dueño en el ámbito artístico sin intromisiones de gente ajena a la labor creativa», manifestó.

A Burlaka no le renovaron el contrato y dejó el teatro en marzo de 2011. El hombre que estaba llamado a ponerse al frente de la dirección artística era el bailarín Guennadi Yanin, pero alguien publicó en Internet fotos de contenido pornográfico suyas o de alguien muy parecido a él y su nombramiento se frustró.

Apareció entonces Filin, otro antiguo bailarín del Bolshói, y, salvo el incidente de la fuga al teatro Mijáilovski de San Petersburgo de Iván Vasiliev y Natalia Osípova, para él todo fueron alabanzas. Luego llegaron las amenazas, que parecen ser habituales contra los responsables del teatro, según admiten los artistas, y la culminación de la perversa agresión. Filin reconoce que «debo suscitar animadversión en alguna persona», pero afirma no tener la menor idea de quién ha sido. Según su opinión, «lo sucedido tiene que ver con mi trabajo». De momento, va a ser sustituido transitoriamente en la dirección artística del Bolshói por la bailarina Galina Stepanenko

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