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El Lance Armstrong del aurresku
El vitoriano Íñigo Manuel ha ganado siete veces el campeonato de Álava de dantzaris y fue el primero que bailó en el Parlamento vasco
Ahí ha ido un breve
resumen de su formación y su capacidad para movilizar colectivos. Pero
Íñigo, cuyo círculo social entero se relaciona con los bailes vascos,
ha alcanzado un reconocimiento incuestionable como dantzari en la
soledad del escenario. Entre sus clientes habituales están las
instituciones: Ayuntamiento, Diputación y Gobierno vasco. Y ha ganado
siete txapelas como el mejor representante de Álava en dos tandas, de
1999 a 2001 y de 2003 hasta el último título logrado el 30 de abril en
Estíbaliz. Es el Lance Armstrong del aurresku.
«Toda mi vida
está relacionada con la danza. Han bailado mis padres y mis tíos, baila
una prima, mi hermana... Y toda la gente con la que tengo algo que ver
está metida en este mundillo. De los campeonatos ya me retiro, pero
seguiré danzando hasta que el cuerpo aguante», dice el protagonista.
No
hará falta que le inviten a dejarlo. Él se exige más que nadie y será
imposible ver sacar un aprobadillo a quien siempre busca la matrícula
de honor. «No pienso arrastrarme en un escenario. Yo ya tengo un
estatus y no quiero tirar el prestigio. En cuanto vea que no bailo como
yo quiero seguiré con la danza, pero detrás».
En el mejor momento
Ahora,
a los treinta años, considera que se encuentra en la mejor fase de su
carrera artística. «Cuando tenía quince debía calentar cinco minutos y
ahora un cuarto de hora, pero creo que estoy en el mejor momento. Eso
de que la experiencia es un grado es cierto». Íñigo cree en la
evolución y el perfeccionamiento y, no en vano, Algara ensaya todos los
viernes de ocho y media a once de la noche en la sociedad excursionista
Manuel Iradier.
Formó parte de la comitiva que viajó a Roma para
asistir a la beatificación de la religiosa alavesa María Josefa Sancho
de Guerra, fue el primer dantzari en el Parlamento vasco y también ha
bailado en Cataluña. De hecho, los folklores catalán y gallego le
interesan mucho. «Tienen similitudes con nosotros por temas políticos y
culturales». Razones que le llevan a emparentarse, asimismo, con las
danzas irlandesas. «Me veo muy reflejado en ese tipo de cultura».
Incluso ha participado en fusiones vasco-irlandesas dentro de un
espectáculo que escenificó en Montehermoso.
El próximo agosto
acudirá con su grupo a Hungría, donde se celebrará un festival
internacional folklórico, «representando a Euskal Herria». Íñigo se
siente libre para elegir dónde baila y ante quién lo hace. Así, cobra
cuando le llaman las instituciones, se niega a ciertos recados y se
presta a actuar gratis para «asociaciones culturales, ONG's o fiestas
de barrios donde se promociona el euskera».
Alcanzado el alto
nivel que se le reconoce, da la impresión de que el protagonista
acabará dedicándose a la enseñanza. Pero establece sus condiciones,
ligadas al interés de los alumnos y algunas destrezas previas. «Yo no
valgo para dar clases desde cero. Soy muy exigente y necesito que la
gente venga con unas nociones básicas porque no tengo paciencia».
Y
un aviso para navegantes: respeto a la danza vasca. «Me gustaría que la
gente se animase a hacer cantera porque muchos empiezan y a los trece
años lo dejan porque se entendía que bailar era de maricones. Luego te
los encuentras a los veintiocho y te piden que les enseñes a danzar.
¿Pero no me decías que era...?».
EL PERSONAJE
Lugar de nacimiento: Vitoria-Gasteiz.
Edad: 30 años.
Profesión: delineante.
Peculiaridad: dantzari desde los ocho años, ha logrado siete txapelas
como campeón de Álava, ha sido el primero en bailar en el Parlamento
vasco y formó su propio grupo (Algara) hace seis años.
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