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El Einstein de la danza contemporánea

Egilea
Gara
Komunikabidea
Gara
Mota
Albistea
Data
2009/07/28

Cunningham liberó al movimiento de la música de los decorados, de la narración, al crear piezas en las que la danza sólo se apoyaba en ella misma, aunque «un arte ya no dominará al otro. Se relacionan de forma totalmente libre». El coraje inagotable e imaginativo del coreógrafo, quien tuvo que enfrentarse durante largos años a los pitidos y la incomprensión del público, se expresa a través del concepto de «events»: las coreografías se presentan ante el público dejando la decisión al azar, incluso a través de una tirada de dados. Así se decidía tanto el orden y duración de las secuencias como el número y el papel de los bailarines. «Amo el estrés que produce el azar. Las proposiciones que hace nos obligan a descubrir cosas que no sabíamos», reconocía.

Con John Cage

«Fue un artista inspirador y un bailarín hasta sus 80 años, un coreógrafo visionario y un dedicado profesor durante toda su vida», indicaron ayer la Cunningham Dance Foundation y la Merce Cunningham Dance Company mediante un comunicado de prensa. Mercier Philip Cunningham, como era su nombre completo, demostró su amor por la danza desde muy joven, cuando en 1937 ingresó en el Instituto Cornish en la ciudad de Seattle (Washington), donde estudió teatro y danza y donde también se encontró con el músico vanguardista John Cage, su compañero en lo personal y lo profesional durante cincuenta años. Trabajaban juntos, pero componían cada uno por su cuenta y se reunían en el momento de la primera representación. La pareja duraría hasta el fallecimiento de Cage en 1992.

Tras su paso por el Instituto Cornish, Cunningham estudió en la universidad de Bennington, donde Martha Graham impartía clases y le captó para su compañía como primer bailarín, donde permaneció hasta 1945. Pero el trabajo de la pionera de la modern dance estaba demasiado centrado en la emoción, para un Cunningham que consideraba que «el movimiento no debe traducir la emoción, sino producirla». Un año antes, en 1944, en un minúsculo teatro de Nueva York, un Cunningham de cabellera rizada y piernas poderosas presentaba su primeros solos con John Cage al piano.

Después de haber sido profesor en el American Ballet (1949-1950), fundó su propia compañía de danza, que llevaba su nombre, y que se inició en una comunidad de artistas del estado de Carolina del Norte, que le permitió trabajar con pintores como Jasper Johns (1930) o Robert Rauschenberg (1925-2008) -firmó el decorado de «Summerspace» (1958)-. También trabajó con otros pintores como Andy Warhol (1928-1987) -sus cojines volantes estaban en «Rainforest«, de 1968- y Frank Stella (1936) o el músico David Eugene Tudor (1926-1996).

Cunningham vivió un año crucial para su carrera en 1964, año en el que obtuvo grandes éxitos en París y Londres, que fueron determinantes para que el público y la crítica estadounidense cambiasen de opinión respecto a su manera de concebir la danza. A partir de esa fecha, su nombre empezó a ser conocido para el gran público y ese éxito le permitió trabajar más con las nuevas tecnologías, característica que le acompañaría durante toda su carrera.

En junio pasado, su fundación anunció que su compañía de danza cerrará dos años después del fallecimiento del artista. Cunningham, que cumplió 90 años el pasado abril, quiso que su compañía estuviera preparada para ese momento y decidió que, tras su fallecimiento, sus bailarines comenzaran una gira mundial de dos años y que el grupo se disolviera después. Para ello, presentó en Nueva York su «Plan de legado vivo», una hoja de ruta que la compañía y la fundación que llevan su nombre deberán seguir para cuidar su herencia artística y los derechos de autor que se desprenden de ella.

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