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El conjuro de los cencerros

Egilea
Natxo Gutierrez
Komunikabidea
Diario de Navarra
Tokia
Ituren
Mota
Albistea
Data
2010/02/02

EL conjuro de los cencerros mana de las riberas del río Ezkurra como una corriente sonora que sirve para ahuyentar los malos espíritus y anunciar un vaticino de prosperidad. Con un trasfondo que linda entre el enigma y la superstición, sesenta joaldunak de Ituren, el barrio de Aurtitz y Zubieta propagaron ayer al viento los ecos metálicos discontinuos con cencerros de 11 litros de capacidad y 40 centímetros de largo asidos a su espalda.

Su cadencia en el ritmo, acompasado con un leve movimiento del hisopo de crines de caballo prolongado en su mano derecha, libró de la lluvia intermitente y la nieve de la noche anterior a cuantos coincidieron, cercana las tres de la tarde, en la Plaza de la Villa de Ituren para vislumbrar un nuevo hermanamiento con su vecina localidad. Supuso la primera secuencia de un intercambio, que tendrá hoy su continuidad en Zubieta y cuya trascendencia le ha valido la obtención de la categoría de Bien de Interés Cultural.

El río acústico que desembocó en el corazón de Ituren se abrió paso entre una lluvia inoportuna que recibió a los primeros 14 joaldunaken abandonar el comedor del desván. "La lluvia desluce un poco el acto", lamentó la presidenta del Parlamento navarro, la socialista Elena Torres, en su primera visita al carnaval de la localidad de Malerreka.

Los primeros sonidos de cencerro parecieron abrir hueco al sol entre un cielo de nubes amenazantes para celebración de cuantos momentos antes habían encontrado protección en los soportales del edificio compartido de la posada y el Ayuntamiento.

Para la mayoría de los congregados en la plaza, los prolegómenos quedaron ocultos en el comedor del desván, convertido en improvisado vestuario a la conclusión del perceptivo almuerzo, que marcó el inicio del desfile. Con las fuerzas intactas por la aportación calórica de una copiosa ingesta, los joaldunakcomenzaron el ritual de la indumentaria. Aunque no ha vestido nunca el ttunturo,de forma cónica que remata la testa de los disfrazados, ni sostenido los cencerros a la espalda, Juan Carlos Gorosterrazu Elizalde se reveló como un experto conocedor de la tradición que Ituren y Zubieta elevan cada año a la categoría de seña de identidad local. "Hemos conocido esto desde pequeños. He tenido a 4 hermanos que salían vestidos", confesaba con dos pequeños cencerros en la mano, que pensaba colocar en la parte superior de la espalda de su sobrino Egoitz Gorosterrazu Elizagoien. "Si los cencerros se ponen bien no se corre ningún peligro de coger un pellizco en la espalda", advertía.

El encuentro de Latsaga

Concluidos los preparativos y luego de que la comitiva engordase con el Hartza(Oso) ynuevos adeptos tocados con el ttunturo, hisopo de crines de caballo, vellón, enaguas y abarcas, el centro de atención se desvió hacia el barrio de Latsaga, punto de recibimiento y encuentro de sus homólogos de Aurtitz y Zubieta.

En un último intento de los malos espíritus terrenales de empañar la fiesta, el cielo descargó un breve pero intenso aguacero, mezclado con algo de granizo, en el preciso instante de la fusión de los séquitos. Por bien de la escenificación pública fue sólo una anécdota, porque el descenso en grupo hasta el centro de Ituren estuvo desprovisto de agua.

En buena parte del trayecto, el pequeño Urki, de 2 años de edad, embutido en la indumentaria de joaldun, acompañó en brazos de un pariente el paso acompasado de su padre, Ernesto Ariztegi Etxepetaleku. "A ver si sigue de mayor", apuntaba el progenitor, que ocupó la retaguardia en el grupo de Ituren. Como en cualquier situación en la vida, también en el carnaval la veteranía es un grado . Con sonidos intermitentes de cuerno que brotaban de su boca, Lázaro Erregerena Ariztegi, de 56 años, ocupó, junto a José Martín Bereau Mikelerena, de 62, la primera fila. Herederos de un legado cultural, ambos tienen asegurado su relevo, porque los joaldunak son hombres de tradición.

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El "Hartza" (Oso) acompaña a la comitiva de "joaldunak" en su descenso del barrio de Latsaga hasta el corazón de Ituren. JESÚS GARZARÓN

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Ernesto Ariztegi Etxepetaleku sostiene a su hijo, Urki. J.G.

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Imagen del ritual de colocación del vellón y los cencerros. J.G.

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