Dokumentuaren akzioak
"El ballet clásico está lleno de pasos que proceden de las danzas vascas"
Igor Yebra bailarín estrella de la Ópera Nacional de Burdeos
Ya conocía el Campos Elíseos, porque tuvo la ocasión de bailar en el viejo recinto de forma amateur, hace más de veinte años. Igor Yebra regresa ahora al mismo escenario que contempló de niño, aunque retorna crecido, tanto en lo personal como en lo profesional. Eso sí, el bailarín confiesa que, a pesar de haber madurado, sigue incubando la ilusión de un principiante.
Usted mide 188 centímetros e interpretará a Hilario en 'Giselle'. ¿Ha existido alguna vez algún 'Hilario' tan alto como usted?
No lo sé, pero hoy en día hay bastantes bailarines de mi talla, incluso más altos. Hace años era algo extraño, pero ya no lo es. Ahora los hay más altos y más guapos... pero no son de Bilbao (risas).
¿Cuáles son las ventajas de ser tan alto? ¿Y los inconvenientes?
Lo malo es que cuanto más alto eres más difícil se te hace controlar el cuerpo, que es lo que les pasa a los jugadores de baloncesto. Y lo bueno es que tienes más presencia física y puedes bailar con bailarinas altas, medianas y bajas.
¿Qué siente al bailar 'Giselle'? Es una de sus óperas preferidas, ¿no?
Me gusta mucho, sí, más que nada por el peso dramático del personaje que interpreto. Tiene intensidad, un punto de tragedia... Este tipo de personajes son los más interesantes, al menos para mí.
¿Le gusta interpretar tanto como bailar?
Sí. A mí siempre me ha interesado mucho la parte actoral. En el ballet ruso contaba sobre todo la interpretación, y era lo que me llamaba la atención, y yo he construido mi carrera centrándome en eso, en la parte interpretativa. Cuanto más extraño es el personaje y más interesante se hace, más me atrae.
Bailará con el Ballet Nacional de Lituania, viejos conocidos...
Llevo colaborando con ellos desde hace 12-14 años. Los conozco bien y nos respetamos mutuamente. Este tipo de repertorios los manejan muy bien.
Su partenaire será Oksana Kucheruk, bailarina estrella de la Ópera nacional de Burdeos, su compañera de baile actual.
Sí, con ella todo es más fácil, y así tenemos mucho trabajo adelantado.
Veinte años después regresa usted al Campos Elíseos. ¿Sigue manteniendo intacta su ilusión?
Lo mío es vocacional, esto no es un trabajo, es una bendición. Si algún día dejo de disfrutar lo dejaré y ya. Seguir adelante sin ilusión no tendría sentido para mí. A pesar del trabajo y del estrés, este es un oficio maravilloso.
Pero tiene sus límites ¿Hasta cuándo puede estirarse una profesión como la suya?
Hay que mirarlo individualmente. El ballet clásico ha evolucionado mucho. Cada vez empiezan antes, y con mayores exigencias. Así, las lesiones llegan antes y muchos bailarines se retiran a los treinta años. Yo tengo la fortuna de que las lesiones me han respetado, y soy un trabajador total de mi cuerpo, muy constante, y eso hace que tu carrera se pueda prolongar un poco más de tiempo.
Ensaya cuatro horas al día. ¿Cuántas las dedica a su preparación física?
Todas. Son cuatro horas físicas que trabajas todos los días, sí o sí. Estiramientos, abdominales, ejercicios de barra, etc... El estiramiento, además, es una cosa continua que hacemos durante todo el día.
¿No le resulta tediosa tanta disciplina?
Esa es la gran dificultad del ballet, pero pasa igual con la música. Hay que empezar desde pequeñito, y a los alumnos hay que hacerles comprender que ese entrenamiento tedioso, esas repeticiones son esenciales para poder ejecutar los movimientos como se deben. Y la juventud ahora no está acostumbrada a ese sacrificio. Están acostumbrados a hacerlo todo rápido, a conseguir resultados rápidos, y eso no concuerda con el ballet clásico ni con la música.
Después de tantos años exigiéndole el máximo, ¿le sigue sorprendiendo su cuerpo?
Sí, me sigue sorprendiendo. Sobre todo en los malos momentos, que es cuando más aprendes. Por ejemplo, cuando estás lesionado pero no puedes parar por cuestiones de agenda, te das cuenta de lo inteligente que es el cuerpo, y ves que puedes llevarlo a unos límites insospechados, pero para ello hay que saber escucharle, hay que saber quererlo y respetarlo. Y te da sorpresas increíbles.
Supongo que habrá visto la película 'Cisne Negro'. La película muestra imágenes y situaciones duras, ¿quizá no demasiado realistas?
Es un thriller, una película. Si te paras a analizarla como un filme de ballet... hay muchas exageraciones, sí, porque tampoco es para tanto.
De todos modos usted ha llegado a afirmar que baila mentalmente a todas horas. ¿No le resulta obsesivo?
Hace años, cuando yo atravesaba por un mal momento y estaba pensando en dejarlo, Antonio Gala me dijo: te has equivocado, tú no has elegido un trabajo, tú tienes una vocación. Y las vocaciones son maneras de vivir y, lógicamente, son obsesivas, tienen que serlo.
¿Ha pasado por muchas situaciones así?
He tenido muchos baches, y es normal, pero de ahí se sale reforzado. Ahí es donde aprendes a superarte.
¿Qué es lo que se le hace más duro de su vocación?
Para mí todo lo que hago es normal, es mi forma de vida. No me importa viajar -llevo fuera de casa desde los 13 años-, no me asustan los retos... Al revés, me asustaré el día que tenga que dejarlo y no tenga que viajar (risas). Pero, por ejemplo, no llevo muy bien eso de estar rodeado de gente. Todo lo demás va implícito en el trabajo. Es un punto masoquista, lo sé.
¿Se acuerda del aplauso más largo que le han dedicado?
La verdad es que no. Me gusta, no voy a mentir, pero cuando acaba la función estoy deseando de que acabe todo para poder relajarme y quedarme solo. A mí me gusta acabar y refugiarme en mi soledad un rato, en silencio, para poder relajarme. Tengo que desconectar para volver a reencontrarme conmigo mismo.
¿Y cómo va la academia que usted fundó en 2006?
Muy bien. Este es el quinto año y tenemos 150 alumnos, aunque desde el primer momento fue un éxito de matriculación. Lo que pasa es que no tenemos espacio físico para albergar a más. Tras cinco años de funcionamiento se puede hacer una valoración, y veo que las cosas funcionan bien. Pero es una pena que no podamos terminar el trabajo. Antes de que se conviertan en profesionales, esos dos últimos años de formación, nos vemos obligados a mandar a las alumnas a otros centros. Tenemos una niña que ha ido a Londres, otra a San Francisco, otra al Conservatorio de Madrid... Yo nunca estoy satisfecho, y me gustaría que pudiéramos empezar y acabar con cada persona.
Echa de menos una Escuela Vasca de Ballet, o un Ballet Nacional Vasco.
Sí, claro, algo así haría falta. Pero estoy contento del gran grupo que hemos formado. No todos los que vienen a la academia quieren ser profesionales, pero nosotros no hacemos distinciones y enseñamos disciplina y respeto. Aún así siguen viniendo todos con la misma ilusión, y eso me llena de orgullo.
Los chicos empiezan a acercarse al ballet clásico, ¿también en Bilbao?
Las cosas han cambiado mucho y no están como hace 20 años. Todavía tiene que cambiar mucho más, porque sigue habiendo más chicas que chicos, pero poco a poco está cambiando.
¿Se trata de falta de sensibilidad?
En el mundo del ballet, igual que en el de la música, la técnica ha evolucionado de forma salvaje. Pero muchas veces a los profesores se les olvida que el ballet no es un mero ejercicio técnico; se supone que es un arte, un medio de expresión, y ahí es donde algunos fallan. Pero los tiempos tampoco acompañan, porque vivimos en la sociedad de la tecnología y de la ciencia. Eso está bien pero no hay que olvidar que lo más importante es el sentimiento.
En el nuevo Consejo Vasco por la Cultura figura Lucía Lacarra como asesora. ¿A usted no le han pedido consejo?
Sí, me han pedido mi opinión antes y ahora. A mí no me importa que me pidan consejo, pero lo que quiero son hechos, y en eso estamos cortos todavía. Creo que están trabajando, dejemos que trabajen y veamos luego los resultados. Yo, de todos modos, soy un culo inquieto y por eso decidí abrir mi propia escuela.
¿Sigue los pasos que está dando el baile tradicional vasco de la mano de bailarines como Jon Maia o Edu Muruamendiaraz?
Sí, los conozco muy bien. Están haciendo un trabajo excelente. Igual que ha ido evolucionando el ballet clásico, tiene que evolucionar nuestro baile tradicional, no hay que asustarse con ese tipo de cosas, y menos cuando se hace como ellos lo hacen: con respeto y con mucho trabajo.
Los vascos también hemos jugado un papel interesante en el ballet clásico, ¿no?
El ballet clásico está plagado de pasos que vienen de las danzas vascas, y esto no es ninguna tontería: el paso del vasco, el salto del vasco, los saltos cruzados de la ezpata-dantza... hay muchos movimientos. El ballet clásico lo crearon franceses e italianos, y uno de esos coreógrafos, que vivía cerca de Iparralde, metió pasos de las danzas vascas. Yo no me canso de decirlo fuera.
Pero no tenemos fama de buenos bailarines.
Es como eso que se dice de que los vascos no tenemos sentido del humor. Me río yo de eso (se ríe)
El bilbaino regresa a su casa y bailará en el Campos Elíseos, un escenario que conoció en sus años de aprendizaje. (Foto: zigor alkorta)
Dokumentuaren akzioak