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"El ballet me ha hecho llorar, pero si volviese a nacer no tengo duda: sería bailarín"

Ion Beitia, bailarín

Egilea
Sandra Atxutxa
Komunikabidea
Deia
Tokia
Bilbao
Mota
Elkarrizketa
Data
2008/04/05

"Como el amor, la flor del edelweiss espera en algún lugar recóndito y prácticamente inaccesible a que alguien la descubra para llevársela a casa. Son tantos los que la persiguen que corre el riesgo de extinguirse y ha tenido que ser declarada especie protegida. Su belleza y fortaleza han alimentado una leyenda viva que esconde ciertos misterios".

Hace más de cuarenta años cuando un periodista vio sobre el escenario del Teatro Arriaga al bailarín vasco Ion Beitia escribió en su crónica que "Ion Beitia es como la flor de edelweiss. Crece donde nada crece. Un milagro". Su habilidad, su fortaleza y su puesta en escena dejaban boquiabierto a quien lo contemplaba. Los comienzos de este veterano bailarín, natural de Güeñes no fueron fáciles. De una familia humilde, Beitia pasó gran parte de su juventud interno en un centro. Fue allí donde aprendió a bailar. "A los doce dejé de bailar porque en la escuela los compañeros me daban palos", explica.

Pero su fortaleza y pasión por la danza curaron las heridas y volvió a ponerse las zapatillas". Ahora, a sus 61 años, dirige en Catalunya un ballet compuesto por 15 bailarines con edades comprendidas entre los 15 y 24 años. Hoy sábado actúa a las 19.30 horas en el municipio vizcaino de Elorrio.

Muchos años sobre un escenario.

Demasiados, sí.

Bailarín veterano.

Nunca mejor dicho. Ya estoy pasado... (ironiza), pero aquí estoy. Sigo en esta profesión.

De pasado nada. Seguro que sobre un escenario lo da todo.

Huy, no lo sé. No voy a intentar, a ver si termino en la UVI (risas).

En sus años de carrera ha encontrado infinidad de obstáculos.

No sabes cuántos, pero a pesar de todo he continuado.

¿Es un ejemplo de resistencia?

Bueno, he aprendido a sobrevivir. Desde niño no he tenido más remedio. Me ha tocado pasar mucho.

¿A base de golpes?

De las malas experiencias se aprende. A mí me han servido para hacerme fuerte, para superarme, para abrirme camino...

Cuando uno se cae, ¿qué tiene que hacer?

Levantarse y seguir.

¿Y cuando las fuerzas flaquean?

Entonces también, aunque es muy complicado.

¿La danza le ha hecho llorar?

Sí, muchas veces.

¿Pero ha merecido la pena?

Sí. (Con rotundidad).

A pesar de todo, ¿eh?

A pesar de todo.

¿Se ha arrepentido?

No, jamás. El ballet me ha hecho llorar, pero no tengo duda: si volviera a nacer, sería bailarín.

Pero no siempre quiso ser bailarín.

Para nada. De niño quería ser futbolista como lo fue mi padre.

¿Cómo se introdujo en este mundo?

Con cuatro años me metieron en un centro interno y allí, Valentina Grigorieva, una profesora del centro me dio clases de ballet. Decía que tenía dotes de bailarín.

En aquella época no era muy común que un niño bailase danza clásica. ¿Fue complicado?

Mucho. Ni te lo puedes imaginar los golpes que me han dado y los insultos que he recibido.

¿Se siente identificado con la historia de Billy Elliot?

Cantidad, pero la historia de Billy Elliot comparada con la mía no es nada. Lo mío fue a lo bestia. Para mí fue mucho más difícil. Tanto que a los doce años decidí dejarlo porque no podía aguantar la situación.

¿Pero Ion Beitia es cabezota?

Como buen vasco, sí, soy cabezota. Si no, ¿cómo crees que habría podido seguir en este mundo?

Años después volvió a retomar la danza.

Lo echaba de menos. Que yo sea bailarín es un milagro. Lo dejé con doce años y volví a ponerme las zapatillas con catorce.

¿Para tanto?

Un periodista de la desaparecida Gaceta del Norte cuando me vio bailar en el Arriaga escribió que yo era como la flor de edelweiss. Un milagro que me dedicase a esta profesión.

En su estancia en Nueva York, los americanos le llamaban ElNijinski vasco.

Así fue. Con dieciséis años me fui de gira con el grupo de danza Olaeta y estuve dos años. El grupo regresó y yo me quedé en América.

Y sorprendió, ¿eh?

Era joven, rápido, con fuerza. Daba un montón de piruetas... muy vasco. A los americanos les encantaba.

Maestro de bailarines. ¿Cómo se siente cuando ve que sus alumnos triunfan en el mundo?

Lo que siento es envidia.

Usted lo tuvo más complicado.

Eran otros tiempos.

Con la experiencia que dan los años, ¿cómo ve ahora el mundo de la danza?

Para un chico ahora es más fácil. Antes había muy pocos chicos en las compañías. Ahora son veinte chicos y veinte chicas.

¿Le han cerrado muchas puertas?

Demasiadas. Cuando regresé de EE.UU. una lesión muy grave me apartó de los escenarios. No me veía con ganas de bailar. Volví a retomar mi carrera y pensé que aunque no pueda bailar, puedo enseñar. A partir de ahí, el tiempo ha ido pasando hasta ahora.

¿Qué sentimientos tiene en su vuelta a Euskadi?

Ilusionado. Aunque en casa no me hayan dado las oportunidades suficientes, siempre es gratificante volver.

¿Siente nostalgia?

Siempre se tiene, pero cuando no te dan oportunidades en tu casa no te queda más remedio que tomar decisiones. Aunque sea duro reconocerlo, en Euskadi no veía futuro. Artísticamente llevaba demasiado tiempo muerto, literalmente muerto. Es difícil salir de una situación así. Lo mejor fue coger las maletas y marcharme. Los bailarines que he formado y que ahora triunfan en otras compañías no regresan a Euskadi. Es una pena, pero ésa es la realidad.

¿Le costó tomar la decisión de irse de Euskadi?

Costó, pero no me arrepiento. En Barcelona me tratan muy bien. Me llevo estupendamente con los catalanes y estoy haciendo lo que me gusta.

¿Se fue a Barcelona en busca de sueños?

Me fui a Barcelona para dar salida a un proyecto que tenía en mi cabeza.

El Ballet de Ion Beitia.

Así es.

¿Un sueño hecho realidad?

Sí, claro. De todos modos yo ya tuve en Euskadi un ballet.

¿Y qué sucedió?

Los bailarines eran tan buenos que terminó desapareciendo.

¿Cómo?

Los bailarines a los que fui enseñando se fueron marchando a otras compañías y me quedé solo. Triunfaron en el mundo.

¿Decepcionado?

No fue fácil. Soy consciente de que mis alumnos también se irán marchando poco a poco. Pero ya no lo paso mal. Mi labor es enseñar. Conseguir buenos bailarines.

Lo pasa mal.

Cuesta hacerse, pero no queda más remedio.

¿Es exigente con sus alumnos?

Lo soy. Siempre les digo: No os voy a pedir lo que yo no sea capaz de hacer o de dar.

Sin esfuerzo no hay resultados.

Así es. Cuando tengo a un alumno delante siempre le digo que no le voy a abandonar. Peleo hasta que consigue llegar. Eso sí, lo tengo claro. Si el alumno se rinde, le abandono. No voy a ser su muleta si no lucha por lo que quiere, si no trabaja duro para conseguir el objetivo que se ha marcado. Nunca pido algo que pienso que no se pueda hacer.

¿Hay que sufrir?

Las ideas hay que tenerlas claras. El sufrimiento, más que físico es psicológico. La danza es como el yoga. Necesitas un tiempo de asimilación. No se puede hacer yoga y el primer día estar relajado. En la danza es parecido. Los chavales se frustran porque no les sale a la primera. Requiere tiempo, dedicación y paciencia.

¿Se ha caído muchas veces a lo largo de su trayectoria?

Muchas, pero me he levantado aunque me haya hecho daño. Para eso los vascos tenemos una muy buena genética. Los golpes no nos dan miedo. A mí, no.

el protagonista

carné de identidad

· Edad. 61 años.

· Lugar de nacimiento. Güeñes.

· Carrera meteórica. Tiene sus primeros contactos con la danza muy joven, con apenas cinco años de la mano de la profesora Valentina Grigorieva. Ya en Bilbao continuó sus estudios en la academia de Victor Olaeta desde 1962 a 1965. Obtuvo su titulación como profesor en el Conservatorio Superior de Danza de Madrid y con la gran profesionalidad adquirida a lo largo de estos años es capaz de competir en la técnica de ballet clásico con otros maestros europeos de prestigiosas compañías como Sttutgart,Royal Ballet,Maurice Béjart,Victor Ullate, Bolshoi... En algunas de ellas estan trabajando como bailarines mas de 30 de sus alumnos, varios de ellos como solistas y estrellas. En el año 1974 creó el ballet folklórico Gure Ohiturak,hasta que en 1980 abrió su propia escuela de ballet en Leioa en la que realizaba la función de director y coreógrafo. Ha colaborado en óperas como 'La Traviata', 'IIGignor Bruschino', 'Rigoleto' o 'Un ballo di Maschera', todas ellas en el Teatro Arriaga.

sus frases

"A los americanos les encantaba ver cómo daba las piruetas y cómo me movía"

"Me fui a Barcelona porque en Euskadi no veía futuro, estaba artísticamente muerto"

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