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El baile como conjuro contra las plagas

Egilea
Jesus P. Ruano
Komunikabidea
Diario Vasco
Mota
Albistea
Data
2002/01/09

«El trasfondo por el que se practicaban las danzas populares en Europa correspondía a acciones conjuratorias contra el mal, sobre todo contra las plagas y las enfermedades como la malaria o la peste. En el Neolítico todos los asentamientos humanos se situaban a las orillas de los ríos, del mar, etcétera, donde la amenaza potencial de infecciones por vía de los insectos era una constante. Y este también era el caso de San Sebastián, que estaba rodeada de juncales. Por ello, el objetivo de los rituales de danza era eliminar las plagas y los insectos que las trasmitían, que amenazaban desde la periferia a la comunidad establecida».



Juan Antonio Urbeltz (Pamplona, 1940), que cuenta con varias publicaciones y trabajos de investigación etnográfica y antropológica sobre las danzas tradicionales vascas, acaba de publicar Danza Vasca. Aproximación a los símbolos. En el nuevo volumen, además de los textos conviven más de seiscientas ilustraciones, entre fotografías y grabados que permiten al lector cotejar y corroborar las tesis que el autor va defendiendo.



En opinión de Juan Antonio Urbeltz, uno de los problemas que deben afrontar los bailes tradicionales populares actualmente es que en muchos casos se han quedado reducidos a meros movimientos mecánicos que han olvidado su significación. «El problema surge cuando las danzas del folclore se repiten como si de un telefilme se tratara. Por ejemplo, la Ezpata dantza no está hecha para que se repita todos los días del año, sino una o dos veces. Cada danza tiene su tempo ritual que es lo que les permite existir en el tiempo. Si se reproducen constantemente, fuera de contexto y sin prestar atención a las significaciones simbólicas es normal que la gente no preste mucha atención. La revisión crítica de la tradición es un imperativo necesario en el ámbito cultural y artístico para su renovación y continuidad».



En el libro se estudia desde un un punto de vista novedoso la cultura neolítica y su incidencia en las culturas tradicionales. Durante diez mil años las culturas agropastoriles de Europa fueron logrando el cultivo selectivo de plantas y la domesticación de animales y también se equiparon con una cultura espiritual, que luego se iría reflejando en las costumbres y el folclore. «Esto permite que el folclore europeo sea una unidad reconocible. Este aire de familia común no se corresponde sólo a una difusión histórica, sino a un fondo cultural común, muy arcaico, que evoluciona sobre sí mismo. En el folclore europeo no hay danzas militares aunque aparezcan armas (bailes con espadas, palos, escudos y arcos). Es un folclore que desde el ámbito simbólico combate contra las plagas, los insectos, y todo aquello que acarrea un mal a la comunidad».



En el volumen, el autor navarro también profundiza en el estudio de las fiestas solsticiales: el Carnaval, el día de San Juan, las fiestas de moros y cristianos en Europa y en el País Vasco o la celebración del Corpus Christi.



El baile de cintas, una alegoría de la vida



«La pantomima alegórica del baile de cintas es una plasmación de la naturaleza azarosa del destino, en la cual los dantzaris van tejiendo su futuro alrededor del palo central», defiende Juan Antonio Urbeltz. «El baile de cintas tiene una estructura que permite al dantzari comprender lo que está haciendo y, por tanto, repetirlo como un rito sin necesidad de aburrirse», añade el autor navarro. En su último trabajo, Danzas vascas. Aproximación a los símbolos, se recoge el significado que subyace en el popular baile de cintas. «El palo central representa al árbol de la vida y cada uno de los bailarines está unido a él por el cordón umbilical, que es lo que simboliza la cinta. El baile, circular como la vida, obliga a los danzantes a cruzarse a izquierda y derecha en un juego en el que las cintas van dibujando un tejido en el palo central. Este cruzar alterno significaría que en la vida todos somos obstáculo, unos para otros, aunque al evitarnos en los encuentros frontales vamos construyendo nuestro destino. Cuando se llega a la mitad del baile los dantzaris están mirando hacia atrás, es decir, que se encuentran en la madurez y la muerte no la ven porque está a sus espalda. Es la plenitud. A partir de ese momento, los cruces se inician en sentido contrario, destejiendo lo tejido. La danza inicia su descenso en un caminar que llevará al ocaso. Al llegar a su fin, el círculo de danzantes se encuentra en la posición inicial cuando sueltan las cintas que asían sus manos. Como alegoría de la vida, la danza ha terminado, por lo que el ocaso y la muerte se adueñan del baile y de los bailarines», desvela Juan Antonio Urbeltz.

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