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Dureza y belleza visual
Crítica, Ballet Nacional de Marsella
La labor de iluminación es de una calidad sobresaliente
alcanzando momentos de gran originalidad y belleza, y las imágenes
proyectadas desencadenan un efecto de subyugante fascinación. Ambas
conquistan el escenario con autoridad y alcanzan altísimas cotas de
plasticidad, relegando en no pocos momentos la danza a un plano de
menor interés. Ésta, no obstante, tiene una presencia constante y
obstinada a lo largo de toda la obra. Despliega un lenguaje
coreográfico muy físico, afilado y preciso, desvelando un trazo veloz,
dinámico y un tanto agresivo en el que, sin embargo, faltó algo de
relieve.
La escenografía disfruta de un protagonismo esencial y, al igual que el resto de los elementos de la obra, se integra perfectamente en el espacio y en el movimiento. Construye y reconstruye repetidamente el espacio escénico a través de un trío de impactantes estructuras que son desplazadas por los propios bailarines y que describen sugestivas líneas.
El espectador, por su parte, se ve abocado a tomar decisiones contínuamente sobre lo que quiere ver, ya que la acción escénica se multiplica sobre el escenario a menudo coexistiendo en él diferentes focos de interés.
Los diecisiete bailarines que poblaron el escenario desarrollaron un exigente trabajo de resistencia con gran pericia técnica. Dentro de su excelente interpretación destacó sobre manera la unidad en los conjuntos. Fue una obra que supo encontrar momentos de gran belleza dentro de la dureza y de su planteamiento.
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