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De mayos y mayas

Diversos ritos sirven para conmemorar en el mes de mayo la vuelta a la vida de la naturaleza

Egilea
Joxemiel Bidador
Komunikabidea
Diario de Noticias
Tokia
Pamplona
Mota
Kronika
Data
2001/05/13

Tradicionalmente, el año ha sido dividido en dos únicas estaciones, uda partia y negu partia, esto es, verano e invierno, recurriendo a la adjetivación para ampliar la terminología, -berri, -azkena. Las fechas de comienzo y final de ambas estaciones han correspondido a diferentes fiestas paralelas. En algunos lugares el cambio de estación ha venido de la mano de San Miguel, el 8 de mayo y el 29 de septiembre. Ya lo dice la jota, "Ya ha llegado San Miguel / Pastores a la Bardena / A beber agua de balsa / Y a dormir a la serena".

En cambio, en otros lugares el cambio estacional se hace coincidir con la festividad de la Santa Cruz, el 3 de mayo y el 14 de septiembre, cantándose entonces: "Ya ha llegado Santa Cruz / Pastores a la montaña / A beber agua de fuente / Y a dormir a la cabaña".

Este día de la Cruz de Mayo se caracteriza por la colocación de crucecitas en sembrados y heredades, casas y caminos, altos y campanarios, y demás lugares señalados. Acompañando a las cruces se procede a la bendición de campos. Estas prácticas no atienden sino a conseguir del cielo el respeto necesario para los cultivos, y cuando el tiempo no transige en ello, no queda más remedio que proceder a la celebración de rogativas.

Junto a las cruces propiciatorias, el elemento rey del comienzo de la primavera ha sido y aún es el mayo, alzado tradicionalmente el primer día del mes, de donde procede su nombre. En el antiguo calendario celta, correspondía esta fecha a la festividad de Beltene, a 40 días del equinocio primaveral; casualmente, si el domingo de Pascua coincide con su primera fecha posible, el 21 de marzo, el primero de mayo celebraremos la festividad de la Ascensión, uniéndose en un mismo día la subida a los cielos del hijo de Dios y el despertar de la naturaleza ejemplificado en los cimbreantes trigos o en el sagrado árbol.

Es el mayo, también maiatza, txara o doniel-atxa, un haya, chopo o pino, según la vegetación propia del entorno, el más alto y recto que los encargados de traerlo al pueblo puedan encontrar. Generalmente el árbol se pela, dejando algunos ramas en su parte más alta. Hay lugares en los que el mayo se corona con telas y papeles de colores, banderines y regalos. En este caso, los mozos deben trepar por el tronco para poderse hacer con alguno de los premios. En otros lugares, de este árbol de la abundancia pendían infinidad de cintas multicolores con las que se bailaron las primeras zinta-danzas conocidas.

Actualmente, el mayo no se alza en tantos pueblos como antaño. Indefectiblemente las prohibiciones religiosas han hecho mella en la costumbre, pero más dañina ha sido la general urbanización globalizadora de las mentalidades, incluso entre la población rural. Aún se alza en localidades como las de la Sakana, Cabanillas o Barillas. En esta última, municipio más pequeño de la Ribera junto a Tulebras, los mozos saldrán en busca del mayo en las mezetas de San Isidro, trayendo el mejor chopo que vean de las orillas del Queiles, y si está en el término de Monteagudo mejor que mejor. Tras ello bailarán en torno al tótem vegetal, y aunque tal vez no sean danzas rituales, disfrutarán al son de la música de El Pelotari o con el vals de la escoba.

En otros lugares ha sido recuperado añadiéndole nuevos elementos, como el Judas que adorna el tronco de Murieta, trasnochadamente desmochado por imperativos ficticios, asemejándose con ello a aquellos reglamentadores impopulares que con total impunidad organizaban la vida, tanto laboral como festiva de las gentes normales.

Junto al mayo también salían las mayas. El sacerdote natural de Utrera Rodrigo Caro, autor de una relación costumbrista-festiva, por entonces no se llamaría aún folclórica ya que la redactó en la primera mitad del XVII, titulada Días geniales o lúdricos, dedicó todo un diálogo, el sexto, a que sus dos personajes, don Pedro y don Fernando, platicaran sobre "la estimación de los muchachos, mayas y sus ritos". De esta manera describió la fiesta como se hacía en el XVII: "Júntanse las muchachas de un barrio o calle, y de entre sí eligen la más hermosa y agraciada para que sea la Maya; aderézanla con ricos vestidos y tocados, corónanla de flores o con piezas de oro y plata como reina; pónenle un vaso de agua de olor en la mano, súbenla en un tálamo o trono donde se sienta con mucha gravedad y majestad, fingiendo la chicuela mucha mesura. Las demás la acompañan, sirven y obedecen como a reina, entretiénenla con cantares y bailes y suélenla llevar al corro. A los que pasan por donde la maya está piden: para la rica la Maya; a los que les dan rocían con agua de olor, y a los que no, les dicen, barba de perro, que no tiene dinero, y otros oprobios a este tono".

La descripción de Caro no se aleja demasiado de lo realizado en Arraiotz. Los primeros en describir la fiesta de este pueblo baztanés fueron Aingeru Irigarai y Julio Caro Baroja, quienes publicaron un artículo sobre el tema en la revista Euskalerriaren Alde de 1913. El primero tuvo noticia de la misma gracias a un lugareño, S. Bengoetxea, quien le dio cumplida cuenta de esta fiesta, que a lo que parece, ya estaba en claro declive.

Salían las niñas arraioztarrak, de diez a doce, el último domingo del mes de mayo. Elegían una erregina a la que acicalaban con profusión cargándola de claveles rojos y blancos y otras flores a modo de corona. Piden a los viandantes y de casa en casa cantando: "Erregina ta saratsa / Nescatxa eder garbosa / Ela ola etxekoandrea / Atera zaite leihora / Leihora ezpada atera".

Existían estrofas diferentes dependiendo de quién era la persona a la que se le hacía la petición, agradeciendo la dádiva o maldiciendo la tacañería del que declinaba colaborar: "Utzan, utzan ixilik / Orrek ez din dirurik / Or diaukan boltsa zahar bat / Zorri zuriz beterik / Akio ta makio / Lepa hezurre hausten balakio / Hi barber ta ni miriku / Egin arteraino / Sendatu ez balakio".

Se mantuvo la tradición hasta la guerra del 36, perdiéndose entonces. Con todo, el declive de esta fiesta en otros lugares es muchísimo anterior a este siglo, ya que se conocen prohibiciones como la dada por el obispo de Pamplona Juan Grande en 1692 para los habitantes del valle de Oiartzun. Parece que algunas de estas mayas se transformaron en las llamadas angélicas, niñas que en el mes de mayo salían a postular limosnas y que ofrecían flores a la virgen. Con posterioridad, este antiguo rito se ha vuelto a celebrar en Arraiotz, formando parte además del repertorio habitual de muchos de los grupos folclóricos urbanos.

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