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De la apoteosis visual a las arias de danza
Crítica, Ballet y Orquesta del Teatro Nacional de Brno.
LOS aficionados al ballet clásico agradecemos sobremanera el tremendo esfuerzo hecho por el Baluarte al traer una compañía estable con su orquesta para ofrecer dos grandes obras del repertorio. Hoy día ver ballet con la orquesta en el foso es un verdadero lujo; y esta circunstancia ha sido, sin duda, uno de los grandes activos de las dos representaciones hechas por los de Brno.
De entrada hay que decir que estamos ante una compañía estable con larga tradición balletística, por lo que la corrección está garantizada. El engranaje de estilo, incluso de escuela, es perfecto en todos los bailarines; y la continuidad de la más pura tradición es como un mandamiento a seguir a ojos cerrados. Los decorados, el vestuario, la iluminación... están al servicio de ese lenguaje de pantomima que se empeña en la descripción al pie de la letra del argumento que, como ocurre en muchas óperas, casi nos resulta infumable. Es lo de menos. Es sólo la excusa para enmarcar la prodigiosa artificiosidad de la danza clásica; su belleza inagotable que nace de la disciplina, de la musicalidad y del buen gusto.
Si la danza es un espectáculo eminentemente visual siempre; esta característica se ve incrementada en La Bayadera , una obra que despliega riqueza de vestuario y variedad de tipos al desarrollar su argumento en un país exótico como la India. La tramoya de Brno está, sin duda, bien surtida de trajes y la compañía desplegó un bello espectáculo visual, muy elegante, en los sucesivos cuadros del primer acto. El desarrollo de esta obra resultó entretenido, vistoso, pero algo falto de estrellato en las primeras figuras. Desarrollo correcto del cuerpo de baile, y poca emoción en los solistas que resultaron un tanto fríos en las evoluciones del ballet blanco del segundo acto. Es de justicia mencionar el magnífico solo de violín y violonchelo por parte de los solistas de la orquesta, y la impecable actuación del arpa.
Giselle , por el contrario, menos espectacular en su planteamiento, fue, sin embargo, una delicia y una gran lección de danza por parte de su protagonista Jana Pribylová. Por supuesto que el primer acto resulta colorista; pero esa manía de acotar tanto el espacio con dos cabañas de madera y diverso atrezzo, agobia un tanto al espectador que, a estas alturas, prefiere espacios más diáfanos. Pero el segundo acto fue uno de esos hallazgos que quedarán para el recuerdo. Ya la salida a escena de Eva Seneklová como reina de las hadas fue elegante, impecable en puntas, ordenando al resto de willis que desarrollaron su cometido con gran profesionalidad. También Richard Krocil, en el rol de Albert, demostró una rotundidad y fortaleza en el salto francamente admirables; con esa mezcla tan atractiva de virilidad y clasicismo. Y una Giselle con las dotes fundamentales de este papel, el lirismo y el dramatismo. Me gustó especialmente de esta bailarina -luminosa, no alta, aérea- el continuo legato que imprimía a su danza. El dramatismo de la Giselle es de tono elegíaco, sobrio y comedido; en ella hay pasos arriesgados, pero no de coloristas piruetas; de ahí que su danza final sea de elevación larga y pausada, de naturaleza incorpórea que se logra con la continua subida a puntas; de profunda intimidad que resume el continuo cambio de este personaje: desde la vitalista campesina hasta el espíritu que vaga por el bosque, pasando por el amor y la locura. Fue muy aplaudida por el público, junto a todo el elenco.
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