Dokumentuaren akzioak
«He ido siempre de aquí para allá sin pensármelo nunca dos veces»
Jordi Casanova, bailarín del 'Kuattro Dance Ensemble¡'
Es un hombre que siempre toma impulso: contiene el aliento y vuela.
Aunque sea unos segundos, es capaz de rozar el cielo. Jordi Casanova
descubrió su vocación en la adolescencia: «Quería ser bailarín a toda
costa». No pensaba en otra cosa cuando miraba el techo del hospital. «A
los 17 años, me rompí una pierna -la tibia y el peroné- mientras
ensayaba un salto en la academia de Llodio», recuerda en conversación
telefónica desde la ciudad danesa de Holte. Allí trabaja en la compañía
'Kuattro Dance Ensemble', a las órdenes de la coreógrafa Ingrid Tranum,
su novia desde hace cinco años. Él tiene 29.
Cuando mira hacia
atrás, le da un poco de vértigo: «He ido siempre de aquí para allá,
nunca me lo he pensado dos veces». Llodio, Bilbao, Nueva York y Londres
han sido las paradas de una trayectoria que arranca cuando entró «por
cachondeo» en una clase de ballet. Él entonces practicaba karate. «Son
disciplinas distintas, pero hay baile en ambas: movimiento, ritmo...».
Su
vocación artística no es temprana pero sí arrolladora: a los 16, empezó
a ejercitarse en la barra; a los 17, sufrió un accidente que lo dejó
fuera de juego un año entero, y a los 20, se fue a Nueva York para
perfeccionar su técnica en danza moderna. «La gravedad de la lesión me
impedía hacer carrera en el ballet clásico, por eso opté por buscar
alternativas». El jazz y el baile de salón eran otras de las
disciplinas que Jordi estudiaba con ahínco en la academia de Ana Rosa
Tercero en Algorta, poco antes de partir a EE UU. Se le había quedado
pequeño Llodio, sólo iba a dormir y a cargar pilas: «El bar Blanco
siempre ha sido mi cuartel general, allí quedaba con los amigos para
jugar una partida de dardos, tomar potes... ¿Cómo lo echo de menos!».
Jordi siempre vuelve en Navidades.
«Hay favoritismos»
No
obstante, él se defiende muy bien solo. Se fue con 20 años a la Gran
Manzana sin saber inglés ni conocer a nadie. Lo único que tenía claro
eran sus ganas de comerse el mundo: «Me ofrecían la oportunidad de
estudiar en la escuela de danza de Martha Graham, ¿y allí me fui de
cabeza!». No hubo grandes sorpresas: nada más salir del aeropuerto
comprobó que «todo era igual que en las películas: muchos rascacielos,
taxis amarillos...». Jordi se zambulló en la vorágine, depuró su
técnica Graham -basada en contracciones y distensiones musculares- y
acabó conociéndose el Central Park como las calles de Llodio. «Fue lo
único que me chocó de buenas a primeras. No me imaginaba un parque tan
bien cuidado y tan grande - 3,41 kilómetros cuadrados- en medio de una
macrometrópoli como Nueva York. Era una gozada. Me iba a pasear todos
los días...». Los tres meses en EE UU volaron como un suspiro.
Al
regresar a Euskadi, decidió matricularse en el Centro de Estudios
Musicales y Artes Escénicas Juan de Antxieta, en Bilbao. El ballet
clásico y la danza contemporánea llenaban su tiempo, tenía confianza en
su futuro y no escatimaba energías. «Debes volcarte en cuerpo y alma,
es lo primero que tienes que saber si te quieres dedicar a esto... No
puedes dormirte en los laureles. Por eso, yo no dudé luego en irme a
The Place London Contemporary Dance School». Tenía 22 años y los pies
ligeros.
Una vez en Inglaterra, se rompió el tendón de Aquiles
en la misma pierna que se había lesionado de chaval. «Fue un golpe muy
duro, pero ahí me quedé: trabajando en el gimnasio, haciendo pasos de
ballet poco a poco...». No había tiempo para lamentaciones, tenía que
trabajar. Su familia lo apoyaba incondicionalmente.
Sólo las
desavenencias con el centro - «siempre hay favoritismos»- terminaron
haciendo mella en su ánimo. «Regresé a Bilbao porque estaba harto,
llevaba dos repitiendo el primer curso y no podía más». Ni siquiera su
novia, alumna también en 'The Place', pudo retenerle. Se olvidó de la
danza: estuvo trabajando como 'barman' durante cuatro meses. La
vocación, sin embargo, sólo estaba dormida. Bastó una llamada
telefónica para despertarla. «Ingrid me avisó de que había una audición
en Londres. Me fui sin dudarlo y me aceptaron. Se trataba de irse a
Copenhague para una producción. Luego, una vez allí apostamos por
montar una compañía». Jordi vive en Dinamarca desde 2003. Y sigue
volando como el primer día, cuando se queda suspendido en el aire, el
tiempo se detiene. Jamás renunciará a esa magia.
En la familia de Jordi Casanova, los hay que han nacido con un don: su madre tocaba el saxofón en la banda de Llodio y su hermana está estudiando Bellas Artes. «Ya, parece que esto va en los genes, es una inclinación más fuerte que uno mismo...», reconoce el joven bailarín del 'Kuattro Dance Ensemble'. Lleva tres años en Dinamarca y ha recorrido gran parte del país nórdico con las producciones que prepara su novia, Ingrid Tranum. «Además de daneses, tengo compañeros de Suecia, Euskadi, Grecia, Gran Bretaña...». La mayoría reside en sus respectivos países y se reúnen sólo con motivo de los montajes. «Todavía no nos hemos dejado ver mucho en España. El año pasado, estuvimos en Vigo y el próximo mes de julio iremos a Burgos». Les sobra entusiasmo aunque no se les escapa que «la danza es la Cenicienta del arte, siempre se le dan primero las subvenciones a la ópera y a los conciertos...».
Dokumentuaren akzioak