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Danzas morris, origen y metáfora, un ensayo de Juan Antonio Urbeltz

Egilea
Alfredo Feliú Corcuera
Komunikabidea
Euskonews
Mota
Erreseina
Data
2008/01/04

Andando el tiempo, los ecos del extraño suceso, llegaron a las manos del que, posteriormente, vino a ser, probablemente, uno de los más significados antropólogos, coreógrafos, musicólogo, dantzari él mismo, y director de un reputado conjunto de bailes tradicionales, con que contamos todavía, y que lo sea por muchos años. Nos referimos al conocido analista de la cultura vasca de origen navarro Juan Antonio Urbeltz (Pamplona, 1940), autor de numerosos e interesantes libros, como Dantzak, El problema del zortziko, Bailar el Caos, La danza de la osa y el soldado cojo, Los bailes de espadas y sus símbolos, Euskal Herria eta Festa, etc.

¿Cómo es posible -tuvo que preguntarse, por ejemplo- que haya bailes de origen moro, sarraceno, morisco, o como quieran llamarles, en el corazón de Inglaterra? Que sepamos, la invasión agarena del siglo VIII no pasó de Poitiers, a Dios gracias, detenida por la hueste de Carlos Martel. Tiene que haber alguna explicación no correlativa a los hechos históricos, ni derivada por un contagio tan intenso durante el tiempo de las Cruzadas, ni el orgullo inglés lo hubiera permitido en ninguna de sus expediciones, más recientes, por tierras del Islam.

El asunto era todo un desafío para un especialista como Urbeltz, motivado, además, por los paralelismos observados con el mundo de folklore vascongado. Largo tiempo ha pasado ya -según sus propias declaraciones- desde que en su mente se alumbrara la chispa, quizás más intuitiva que reflexiva, de una posible explicación y esta fue de carácter idiomático, oral, silábico, más que significante. En su opinión, una confusión morfo-semántica de dos raíces, de dos sintagmas parecidos, que encontró a propósito de la palabra “mooren” y sus derivados, grupos de campesinos del siglo XII, que se ocupaban de drenar las zonas pantanosas, infestadas, por supuesto, por toda clase de insectos deletéreos. El “moor”, o “moro” (como habitante de las “moorlands”) revelaba así una nueva vía que nada tenía que ver con las tesis manejadas de carácter estrictamente historicista. Y Urbeltz empezó a tirar de este hilo.

Tiró y tiró hasta que, con apoyo de una vasta erudición y sus rastreadores viajes por media Europa, llegó a establecer una tesis nueva y “revolucionaria” -valga la palabra- y ésta es de ámbito paneuropeo y milenario, remontada hasta épocas aurorales en las que, frente al caos terrorífico y destructivo de las fuerzas naturales -hambres, catástrofes, enfermedades, animales temibles y depredadores, etc.-, los desvalidos hombres de aquellos lejanos tiempos primitivos no tenían más defensa que las prácticas mágicas y chamánicas. De manera, por ejemplo, que los diferentes pasos y evoluciones de sus danzas no eran sino rituales y exorcismos puestos en un lenguaje gestual y simbólico con el fin de asegurar la buena fortuna y la salubridad personal y colectiva en la caza, las cosechas, los combates contra otros clanes y el alejamiento de pestes y enfermedades infecciosas.

Dantzaris suletinos. Año 1929
Dantzaris suletinos. Año 1929

Con sus movimientos danzados, giros, saltos, golpes, disparos de manos y pies, el primitivo evoca sus tótems protectores, reza, conjura, ayuna, se disfraza, confiesa públicamente sus pecados, destruye o expulsa figuras de chivos expiatorios, crea mágicamente escudos protectores contra la omnipresente sombra del Mal, que forma parte constituyente de la Naturaleza. Y fue así cómo se conformó, ya de los inicios del Neolítico, un marco universal de prácticas pseudo-protectoras, de rituales danzados, que se fue extendiendo por toda Europa y trasmitiendo de generación en generación, filtrándose a través de las diferentes ideologías religiosas a lo largo de los siglos, de los milenios, como un fondo común de muchas expresiones de lo que hoy en día conocemos como folklore o danzas y fiestas folklóricas. Y más específicamente -según Urbeltz- en aquellas áreas de mayor concentración humana a orillas de los ríos, focos de mayores avances culturales pero, focos, también, en los pantanos y humedales, de una vivísima reproducción de moscas, mosquitos y tábanos de toda especie que martirizaban -con frecuencia en alados y mortíferos nubarrones-, tanto a los seres humanos como a sus animales ya estabulados y domesticados, trasmitiendo toda clase de fiebres palúdicas e intestinales, infecciones, pestes bovinas, lengua azul, etc. Los feroces mosquitos -esos pequeños vampiros, portadores de los “plasmodium”-, arruinaron ciudades y civilizaciones enteras, debilitando progresivamente la fuerza natural, la energía de vivir de tribus y de culturas muy antiguas. Añádase a ellos otros agentes tan calamitosos como fueron las langostas, uno de los más terribles insectos fitófagos con que se han enfrentado los hombres a lo largo de su historia, con millones de hambrientos individuos capaces de ocupar cientos de kilómetros cuadrados.

  Danzas “morris”, origen y metáfora
Danzas “morris”, origen y metáfora.

Según esto, la tesis de Urbeltz sostiene que las danzas “morris” no tienen nada de moriscas y que se integran en un conjunto de afinidades que presenta el folklore europeo, y se fueron fraguando en este lejano periodo. “Los tiempos neolíticos debieron inspirar -dice Urbeltz en su libro-, además del Carnaval y las fiestas solsticiales, estas danzas que nacieron como antídotos contra las plagas y enfermedades, iniciando allí el largo recorrido que las ha traído hasta hoy”. Países como Inglaterra, Flandes, Holanda, Alemania, Suiza, norte de Francia, etc., han tenido variantes coreográficas propias -añade el ensayista vasco. En estas variantes se ha dado el tiznado negro de las caras, los cascabeles en las pantorrillas, las bandas de seda cruzando el pecho, cintas rodeando muñecas y brazos, sombreros adornados con espejos y flores, espadas, palos y pañuelos. Y, como hemos visto, muchos de estos elementos de las danzas y las danzas mismas, no son sino disimuladas metáforas de los odiosos insectos mencionados y sus perversos efectos epidemiológicos, incluido el País Vasco, como salta a la vista por su indumentaria en ciertos casos, no tan singulares y exclusivos como creíamos. Y desde luego, sin la menor relación o influencia con otros folklores o festejos afroasiáticos.

El libro de Urbeltz, Danzas “morris”, origen y metáfora, con una impresionante bibliografía y más de 200 notas explicativas, constituye, por otra parte, todo un alarde de ciencia antropológica de primer orden que se difunde, a espuertas, por sus páginas sobre muchas otras consideraciones arquetípicas, mitológicas, literarias y metafóricas de todo tipo, que serán fuente de seguro placer intelectual -es muy fácil de leer- para todo el que guste deleitarse con estas nuevas e interesantes perspectivas que abre nuestro autor. Así para, después, con conocimiento de causa, posicionarse a favor o en contra de ellas según su personal criterio, que el tema no es baladí precisamente.

William Kimber “bailando” los pañuelos William Kimber, informante de Cecil J.Sharp, “bailando” los pañuelos como si fueran espantamoscas. Fotografía publicada en el libro “Danzas morris, origen y metáfora” de Juan Antonio Urbeltz.

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