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Danzantes y el fantasma de la despoblación
La XXVII Muestra de Danzadores de la Diputación reúne a grupos de Burgos, Palencia, Segovia y Guadalajara y evidencia el empeño de los pueblos por mantener su folclore y las dificultades por conseguirlo debido al éxodo rural
Unos han hecho virguerías para mantener el grupo año tras año olvidándose de él solo durante la Guerra Civil como los de Valverde de los Arroyos (Guadalajara); otros han seguido hacia adelante con breves concesiones como cambiar la fecha de la celebración y contar en el banquillo con alguna mujer como suplente, léase Rabanera del Pinar (Burgos); y algunos han logrado resurgir de sus cenizas cuarenta años después de la quema por el tesón y el empeño de las mujeres, que han tirado del carro en Villamediana (Palencia). Las circunstancias de cada uno de estos grupos de danzadores son distintas, pero todos tienen un hilo en común: la despoblación los ha obligado a renovarse o morir (a algunos también a resucitar).
Y ese fantasma sin sábana e invisible se paseaba ayer entre cajas del Teatro Principal durante la XXVII Muestra de Danzantes y Danzadores de la Diputación. Junto a los tres grupos citados salieron a escena los de los pueblos burgaleses de Cerezo de Río Tirón y Baños de Valdearados y del segoviano Bernuy de Porreros.
«Se trata de poner en valor una manifestación de nuestra cultura popular muy importante como son estas danzas rituales ligadas a una celebración concreta, en muchos casos el Corpus, y mantenerla viva», destaca José María Saiz, jefe de la Unidad de Cultura de la Institución Provincial en sustitución de Salvador Domingo, que también se paseaba por los camerinos.
Admite el problema de la despoblación para su mantenimiento -«el combate es muy difícil frente a ese hecho inexorable del abandono de los pueblos»- y observa su victoria en algunas localidades con la consiguiente desaparición de ese acervo cultural, pero al mismo tiempo saca pecho porque «Burgos es la provincia de Castilla y León donde mejor se conserva».
Da fe de ello Tinín Elvira, responsable del grupo de Rabanera del Pinar. Su trayectoria nunca se ha interrumpido y tampoco ha estado en peligro de extinción. Es más, observa, pueden presumir de cantera.
«Nuestra media de edad es de veinticinco años y tenemos a gente joven aprendiendo, incluso hay muchos niños que ya quieren entrar», sostiene. Advierte que sí han tenido que hacer algunos cambios. Ninguno dramático. Se han centrado en mover a agosto las danzas que antes se hacían en torno a las Candelas, en febrero, para aprovechar el bullicio estival del pueblo serrano, o dar entrada a las mujeres.
Esta ha sido una de las novedades introducidas por la despoblación en estos grupos, tradicionalmente masculinos. Ahora su continuidad muchas veces depende de ellas.
El ejemplo más claro ayer en el escenario del Principal era el representado por las invitadas palentinas. Hace once años, las mujeres se empeñaron en rescatar las danzas bailadas en honor a Santo Tomás, un patrimonio artístico perdido en los últimos cuarenta. Empezaron haciéndolo en agosto, aprovechando la presencia de veraneantes, y Ariana García, con orgullo dice que este mismo año han recuperado la fecha original, el 7 de marzo. Y, vive Dios, que no volverán a perderlo otra vez.
La muestra, única de sus características en España, invita a participar a formaciones de otras provincias, que dibujan situaciones similares a las burgalesas.
Emilio Robledo es el responsable de la de Valverde de los Arroyos. Ocho danzadores, el gaitero y el botarga llegaron ayer a Burgos para mostrar un botón de sus danzas rituales, ligadas a la Octava del Corpus. Reconoce que pocas son las ocasiones en las que se las puede ver fuera del pueblo. Estos bailes pierden encanto, pero cree que es importante que se conozcan. «El objetivo de esta muestra es el mismo que el nuestro: poner en valor danzas rituales de tipo ancestral vinculado a fiestas religiosas», destaca minutos antes de trasladar al público a otra época y lugar.
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