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Danzantes de Ochagavía, tradición y transmisión
El Santuario de Muskilda, escenario de una de las más antiguas y originales muestras del folclore navarro
A cambio, en el otro lado de la balanza, nuestra tierra acoge actos, tradiciones y expresiones folclóricas que son auténticas reliquias por su antigüedad, por sus formas, por sus indumentos, o por todo ello en su conjunto. Actos como el Tributo de las Tres Vacas, los encierros -en particular el toro con soga-, el descenso de almadías, y determinadas danzas, por poner tan sólo algunos ejemplos, son elementos que debían de estar protegidos y mimados a nivel institucional, igual que se hace con una catedral, un puente, un palacio, una muralla, o un enclave natural; y en lugar de estar recortando las ayudas económicas que desde la Administración se conceden y que en algunos de estos casos mencionados se percibe cómo la falta de apoyo institucional hace tambalear la continuidad de determinados actos, lo que haría falta es que la propia Administración incentivase e instase al mantenimiento de estas expresiones folclóricas para garantizar su continuidad.
Hoy vamos a acercarnos a una de esas expresiones de nuestro folclore que se caracteriza por su antigüedad, su vistosidad, y por el maravilloso entorno natural en el que se desenvuelve. Hablamos de los danzantes de Ochagavía, es decir, de ocho dantzaris y de un bobo.
8 de septiembre
Mañana, 8 de septiembre, el santuario de Nuestra Señora de Muskilda, en Ochagavía, será testigo mudo de la reedición, un año más, de unas danzas primitivas que al menos de forma documentada se repiten este día y en este mismo escenario desde hace algo más de trescientos años, sin que esto quiera decir que su antigüedad pueda ser muy superior.
Es esta, sin duda, una buena excusa para que nos acerquemos hoy a la historia de este grupo de danzas, de sus músicas, de sus bailes, y de sus indumentarias, pues nada de ello tiene desperdicio. Son los danzantes de Ochagavia un ejemplo claro de reliquia y tesoro folclórico que tiene un doble valor, el de su antigüedad y el de su transmisión generacional ininterrumpida. Basta con ver y apreciar el sentimiento tan fuerte que los vecinos de Ochagavía sienten hacia sus danzantes, todo un signo de identidad, para entender la importancia que para ellos tiene la fecha de mañana, una fecha en la que honran a su patrona, y lo hacen de la forma que mejor saben hacerlo, danzando.
El arraigo que estas danzas tienen en estas gentes salacencas es difícil de entender, y mucho más de explicar. Cuando ellos han salido, como lo van a hacer ahora después de fiestas, con sus rebaños hacia la Bardena, en ese kit trashumante va algo más que unas ovejas, unos chotos, unos pastores y unos perros; va la identidad y la sangre de un pueblo y de un valle, identidad y sangre que han esparcido por toda la Ribera de Navarra en la que es frecuente encontrar -igual que sucede con los roncalesesapellidos de este valle, topónimos del euskera salacenco, e incluso indumentos y tradiciones salacencas. Que nadie piense que es casual la expansión del paloteado, o paloteau, por tantos y tantos pueblos de nuestra Ribera, especialmente en la ribera del Ebro. Hasta allí llegó, desde el Salazar, por vía trashumante, a través de la cañada esta danza de palos. Queda para los estudiosos el análisis de la relación entre el paloteado de los danzantes de Ochagavia y el de la Ribera, una relación que ya nadie o casi nadie cuestiona.
Pero volvamos al 8 de septiembre que es cuando Ochagavía celebra su fiesta en torno a la Virgen de Muskilda, el mismo día precisamente que la Iglesia conmemora la Natividad de la Virgen. Sabemos que de las danzas que se bailan ante ella, de la figura del bobo, y de la indumentaria de los danzantes, y de otros muchos aspectos que este ritual tiene, se han apuntado infinidad de hipótesis sobre sus causas y sus orígenes, pero no dejan de ser hipótesis con más o menos fundamento, pero muy interesantes y razonadas.
Sin embargo, con los documentos que actualmente existen, es decir, basándonos en realidades documentadas, podemos decir que las danzas de Ochagavía han estado, al menos desde hace algo más de trescientos años hasta ahora, estrechamente ligadas a Nuestra Señora de Muskilda y a su fecha del 8 de septiembre.
El primer documento que cita expresamente a los danzantes de esta villa, según recogen Rosa Villafranca y Angel Mª Aldaia en su libro Danzas de Ochagavia. 300 años de historia (Pamplona, 1996) -fuente documental de este reportaje-, corresponde a tres hojas manuscritas en las que aparece la relación de gastos e ingresos que tuvo la Basílica de Muskilda durante el año 1695. En el apartado de los gastos encontramos la primera referencia documental, y además con citación expresa del bobo, de los danzantes, del maestro de danzas..., y aquél texto decía así: Item assi mismo se libran a Joseph Goiena, Juglar, tambor ocho danzantes y Vobo por la ocupación del sobre dicho dia de Nra. Señora de Musquilda dia ocho de sep. e Incluiendo la enseñanza de los Danzantes cincuenta y seis reales....
A partir de este momento es cuando los archivos nos permiten, con su información, recrear con más o menos detalle la historia de estas danzas y de estos danzantes. Y esto nos hace comprobar cómo Ochagavía, cuya parroquia se ha autoabastecido siempre con clérigos y abades oriundos de esta villa, se mantuvo al margen de aquella corriente eclesial que a mitades del XVIII hizo que muchos obispos exhortasen, bajo pena de excomunión, a suprimir bailes y gigantes, y a prohibir la presencia de juglares en las celebraciones religiosas, manteniendo a cambio los salacencos a sus danzantes, a sus juglares y a sus gaiteros como una pieza indispensable de la celebración cada 8 de septiembre del día de la Natividad de la Virgen. Aquella exhortación de los obispos supuso en Navarra el final de muchas danzas y de no pocos gigantes y cabezudos. Pero Ochagavía, en lo eclesial, parece que iba a otro ritmo, y el Patronato de Muskilda no sólo mantuvo las danzas entonces ante la Virgen, sino que en épocas difíciles y dramáticas como la que vivió esa villa tras su incendio y destrucción en 1794 tampoco se encontró motivo para dejar de bailar.
El siglo XIX trae consigo mucha más información que, desde los archivos, nos permite seguir más de cerca y con más detalle los avatares de este grupo de danzas. Danzas estas que se vieron forzadas a pequeñas interrupciones a causa de las diferentes guerras; y danzas estas de las que descubrimos que el 8 de septiembre ya no tenía la exclusiva, sino que el 28 de agosto, día de San Agustín, quedaba institucionalizado como antesala de la actuación del 8 de septiembre, se supone que a modo de ensayo.
Pero el siglo XX, a diferencia de las épocas anteriores, nos ha dejado algo mucho más valioso, que son las fotografías. Mención especial para el reportaje fotográfico que en 1924 hizo Roldán en el que recogió la indumentaria y las danzas con todo lujo de detalles.
A su vez nos encontramos con que en este siglo el sentido religioso del grupo pierde fuerza, aunque no por ello deja de estar presente en las celebraciones tradicionales religiosas a las que nunca ha faltado. Y lo más curioso es que este grupo folclórico sale ya al exterior exportando sus danzas y representando a Ochagavía en numerosos actos y eventos que se celebran en Navarra y fuera de ella. Allí están las imágenes y los documentos de la pañuelo dantza, de la katxutxa, de la burunba, o de la makila dantza.
Indumentaria
Si algo tienen de particular los danzantes de Ochagavía es su indumentaria, por lo menos la del bobo. Sobre su historia los documentos no nos aportan tantos datos como se quisiera, aunque nos permiten descubrir, por ejemplo, que a principios del siglo XIX se adornaban ya con cascabeles; e incluso los viejos papeles son ya capaces en esa época de enriquecer la información sobre esta indumentaria aludiendo en su complicada escritura a las composturas de los vestidos, a los nombres de las telas que se usaban para hacerlos, a la primacía del algodón, a las alpargatas, a los gorros, etc. Todo ello nos ayuda a recomponer la imagen aproximada de aquellos primitivos danzantes, ataviados con calzones y camisa de algodón, gorros, alpargatas y cascabeles. Conforme avanzaba el siglo las fuentes documentales van siendo todavía mucho más explícitas en los detalles; nos hablan ya de camisa y calzoncillo de color blanco, de la incorporación de encajes a las camisas y de puntillas a los calzoncillos, de cintas de seda de colores, de gorro con galones, badana y forro... En fin, una imagen muy similar a la que conocemos en nuestros días.
Quien vestía, y viste, diferentes a todos es el bobo. Diferente es su gorro, diferente son las prendas (de bayeta y paño), y también los colores de estas. Y este a su vez también tuvo su pequeña evolución: las prendas arlequinadas que hoy vemos verdes y rojas en el siglo XIX fueron azules y rojas. Aunque sin duda lo más llamativo es su máscara bifronte y su alforja que emplea en coreografías muy concretas. En fin, estas son tan sólo algunas pinceladas, muy pocas, con las que he querido recordar a este grupo de danzas en la víspera de su fiesta principal. Se podría hablar mucho más: de sus viajes, de su historia menuda, de sus músicas y de quienes las hacen sonar -esto lo dejo para personas más ilustradas musicalmente-, de los documentos escritos y gráficos...; pero para todo habrá tiempo. Mañana por la mañana la ermita de Muskilda, y su Virgen, y los vecinos, y los forasteros, vibrarán y se emocionarán con la repetición un año más de una coreografía con música, danzas, indumentos, e imagen mariana, que encuentran en este paraje salacenco un marco incomparable. Merece la pena acercarse, y saber ver en cada uno de esos elementos toda la historia que hay detrás, transmitida de generación en generación, como debe ser.
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