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Danza tradicional y norte espiritual

Los grupos de la Ribera tudelana aportan cinco actos coreográficos a lo largo del año

Egilea
Joxemiel Bidador
Komunikabidea
Diario de Noticias
Tokia
Pamplona
Mota
Erreportajea
Data
2000/09/17

Uno de los fundamentos principales de esta atávica reflexión es de profunda raigambre católica, esto es, en el imaginario de la reconquista cada nuevo reino hizo su apología de la nórdica montaña jamás hollada por los árabes de la que partió la recristianización de la península, no sólo la mítica Covadonga de Pelayo, sino también el alto Pirineo desde el que se rehace todo Aragón, según la Crónica de Vagad de 1499.

Es este Pirineo un paraje mítico, equiparado al monte Ararat, desde el que el quinto hijo de Jaffed inició su poblamiento en la remota antigüedad y desde el que los últimos cristianos que jamás han sido dominados por los moros inician aquella reconquista que no es sino el restablecimiento de la justicia histórica. Los ecos de tamaña hazaña no han sido tan sonoros en el viejo reino de Navarra, sin duda por el estrangulamiento geográfico al que se vio sometido por sus vecinos y que impidió la ampliación de la Extremadura foral o Erriberri. En cualquier caso, el origen que hace de los valles montañeses cuna hidalga perpetuadora de la idiosincrasia navarra es este mismo que acabamos de citar.

Claro que más tarde, y con la llegada de la ideología nacionalista, todo esto queda más difuminado aún si cabe, entreverado y equívoco. Es por ello que seguimos moviéndonos en una maraña brumosa de sentimientos confusos, imágenes borrosas, sensaciones indefinidas, y conceptos faltos de formulación, pues en la sinforma radica la fuerza de la idea. Y así pues, tenemos a un presidente que baila el Agur Jaunak, y que cuando visita la Casa Navarra de Rosario en Argentina es agasajado con el Agurra, parte de la Danza Real guipuzcoana, y con diversas piezas de la mascarada de Zuberoa, valle pirenaico enclavado en la vertiente norte francesa, y que a pesar de no ser ambas danzas navarras, ya forman parte del complejo entramado mítico del que estamos hablando, por lo que son totalmente válidas, a pesar de que, como es obvio, no son hechas para un político nacionalista, y que a la postre, éste es seguramente conocedor de todo el tomate.

Es además el elemento de la danza uno de los más importantes componentes de la mitología navarra. Una de las razones es su carácter efímero, esto es, la tradicional dificultad de dejar constancia material de la misma, lo que la ha convertido en un elemento cuasi esotérico propio de iniciados, dándose el caso de que a pesar de las modernas técnicas de vídeo e informática se hace necesario el enviar profesores de danza autóctonos de la metrópoli incluso allende los mares.

La no menos clásica falta de estudiosos del tema con un mínimo de honradez profesional ha servido para que la persistente repetición de clichés haya funcionado hasta la saciedad; parece que las cosas van cambiando, pero aunque contamos con excelentes investigadores, aún no se ha hecho sitio para todos ellos, dándose el caso de que estudiosos serios de la coreútica tradicional como lo puede ser Juan Antonio Urbeltz, y sin entrar a valorar la validez de sus tesis, perviven aún hoy en un infundado ostracismo, siendo sus libros más leídos y comentados fuera de casa que en la propia.

Por tanto, el ni son todos los que están, ni están todos los que son, también aquí es válido. Dentro de la mitología navarrista en la que sin duda seguimos embebidos la mayor parte de los navarros hay una vaga idea de que allá por el norte se realizan, entre otros elementos tradicionales, bailes populares de los que carece la Ribera, que, además, los perdió en lejana época. Así lo recogía en 1934, por poner un ejemplo, el capuchino Santos de Tudela, en el siglo Aurelio Aguado Lorente, autor de la obra La frivolidad: una raza gloriosa en peligro de muerte, obra premiada fuera de concurso por la Biblioteca Olave, donde realiza un fracasado intento de revivir las antiguas costumbres en contra de las en su opinión nefandas e inmorales nuevas modas. Para ello recuerda y describe lo que han sido y debieran ser las pautas de vida en el solar vasco-navarro, dentro de las cuales se hallan sus formas de diversión, y entre éstas, la danza.

Al respecto de la misma, empero, sólo considera las danzas de tamboril propias del caserío, el zortziko y el aurresku, no dando cabida a ninguna de las formas propias de la Ribera, como si no existieran para él. Tratando de arreglar en cierto modo esta voluntaria omisión del capuchino, el historiador también tudelano José Ramón Castro Alava, autor del prólogo del libro, recrimina en amables términos al capuchino su silenciamiento de la Ribera, pero acepta en líneas generales su mensaje, también en cuanto al tema de las danzas, haciendo del perdido paloteado reminiscencia de un estado anterior más cercano al anhelado Norte que el actual.

Lo realmente curioso es que ese lejano y mítico Norte es mentado muchas veces desde lugares que debieran encarnarlo en sí mismos, sitios que a pesar de estar en el norte geográfico de Navarra no son el Norte mítico, y por ende, no conservan las formas coreológicas propias que los debiera caracterizar, a pesar de las posibles menciones que hayan podido quedar. El Norte coreográfico, pues, está adscrito cada vez a una menor porción, pero aún así, y llegando a él, lo irónico de la cosa es que el tan traído y llevado Norte no es sentido como tal cuando uno se encuentra inmerso en él, ya que este concepto teórico solo vale desde la lejanía.

Hoy en día en que las costumbres tradicionales han y están sufriendo tamaña transformación, aunque dudamos de que vaya a producirse, ese Norte mítico podría ser encarnado perfectamente por la Ribera tudelana, al menos en punto a danza tradicional. Se daría la paradójica situación de que el Norte mítico fuera encarnado por el sur geográfico de la comunidad, y aunque no parece que esto pueda llegar a ser una realidad inmediata, realmente sería de gran interés por lo novedoso.

Actividad en Tudela

Solamente en la capital ribera se puede cifrar la existencia de cinco actos coreográficos tradicionales que se dan citan a lo largo del año: la jota Viva la Pepa o de Tudela y la populosa Revoltosa, ambas realizadas durante las fiestas de julio; la bajada de los Cipoteros y la Polka del Carnaval de Tudela propias de los festejos carnavalescos; y, por último, el Paloteado de San Juan del barrio de Lourdes interpretado hacia San Juan.

La tradicionalmente conocida como jota de Tudela se debe al buen hacer del que fuera director de la banda municipal Mariano San Miguel, quien compuso la partitura en honor de la mujer de un buen amigo, y de ahí el título de Viva la Pepa. Esta pieza, que era perfectamente distinguida entre el resto de jotas que interpretaba la banda en los bailables, se malogró tras la guerra, por lo que hubo de ser recuperada a finales de los años 70 por el grupo Erribera Taldea.

Lo de la Revoltosa es algo más vital, como que lo de dar vueltas al quiosco al ritmo de la música es algo habitual en muchos pueblos, y me vienen a la mente algunos de la Sakana como Etxarri-Aranaz, pero la forma en la que se desarrolla en Tudela, con su dilatada magnitud temporal y humana hacen de este acto algo especial.

La bajada de los zipoteros es una recreación del carnaval semi-rural de Tudela que data de 1989, basada en las informaciones recogidas el siglo pasado por el historiador local Yanguas y Miranda, mientras que la Polka de Carnaval se estrenó este mismo año en base a una recientemente exhumada partitura de Julián Romea que con este título encontró un anticuario de Estella.

Por último, el Paloteado de San Juan es una acertada creación ex novo basada en la tradición esceno-coreográfica propia de la zona que ya ha cumplido sus 23 representaciones anuales consagrándose como el plato fuerte de las fiestas del populoso barrio de Lourdes tudelano.

Sin duda, habrá quien siga pensando en ese Norte espiritual haciéndolo coincidir con el norte geográfico, pero no cabe la menor duda de que, aparte de que sea lícito que cada cual sitúe su Norte donde le plazca, desde un punto de vista navarrista, cuando menos para nada obsoleto según lo que parece, la Ribera tudelana tiene mucho que aportar, contra lo que tradicionalmente se ha podido venir pensando, al menos, claro está, desde un punto de vista coreográfico.

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