Danza para la memoria

Crítica, Feria de Teatro

Así, pudimos apreciar verdaderas filigranas en un increíble manejo de los cuerpos con alardes de virtuosismo en toda regla. Su obra titulada Klonk tomó como hilo conductor la clonación casual de seres a partir de una fotocopiadora y se introdujo en un supermercado para descubrir las alteraciones genéticas que sufren los alimentos, pero lo verdaderamente interesante ocurría en el interior de las coreografías, es más, en en el interior de esos cuerpos que consiguen transformar el movimiento y reaccionar con él de una manera tan especial como espectacular. Por su parte, el trabajo de los vizcaínos Logela resultó de gran interés a pesar de los fallos técnicos que acusó la proyección integrándose perfectamente al ritmo de la coreografía.



El viernes, la sesión matinal correspondió a Blanca Arrieta que con un arriesgado y rompedor trabajo desplazó a los espectadores por todos los rincones de la sala de banquetes del Kursaal en la que se encuentran instalados los stands de la Feria. Una esperiencia emocionante la que planteó esta coreógrafa que, sin tiempos ni espacios definidos para el público, nos obligó a descubrir y rastrear a cada bailarín para poder conocer el espectáculo, consiguiendo realmente una enorme cercanía entre el intérprete y el público. Los espacios entre ambos se fueron estrechando y mezclando hasta el punto de unirse en un abrazo, momento que desprendió gran belleza. La danza a lo largo de la obra fue movimiento puro, desprovisto de toda teatralidad y repleto de emoción, esa emoción genuina, sin nombre que sólo es capaz de transmitir el movimiento. Las evoluciones coreográficas acercaban y alejaban el foco sobre los cuerpos y las prolongadas pausas impregnaban la memoria del espectador de los más diminutos detalles así como de las sugestivas y cercanas presencias. Los cinco cuerpos que habitaron esta obra fueron quedando inertes en el suelo como fragmentos de vida que se borran en nuestra memoria.