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Danza con calado
La primera es que 'Pina' no es un filme exclusivamente
para amantes de la danza. La segunda defiende que el 3D y la danza están
hechos el uno para el otro y que esta vez sí que funciona y tiene
sentido lo de las tres dimensiones. Cuando se proyectó por primera vez
'Pina' en la pasada edición del Festival de Cine de Berlín, uno, que no
es ningún amante de la danza ni tiene interés en la obra de Pina Bausch,
y además le ha cogido fundada manía al 3D, entraba con muy pocas ganas a
la gran sala del Palast. Danza con gafotas no parecía un buen plan.
Además Wim Wenders no había acertado con su película anterior, 'Palermo
Shooting', y parecía liado en su propia ambición.
Sin embargo, qué sorpresa tan agradable la de 'Pina', un
documental, llamémoslo así, que rompe con todo esquema biográfico y se
preocupa tan solo de llevar al espectador a la máxima experiencia en
torno al arte de la coreógrafa. Una experiencia más allá del simple
movimiento de cuerpos, saltos y vueltas. El 3D y sus gafas es un sistema
incómodo y con poca calidad de imagen, pero por fin alguien hace que
sirva realmente para algo: uno se siente entre los bailarines, se mueve
entre ellos en el escenario, se empapa con ellos y vibra con una
coreografías tremendamente expresivas, fuertes e intensas, dramáticas y
livianas al mismo tiempo, que tienen una correspondencia total con los
escenarios en los que se desarrollan.
Espacios industriales, paisajes naturales de acongojante
profundidad, jardines inmaculados, son mucho más que decorados para
romper con las tres paredes del teatro y la cuarta pared que forma el
público. Apenas se cuenta nada de ella, pero Wim Wenders dice todo sobre
la creatividad de Pina Bausch.
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