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Danza celestial
Crítica de danza
La obra se inspira en el libro de Enoc,
considerado apócrifo por gran parte de las iglesias cristianas, y trata
de la caída en desgracia de Lucifer, el portador de la luz. Y
precisamente, como castigo divino, ésta fue la que falló ocasionando la
anécdota de la actuación, ya que tuvo que suspenderse durante quince
minutos por la interrupción del flujo eléctrico. A través de siete
escenas, se narra desde la coronación del ángel más bello, hasta su
expulsión al Averno por haber confraternizado con el género humano.
Thierry Malandain ha buscado en su coreografía huir de la literalidad
del argumento en pos de una cierta abstracción. Inicia el espectáculo de
forma brillante con la danza celestial del coro de ángeles en una
acertada construcción grupal en la que resuenan ecos jazzísticos y en la
que conjuga los cánones de movimiento, creando una bella estela de
aleteo de seres etéreos. De ahí al intimismo del paso a dos de Lucifer,
interpretado por Daniel Vizcayo, y la fémina, corporeizada por Miyuki
Kanéi. Si Dios no tiene ni principio ni fin, la obra de Thierry
Malandain se asemeja al círculo perpetuo, ya que se repiten frases
coreográficas tanto en la etapa angelical como en el infernal,
demostrando que el bien y el mal son sólo dos perspectivas de cómo mirar
las cosas. El cromatismo del vestuario- plateado para ángeles, verde
para Lucifer, negro para el Hades- juega un factor esencial en la
identificación de los personajes. La segunda parte estuvo compuesta por
'Amor brujo' (2008) y 'Bolero' (2001). En ambos casos, las conocidas
músicas de Manuel de Falla y de Maurice Ravel corren el riesgo de
eclipsar el desarrollo coréutico, hecho que no llega a suceder por la
solidez del estilo Malandain. Buena y aplaudida actuación de la compañía
francesa que, esta tarde, repite propuesta en el Victoria Eugenia, si
los designios celestiales lo permiten.
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