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Como por arte de magia

La orquesta de Euskadi y Malandain Ballet Biarritz deslumbran en Versalles con 'La cenicienta'

Thierry Malandain Coreógrafo Cristina Uriarte Consejera de Cultura
Egilea
Juan G. Andrés
Komunikabidea
Noticias de Gipuzkoa
Tokia
Versalles
Mota
Albistea
Data
2013/06/09
Lotura
Noticias de Gipuzkoa

RESULTA difícil acceder a la Ópera Real de Versalles y no sentir eso tan solemne -y un tanto cursi- que algunos denominan el peso de la Historia. Integrado en el inconmensurable palacio que fue sede de la realeza gala hasta 1789, el edificio se inauguró 19 años antes con motivo del casamiento del Delfín de Francia, el futuro Luis XVI, con la célebre Maria Antonieta, archiduquesa de Austria. Apenas pudieron disfrutar del teatro durante dos décadas, hasta que la Revolución Francesa y Madame Guillotine hicieron rodar sus cabezas por el cadalso.

En pleno siglo XXI, sin embargo, la ópera mantiene intactos todo su esplendor y solera dieciochesca. No es de extrañar, por tanto, que los músicos y bailarines que el viernes representaron en Versalles Cendrillon/La Cenicienta de Prokofiev estuvieran nerviosos. No todos los días se estrena un ballet en París, capital de la danza, y menos en un escenario histórico como la Opéra Royal. Pero en su segunda colaboración tras Magifique (2011), la Orquesta Sinfónica de Euskadi (OSE) y Malandain Ballet Biarritz superaron con nota la prueba y deslumbraron a un público exigente como pocos: el del Versailles Festival que acoge el Château del mismo nombre.

El ensayo general

Los nervios previos

Tras el telón de fondo, los bailarines practicaban sus ejercicios de calentamiento y hacían estiramientos mientras los músicos de la OSE afinaban sus instrumentos. Pese a la grandeza de un edificio repleto de pasillos serpenteantes, el escenario de la ópera es mediano y el foso de la orquesta diminuto. En él se apelotonaron los 47 integrantes de la agrupación vasca, que apenas tenían sitio para moverse. Era el ensayo general y los responsables técnicos respiraban tranquilos y satisfechos con la acústica.

Sobre el escenario los bailarines ensayaban sus pasos al ritmo de la música sin vestir aún los trajes que lucirían dos horas después en la primera de las tres funciones en París. Quienes sí estaban impecablemente enfundados en sus fracs y vestidos negros eran los músicos de la orquesta y el director, Josep Caballé-Domenech, seguidos muy de cerca por un ejército de operadores de cámara liderado por el realizador Oskar Tejedor. En las últimas semanas, se ha convertido en la sombra de la OSE y el Ballet Biarritz, y registra en imágenes todo lo que rodea a esta Cenicienta, incluida la vida cotidiana de sus artistas. Ajeno al trasiego, el coreógrafo Thierry Malandain no cesaba de tomar notas de los fallos y aciertos de sus pupilos para no dejar ni un cabo suelto.

El sol iba declinando y arrancaba cegadores destellos a los enrejados y cubiertas doradas de los edificios palaciegos. Durante el día el mercurio había rozado los 30 grados y la temperatura en el interior de la ópera era alta. Los 700 espectadores que agotaron las entradas llegaban y tomaban asiento en unas butacas cuyo precio medio es de 100 euros. No es barato disfrutar de un ballet en tan impresionante lugar, por lo que antes del comienzo de la función, la gente aprovechaba para fotografiarse cual Borbón en el palco real o regocijarse en la belleza del coliseo: se podría estar horas admirando las columnas de capiteles corintios, las paredes de madera policromada que parecen de piedra, la maravillosa bóveda o los espejos que hacen que las suntuosas quince lámparas de araña parezcan muchas más.

La función

Espectáculo fastuoso

Al son de los primeros compases de La Cenicienta se alzó el telón. Entonces sí, los bailarines salieron a escena con sus mallas y sus originales trajes, mezcla de modernidad y clasicismo. La magia es la materia prima del cuento inmortalizado por Charles Perrault y también el ingrediente principal con el que Malandain ha alumbrado su Cendrillon. La escenografía es mínima y sencilla pero sabe sacarle chispas con pocos elementos y varias ideas brillantes muy bien aprovechadas.

Como por arte de birlibirloque, el coreógrafo logra que veamos una mansión o un salón de baile donde solo hay un maravilloso decorado lleno de zapatos de tacón que parecen suspendidos en el aire. Una gran esfera sobre la que camina la protagonista evoca la imagen de una lujosa carroza y la inclusión de los maniquíes negros con ruedas convierten el baile central en un espectáculo fastuosamente asombroso. Es, sin duda, una de las escenas más destacadas del ballet, junto al dramático instante en que el reloj marca las doce de la medianoche y Cenicienta se desvanece.

En el foso los músicos se lucieron con unas variopintas y apasionadas melodías que engarzan a la perfección con la parte bailada. Es más: cada nota parece tener su propia correspondencia en un movimiento diferente por parte de los esforzados bailarines, que también demostraron sobradas dotes para la actuación; en especial, los personajes de la madrastra (el italiano Giuseppe Chiavaro) y sus dos hijas, que aportan la nota cómica a la obra, y una seductora hada madrina que más que bailar, parece volar. El trabajo de los cuatro es tan bueno que incluso llega a eclipsar a la Cenicienta (la japonesa Miyuki Kanei) y al príncipe (el madrileño Daniel Vizcayo).

Cuando llegó el happy end y los intérpretes saludaron, el público respondió con la friolera de siete minutos de aplausos ininterrumpidos. En este caso, la ovación no estuvo motivada por ningún conjuro o embrujo: solo por el talento y el esfuerzo de las dos agrupaciones vascas.

El cóctel

Un grupo de amigos

Visiblemente contentos, músicos y bailarines celebraron su éxito en el cóctel convocado tras la función, a la que también acudieron la consejera y el viceconsejero de Cultura, Cristina Uriarte y Joxean Muñoz, y la directora del Instituto Etxepare, Aizpea Goenaga, además de numerosas autoridades francesas. El encuentro tuvo lugar -y aquí sí parece apropiada la manida expresión- en un marco incomparable: los jardines de Versalles, entre estatuas blancas y laberínticos setos verdes. Las melodías de Prokofiev dieron paso a la música de las copas de champán al chocar en innumerables brindis. "Ha sido impresionante", aseguraba Uriarte, que destacó el estreno de La Cenicienta como "proyección y reconocimiento de la calidad cultural" del pueblo vasco.

Próximo a la consejera se encontraba Malandain, que considera un "regalo" bailar con música en directo, especialmente si se hace en un edificio tan "extraordinario" como la ópera de Versalles. "Pocas compañías pueden decir que han actuado en este escenario", añadió el coreógrafo, que no ocultó la "presión" a la que han estado sometidos: "Este estreno es muy importante para el futuro del ballet porque han venido muchos periodistas, nombres importantes y contactos que pueden incidir en nuestro futuro. Creo que ha venido también la mujer del primer ministro de Francia".

Una de las bailarinas de la compañía, Ione Miren Aguirre, compartía la emoción de su jefe. "Al llegar a este teatro lleno de historia hemos sentido mucha presión, pero también nos ha inspirado enormemente y hemos recibido mucha energía", sostuvo, feliz por la acogida de una audiencia "con más conocimiento del ballet" que el público vasco. "En Donostia también gustó mucho pero aquí nos daba más respeto", añadió esta joven de Baiona nacida en Caracas y que desciende de la familia del lehendakari Agirre. Tiene 26 años y lleva casi siete trabajando a las órdenes de Malandain, con quien quiere terminar su carrera: "Me encanta el trabajo de Thierry y me daría mucha pena dejarlo ahora".

Los músicos de la orquesta también comentaban con cierta excitación los avatares del concierto. La Cenicienta, recalcaron, es una "partitura muy difícil de tocar", pero la música "es tan buena que se pasa en un suspiro". "No decae ni en un solo momento, es como un orgasmo continuo", opinó gráficamente un intérprete de la OSE.

A medida que la noche avanzaba y el tiempo refrescaba, la troupe vasca parecía cada vez más relajada y distendida. Proliferaron las bromas, las pullas, extraños paseos en patinete y melodías improvisadas de violín. Parecían lo que son: un grupo de amigos y compañeros de trabajo pasando un buen rato tras una dura jornada laboral. Aún quedaban dos actuaciones, la de ayer sábado, y la última de esta tarde, a las 16.00 horas. Mañana la orquesta y el ballet partirán de regreso a casa, cansados pero satisfechos por el final feliz de una mágica gira con aroma de cuento de hadas.

La Orquesta de Euskadi y el Malandain Ballet Biarritz saludan al final del estreno de 'La Cenicienta', el pasado viernes en la Ópera Real de Versalles.

La Orquesta de Euskadi y el Malandain Ballet Biarritz saludan al final del estreno de 'La Cenicienta', el pasado viernes en la Ópera Real de Versalles. (Foto: Juan G. Andrés)

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