Como la vida misma 'Emak Bakia Dantzan'

Los ocho cuadros en los que Izaskun Iturri divide su logrado espectáculo repasan las inquietudes personales, las alegrías y las penas, el entorno festivo y las carencias sociales…, en definitiva, la vida misma de las protagonistas. Y lo hace, fundamentalmente, con un doble lenguaje: el de la danza -con su música bien elegida-, y del de los audiovisuales. Ambos lenguajes están muy bien avenidos, se complementan e incluso interaccionan juntos; pero también funcionan por separado, con personal potencia, cada uno en su campo. Izaskun Iturri y Maite Churruca, las dos bailarinas protagonistas, evolucionan coreúticamente, o sea, ocupan el espacio con el movimiento, basándose en pasos de danza contemporánea, suelo -a veces-, un cierto clasicismo de cinta gimnástica y alguna cita de danza oriental; pero donde, sobre todo, deslumbran es en la realización de la danza folklórica vasca; unas veces como colofón, variación o aportación al resto de los estilos; otras, como exhibición de las propias danzas. Un ejemplo de lo primero es la espléndida espatadantza con la que termina el redondo cuadro número cinco -Izearen Ametza-; o el fandango final, lleno de virtuosismo en las piernas, perfecto en su realización.

Ya desde el comienzo se ve que hay un buen criterio de base creativa original y propia que, a su vez, se basa en la tradición: el saludo solemne de esa bienvenida al público -basada en un aurresku que se baila a solo- aquí se hace en paso a dos, con la elegancia y el hieratismo propios del baile, pero añadiendo un matiz moderno y amistoso, al poner el brazo una bailarina sobre la otra. Es muy bello, rotundo en simetría y compenetración entre ambas bailarinas. La sugerente música de Bach -siempre por encima de la danza- que llena el segundo número, se soluciona con la ayuda circular de las cintas. Emak Bakia se alimenta de la tradición oriental, es un solo que echa mano hasta del teatro de sombras. Tanto el sonido como las luces son dos apartados muy cuidados a lo largo de todo el espectáculo. El cuarto número -Ez Zaitez- conmueve por estar tan cerca de lo popular, tanto por la danza -con pasos y saltos adornados-, como por la música, muy acertada al elegir una versión a capella, -a voces solas-, de las canciones. El resultado es de contenido esencial, despojado de sofisticación y, a la vez, de sobria elegancia, también en el vestuario. Izearen Ametsa, fue, a mi juicio -y también al del público- la cumbre de la velada, porque en este número se conjuga estupendamente la parte dancístico-musical con el audiovisual. El paso a dos de las bailarinas, doblado por la pregrabación en la pantalla, culmina un trabajo bien hecho, ensayado al mínimo detalle, sin fisuras, perfecto en la simetría y de luminoso final, en la corriente neofolk. Maite es un movimiento de suelo, al principio, íntimo y algo tribal en la percusión. Sin embargo, Adierazi nos acerca a la más dura poesía social a través del paloteado, utilizado aquí de manera un tanto violenta. La pantalla va desvelando los textos. Y el último cuadro muestra un rítmico y festivo fandango, espectacular por el vuelo y trenzado de las piernas de ambas bailarinas. En resumen, es un espectáculo muy bien dosificado en danzas e imágenes; con dos bailarinas que se ciñen a lo que dominan y con un apoyo técnico en todo lo que las rodea en escena, muy profesional y logrado. Gustó mucho al público, que obligó a las protagonistas a salir varias veces al proscenio.