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Beitia y la fábrica que curte a los mejores bailarines clásicos
Las mejores compañías de ballet del mundo se alimentan de los grandes bailarines vascos
Figuras del ballet como las leioaztarras Leire Ortueta (solista principal del Royal Ballet de Londres) y Nerea Barañano (solista del Ballet de la Ópera de Dinamarca), de la gernikarra Jaione Zabala (solista del Deuts National de Amsterdam) o del bailarín de Mungia Asier Uriagereka (principal de la Ópera de Montecarlo), son sólo algunos ejemplos y tienen mucho en común: han mamado de la erudición de Beitia y han sido tallados en gran parte por él. Su academia representa un reducto de sabiduría, una estancia ajena al desconocimiento general, un pequeño oasis de la danza clásica en Euskadi donde los cuerpos disciplinados sufren en busca de una salida profesional, dispuestos a emigrar. «No hay pueblo ni ciudad en el mundo que tenga, en coeficiente por habitantes, tantos bailarines profesionales en grandes compañías como Leioa, yo no lo conozco y creo que ni existe. Ni Madrid tiene tantos bailarines de alto nivel como Leioa», asegura Beitia, en cuya estilizada figura se sigue apreciando el gran bailarín que en su día fue.
Su dureza y exigencia a la hora de modelar a los bailarines le ha creado «mala fama porque no soy nada permisivo», pero esa implacable metodología didáctica es la que le ha permitido sacar partidas de excelentes bailarines en una tierra en la que el ballet clásico no es una modalidad muy conocida ni respaldada. «Es lógico que esté abandonada porque en Euskadi, a diferencia de la musical, nunca ha habido tradición por el ballet», argumenta Beitia, que se formó en el Joffrey Ballet durante su estancia en Queens (Nueva York), por aquel entonces el ballet estadounidense más prestigioso, más aun que el ahora todopoderoso American Ballet. Tras recorrer medio mundo mientras bailaba en teatros y escenarios, Beitia regresó a Euskadi. «Los vascos siempre tratamos de volver a nuestra tierra y yo he querido reflejar mi experiencia dentro del ámbito que he vivido, pero es prácticamente imposible porque aquí no se comprende esta disciplina dura y sacrificada en el esfuerzo, como cualquier deporte de élite», relata el profesor.
La senda que ha de seguir el alumno en el ballet clásico para alcanzar el profesionalismo es espinosa y angosta, un camino que se ha de recorrer con cuidado, con años de severa y fatigosa preparación. «Los entrenamientos requieren de una dedicación absoluta: seis días a la semana y un mínimo de entre seis y siete horas por cada jornada», puntualiza Beitia. Es una profesión que auna el esfuerzo físico y el mental; «no somos como un futbolista, cuya misión reside en marcar un gol o intentar evitarlo, nosotros tratamos de conseguir más estética, más belleza... no es algo palpable, no es concreto, se requiere mucho más entrenamiento que a un futbolista». Un bailarín ha de tener la fuerza de un atleta (por ejemplo para levantar a una chica) y además ha de regular este esfuerzo para que parezca bello. «El control mental es parecido al yoga y claro, luego se ha de poseer una preparación física de altísimo nivel, como cualquier atleta que va a los Juegos Olímpicos», señala Beitia.
El éxito internacional que han logrado la mayor parte de los bailarines formados por Jon Beitia reside en gran medida en la tendencia artística del baile que él utiliza, en la técnica que él mismo libó en su experiencia norteamericana. «Yo provengo de la tendencia americana, de la técnica Balanchin, creador del American Ballet, completamente diferente a la tendencia rusa conocida como baganova y que se usa en París y Londres», explica. Alguien que entiende de ballet sabe que entre los bailarines europeos y americanos hay una diferencia en técnica brutal. «Yo he tratado de traer al Estado español la tendencia americana, que es más fría, rápida, espectacular y brillante, pero solo ha triunfado en mis bailarines, que no tienen problemas a la hora de encontrar trabajo».
Un americano en París
Jon Beitia es un acérrimo seguidor de la técnica americana, poco habitual en europa
DURO Y EXIGENTE. Así es Jon Beitia, el profesor de ballet clásico más solicitado de Euskadi. La experiencia americana vivida en su juventud le marcaría para siempre, al hombre que aplica su técnica no repetitiva guiado por la esencia que dejó plasmada el gran Georg Balanchin, fundador del American Ballet. «La técnica americana es mucho más fría, rápida y brillante; a la técnica rusa y europea le falta la espectacularidad americana», asegura Beitia, que recientemente ha recibido una oferta del Joven Ballet de Catalunya para que se traslade a Barcelona.
Fue Olaeta quien guió sus primeros pasos en teatros y escenarios, «con una compañía que se llamaba Olaeta Basque Festival». De gira por Estados Unidos, abandonó la compañía vasca y se instaló en Queens (Nueva York) para formarse en el Joffrey Ballet, por entonces el ballet más prestigioso de Estados Unidos, más aun que el American Ballet. Amante de Tzaikowsky y Prokofiev, es un apasionado de la técnica estadounidense: «ellos priman el puro espectáculo, no al individuo. En mi escuela pasa lo mismo, nosotros preparamos a los bailarines para que sean un espectáculo, para que el señor que vaya a ver bailar disfrute». Ahora su hijo, Jon Beitia también de nombre, sigue sus pasos y con tan solo 23 años ya es bailarín principal del Viena Festival Ballet de Londres.
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