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Ballet de acción
Crítica, Ballet Biarritz, Don Juan
Lleno absoluto y cálidos aplausos de un público fiel para el Ballet de Biarritz, en sus dos representaciones en la Estación de Midi de esa ciudad. La compañía del coreógrafo y director Thierry Malandain puso en escena dos piezas paralelas Les Petits Riens y Don Juan, muy diversas en su original y personalísima versión.
La primera se pudo ver en el teatro Amaia de Irún el pasado otoño, y doy fe del éxito de la misma, pues salí fascinada del humor, de la ironía y del planteamiento coreográfico que realizaba el autor en el remake de la pieza creada en Paris, en 1778 por Noverre, con música de un joven Mozart.
Les Petits Riens es un ballet de gusto anacreóntico (un género poético que canta las delicias del amor, más que sus penas). Comienza la pieza con los bailarines recortados por el ciclorama del fondo, a contraluz. Se van sucediendo de manera caótica grupos, tríos... con un fondo musical de extraños portazos. Vestidos exquisitamente con una malla verde botella, se mueven con las músicas de Mozart en una interminable sucesión de duetos, quintetos, solos y cuartetos. Están creados con gran acierto y cultivan la idea de la expresividad del ballet de acción llevándolo a límites exagerados con gran talento por parte del coreógrafo, que exprime lo mejor de sus espléndidos bailarines. Es una pieza llena de pequeñas grandes sorpresas, de gags humorísticos y de efectos visuales como los paneles móviles que representan la hierba de un ambiente bucólico. En su totalidad resulta magnífica. Para conseguirlo, todos los ingredientes se dan en una sucesión y ritmos ágiles que van in crescendo de inicio a fin. Los bailarines, rotundos en el uso expresivo del cuerpo, le dan el sello definitivo al trabajo que traslada al público, con una visión contemporánea, al siglo XVIII.
Don Juan, la segunda coreografía de la noche y estreno mundial, presenta a la compañía de frente al público, apoyada sobre ocho triángulos colocados a modo de mesas sobre los que se presentan todos los bailarines vestidos en negro. Estos triángulos son usados como soporte escenográfico para ir creando diferentes espacios sobre o debajo de los cuales bailar. La danza gira en torno a las mesas durante todo el rato y se hace repetitiva y monótona a pesar de la enérgica interpretación de los bailarines.
La puesta en escena de Malandain presenta tres don juanes, un comendador, la muerte y diez elviras que son indistintamente hombres y mujeres. Quizá lo más llamativo sea la ambigüedad sexual que el coreógrafo quiere imprimir a su versión, muy diferente de la que se hizo en 1761 en Viena por Gasparo Angiolini. La compañía se pregunta que es lo que busca Don Juan en las mujeres, a no ser que se busque a sí mismo. A nivel compositivo la historia se ve desordenada y caótica y le falta la gracia de la primera. Pero siempre es un placer ver trabajar a semejantes portentos de bailarines.Todos ellos llevan a su apogeo la expresión y el virtuosismo corporal. Se lanzan a la conquista del espacio por todo el escenario, con un talento que me sorprende cada vez que veo al Ballet de Biarritz, una compañía sólida que es dirigida con gran maestría por Thierry Malandain.
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