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Bailes que surgieron del barro

Kepa Junkera ha compuesto una canción

Desde sus comienzos en la Cervecera del Norte, el grupo de danzas Beti Jai Alai cumple 50 años difundiendo la cultura vasca desde Basurto
Egilea
Aitziber Atxutegi
Komunikabidea
Deia
Mota
Albistea
Data
2018/01/28
Lotura
Deia

Sus primeros ensayos los llevaban a cabo al aire libre, en la bolera de la Cervecera del Norte;cuando llovía, se tenían que refugiar en un barracón. Tras cincuenta años de vida, el grupo de danzas Beti Jai Alai continúa impulsando desde Basurto la cultura vasca, el mismo espíritu que llevó a aquellas decenas de personas a reunirse en torno a la música y la danza. “Es un orgullo ver que, cincuenta años después, los hijos de aquellos que empezaron en el grupo siguen viniendo a aprender a bailar. O que los que llegaron siendo niños dan hoy clases”, reconoce Jon Pertika, fundador del grupo.

Jon Pertika se crió entre aurreskus y dantzari dantzas. Su padre fue integrante del Beti Alai y él mismo dio sus primeros pasos que aquel grupo primigenio con apenas diez años. “El amor por las danzas vascas fue la herencia que me dejaron mis padres”, rememora. Junto a otros componentes de aquella primera agrupación, fundaron en 1967 el Beti Jai Alai, en un barrio de Basurto que suponía en aquella época los límites de Bilbao y con una elevada tasa de trabajadores inmigrantes que, sin embargo, se volcó con el recién nacido. Se apuntaron más de medio centenar de vecinos, entre niños y adultos. Muchos de ellos no habían bailado antes pero aprendieron rápido. “Ensayábamos en la bolera de la cervecera, que tenía el suelo de tierra y estaba al aire libre. Si llovía nos refugiábamos en una especie de depósito de aguas”, rememora Pertika.

La fundación del grupo la marca una fecha: el 21 de abril de 1968. Ese día, que sirvió como presentación oficial, Beti Jai Alai organizó un festival en el pabellón de La Casilla, “casi recién inaugurado”. El sello del Ministerio de Información y Turismo de la época, autorizando el acto, refleja el férreo control al que el franquismo sometía las actividades de la agrupación. “Cuando los curas de la parroquia de la Inmaculada nos dejaron el cine Avenida para ensayar, nos tuvimos que registrar como academia de danzas regionales. Y en muchas actuaciones venía la policía: teníamos que enviar las letras de las canciones para que las autorizaran, miraban que en los trajes no coincidieran los colores rojo, verde y blanco...”, enumera el fundador. Jon Pertika todavía recuerda su paso por aquel cine, “que estaba destartalado”, y en el que tenían que dar clases en un patio de butacas que, aunque diáfano, todavía mantenía su inclinación original. “No era lo ideal pero al menos estaba cerrado y tenía suelo de madera”, admite Pertika. Contaban incluso con dos salas que se utilizaron como ikastola, donde muchos miembros del grupo empezaron a aprender euskera, y txoko, un lugar donde se organizaban actividades o simplemente se reunían sus componentes. Y es que, desde su nacimiento, el Beti Jai Alai ha querido alejarse del modelo clásico de academia de danzas. “El grupo siempre ha estado gestionado por personas voluntarias, tanto para dirigir como para enseñar o colaborar en temas de investigación y formación. Y hemos querido que fuera algo más que un lugar donde aprender a bailar: un punto de encuentro para las personas que, aun teniendo ideologías o puntos de vista diferentes, tienen en común el deseo de conocer y difundir la cultura vasca”, incide el fundador.

Muchos no saben que el trikitilari más internacional, Kepa Junkera, aprendió a tocar el instrumento en el Beti Jai Alai. “Llegó siendo un chaval de 14 o 15 años. Estaba aprendiendo a tocar el txistu”, recuerda Pertika. “El txistu y algo más”, le dijo. En dos semanas tocaba la alboka y fue el propio Jon el que compró una trikitixa para Kepa e Iñaki Zabaleta. “Después de los trikitilaris de los comienzos, fueron los primeros que tuvimos en el grupo”, rememora. “Era un lince, muy avispado”, recuerda del músico. No es de extrañar que haya compuesto y grabado una canción, junto al bertsolari Arkaitz Estiballes, para conmemorar el aniversario de la agrupación.

37 horas a CroaciaAunque en sus primeros años las actuaciones se limitaron a Bizkaia, el grupo pronto empezó a cruzar fronteras y actuar en festivales internacionales de Bulgaria, Croacia o Alemania. De esos viajes Pertika atesora anécdotas como los eternos viajes en autobús -“tardamos 38 horas en llegar a Croacia”- o el hambre que pasaron en una Bulgaria recién salida de la etapa comunista -“sobrevivimos a base de perritos calientes y cervezas que costaban una peseta en un puesto callejero”-. Establecieron relaciones con grupos de otros países, como el ruso de Pem, en los Urales, al que invitaron a participar en el 25 aniversario del grupo en 1993.

Tan importante como la enseñanza de las danzas vascas ha sido, en el Beti Jai Alai, la labor de investigación sobre bailes que estaban perdidos, con el objetivo de reflejar de manera fidedigna las danzas de los diferentes pueblos de Euskal Herria. “Visitamos muchos pueblos que seguían manteniendo vivas su tradiciones, grabadora en mano, para aprender y poder representarlas”, explica Pertika. Descubrieron, por ejemplo, que la conocida Kaixarranka de Lekeitio se bailaba antiguamente con espadas y que el bailarín subido al arca no bailaba, sino que representaba a San Pedro. “Hubo un juicio por un problema que tuvieron con los curas y, durante años, se dejó de bailar. Cuando se recuperó se hizo ya con la forma actual”, afirma el fundador. Personas como Iñaki Irigoien, Mikel Lizarza, José Luis Eguiluz y Karmele Goñi han sido imprescindible en esta labor.

Con ese mismo espíritu se creó también la comparsa de gigantes Beti Jai Alai, con réplicas de los gigantes de Bilbao que han desaparecido, como la Reina Mora y los Americanos, una pareja de raza negra que llevaban plumas en la cabeza. “Ahora solo los sacamos dos o tres veces al año”, apunta Pertika. Y lograron recuperar tanto la emotiva Ezpata Dantza como el solemne Aurresku que se bailan en Begoña el día de la Virgen. “Nos basamos en un grabado de Genaro Pérez de Villa-Amil y recuperamos los vestidos y trajes de la época”, explica con orgullo.

Trajes hechos a manoDe aquel cine Avenida, el grupo pasó después a una lonja en Estrada de Mala, “que contaba ya con un suelo nivelado, barra, espejos...”, y posteriormente a Estrada de Masustegi, donde tiene su sede actual. “La ropa la seguíamos teniendo en la parroquia de la Inmaculada”, recuerda. Y es que, pese a que existen casas especializadas que realizan los trajes tradicionales, el grupo siempre ha confiado, hasta hace pocos años, en Ana Santacoloma, la mujer de Jon Pertika, y Román Sanz. “Por sus manos han pasado cientos de trajes. Hacían auténticas virguerías”.

Hoy en día, el grupo está formado por más de 150 personas, incluidos niños desde los seis años, que conforman cuerpos de baile, músicos y un pequeño coro que acompaña las actuaciones. Aunque Alberto Gutiérrez ha asumido las tareas de organización del grupo, Jon Pertika sigue llevando sus riendas. “Me encanta ver cómo, aunque hoy en día es más difícil, personas que empezaron a bailar aquí siendo niños siguen ligados al grupo. O que ahora vienen sus hijos...”, se emociona. Medio siglo de trabajo en favor de la cultura vasca que les hizo merecer, en 2005, el título de Ilustre de Bilbao, que recibieron de manos de Iñaki Azkuna. Por 50 años más.

Actuación en el Palacio Euskalduna

Actuación en el Palacio Euskalduna

 

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