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Bailar hasta parar el reloj
Dos grandes relojes de arena comienzan a girar para dar
inicio a una cuenta atrás que anuncia el arranque de la función
mientras las manecillas de otros dos relojes de esfera, dispuestos a
ambos lados del escenario, giran las agujas de su engranaje de forma
enloquecida. Al fondo, la pantalla que preside buena parte de los
números y coreografías muestra un enorme reloj cuyo segundero se adueña
del teatro Bretón de Logroño donde la compañía israelí representó el
show la semana pasada. Es el segundo tramo de la gira peninsular que
les traerá de nuevo a Donostia tres años después, del 29 de octubre al
1 de noviembre, en el auditorio del Kursaal.
Mayumana persigue en su nuevo espectáculo nada menos que
poder parar el tiempo a base de jugar con las posibilidades que ofrece
como concepto asociado al ritmo. De ello se encargan diez de la
veintena de artistas 'multidisciplinares' que forman
el elenco y se rotan durante la gira: cantan, gesticulan, actúan, hacen
acrobacias, números cómicos, tocan instrumentos y protagonizan
impactantes batukadas y las coreografías a golpe de percusión que han
hecho célebre a la compañía.
Durante hora y media, los artistas despliegan el
extenuante y arrollador potencial escénico que ha encandilado ya a más
de cuatro millones de espectadores por todo el mundo. Desde el estreno
de su primer espectáculo hace once años, Mayumana ha llevado a cabo
5.000 funciones en 30 países de la media docena de montajes que lleva
diseñados.
Momentum se estrenó hace un año en Madrid. Permaneció
allí seis meses ininterrumpidos en cartel y fue vista por 120.000
espectadores. En la actualidad, la compañía mantiene al mismo tiempo un
espectáculo que gira por Europa y Sudamérica, representa otro de forma
permanente en su teatro en Israel y varias producciones, incluida ésta,
por toda Europa.
La hora y media vuela ante los ojos del espectador, que
asiste a una vertiginosa sucesión de números en los que los actores
emplean cajones, peceras de agua, bicicletas, patines, andamiajes,
cámaras de vídeo, guitarras y relojes para coreografías inspiradas en
el tiempo; unas, a velocidad endiablada hasta transmitir la sensación
de prisa y precipitación que preside la vida moderna; otras, en
sincronía con los latidos del corazón, apelan a sentimientos o indagan
en su conexión con el baile.
Música en vivo
La función parte de varios interrogantes que actúan como
detonante filosófico para dar pie a la reflexión e inspirar las
coreografías. «El tiempo es algo cercano a todos y el reloj es un
invento del hombre y nos preguntamos, ¿por qué un minuto tiene siempre
que representar 60 segundos?», se cuestiona la compañía, una idea que
enlaza con la pregunta que preside el show: «si pudiéramos parar el
tiempo, controlarlo, tomarnos un respiro para observarlo. Si pudiéramos
hacer todo esto, ¿qué haríamos? ¿Qué cambiaríamos?».
A darles respuesta se aplican los artistas en un montaje
que incorpora por primera vez música interpretada en directo sobre el
escenario a cargo de dos de los intérpretes a la batería y guitarras.
Otra novedad que introduce Momentum es
que apela y busca en mayor medida la participación del público. En
varios números, los artistas juegan, interactúan y bromean con los
espectadores, compartiendo ritmos y gags o haciéndoles subir al
escenario, incluso.
Los actores se convierten en cajas de ritmos humanas,
mimos, bailarines, disc-jockeys y músicos dentro de un espectáculo que
combina las proyecciones de vídeo, la música industrial de baile con
ritmos étnicos y exóticos en números por donde desfilan desde
instrumentos ancestrales a platos discotequeros y mesas de mezclas.
Uno de los momentos álgidos de la función es el número
que parece resumir la esencia del espectáculo: sobre un fondo oscuro,
varios de los bailarines cruzan por el escenario como suspendidos en el
aire en medio de un gigantesco salto ralentizado en el que parecen
detenerse en pleno vuelo.
El argentino Ramiro Tersse, Ramiroquai,
resume esa sensación: «Queríamos jugar con la percepción del tiempo y
hacer un espectáculo donde el público tuviera la sensación de que
controlamos el tiempo. Hubo mucho ensayo-error pero dimos con momentos
donde uno tiene la sensación de que el tiempo se detiene, incluso que
va hacia atrás o se acelera».
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