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Baila el talento
Once compañías y 57 bailarines celebran la fiesta de la danza en Gipuzkoa
Si ama la danza y sus amigos, su pareja o su familia se resiste a acompañarle, pruebe a llevarles a una Gala del Día Internacional de la Danza, una celebración que la Asociación de la Danza de Gipuzkoa aprovecha para mostrar una exquisita síntesis de las posibilidades de esta disciplina.
Un Victoria Eugenia lleno asistió anoche a las trece propuestas de 11 compañías y 57 bailarines. Tras dos horas y media, todos finalizaron en el escenario, con rosas blancas en las manos y ovaciones en los oídos, después de demostrar que bajo el paraguas de la danza cabe todo lo que el cuerpo pueda conseguir con el arte como medio y la comunicación como fin.
Caben las mallas que se pegan como una segunda piel del ballet clásico, las lentejuelas de los acróbatas y el algodón blanco de la danza contemporánea. Contiene la coreografía inaugural que aligeraba el aire de Kukai Dantza Taldea (SOK2), cuyos bailarines colocaban cuerdas con sus miradas.
Incluye los movimientos imposibles de los donostiarras Acroindar, que ofrecieron una impactante fusión de deporte, danza clásica y contemporánea. Contiene la elegancia de Duo, la propuesta del coreógrafo guipuzcoano Juan Carlos Santamaría, Premio Nacional de Danza en 2008. Y, por supuesto, la belleza clásica de El lago de los cisnes, ejecutada impecablemente por Allister Madin, que dio sus primeros pasos en Biarritz y ahora baila en el Ballet de la Ópera de París.
Pertenece también a la danza la sorpresa encarnada en Tapeplas. El cuarteto de bailarines catalanes regaló Epic, una revisión armónica del claqué: fue como si escribieran un poema rítmico con los pies. Y, afortunadamente, es danza lo que Jon Vallejo hizo en su primera aparición de la noche, una intervención fugaz y apabullante de Coppélia.
También es el riesgo que contiene promesas, que tomó cuerpo en los bailarines de Dan-tzaz: tres duetos atractivos y con corazón bajo la música hipnótica de Björk, que hizo recordar la frase de Julio Bocca: "(La danza) es un arte sublime, diferente cada vez, que se parece tanto a hacer el amor que al finalizar cada representación nos deja el corazón latiendo muy fuerte y esperando con ilusión la próxima vez".
Son danza las sutiles y serenas metáforas de Herria, de la compañía Aukeran, envueltas en la hermosa música de Aitor Amezaga, y el alegre e intachable Corsario de Madin con Marina Guizien (Ballet de la Ópera Nacional de Burdeos).
Lo es la sensualidad melancólica de Véronique Aniorte, acompañada de Mikel Irurzun del Castillo en La sangre de las estrellas, que emocionó con la propuesta de Malandain Ballet Biarritz y la vívida muerte del cisne.
El talento vestido de desparpajo volvió a escena con Jon Vallejo que, efectivamente, recordó que la danza es un (complejo) y Simple pleasure.
Amatriain, reservada como traca final, bailó el Mono Lisa que Itzik Galili creó para ella y para Jason Reilly, su compañero en el Ballet de Stuttgart, para brindar un dominio magnífico una síntesis de todas la virtudes apuntadas por sus predecesores.
Porque si se trocea el mensaje oficial que Bocca redactó para el Día Internacional de la Danza, uno pudiera adjudicar sus palabras entre las coreografías que desfilaron anoche por el Victoria Eugenia: la "disciplina", el "trabajo", la "enseñanza", la "comunicación", el "placer", la "libertad". Se le olvidó, sin embargo, explicitar una: la emoción, que en el cuerpo del espectador se convierte en los ojos húmedos, y sobre el escenario se transforma en el baile acompasado de los ángeles morados de Verdini Danza Taldea.
Dos bailarines de Kukai representan la coregrafía 'SOK"' que abrió la gala, anoche en el Victoria Eugenia. (Iker Azurmendi)
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