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'Axuri Beltza' cumple 40 años
Aunque la mayoría crea que es una danza ancestral, fue 'reconstruida' por Juan Antonio Urbeltz en 1969
Si la antiguedad de Axuri Beltza se
convirtiera en tema de apuesta, el dinero estaría probablemente con
quienes defendieran su carácter de danza ancestral, popular y
tradicional. «Es una de las pocas danzas cantadas que se conservan» o
«algunos consideran a este baile un baile de brujas», aseguran algunas
de las menciones a Axuri Beltza que pueden
encontrarse en internet, resaltando los vínculos de la danza en
cuestión con el pasado, mejor cuanto más remoto. Pero, si la apuesta
cuajara, el dinero terminaría yéndose con quienes se arriesgaran a
asegurar que cuando se creó Axuri Beltza los Beatles ya estaban a punto de disolverse y el ser humano a tan sólo unos meses de poner el pie en la Luna. Porque Axuri Beltza no
ha llegado directamente de la noche de los tiempos, sino que se debe al
trabajo del folklorista Juan Antonio Urbeltz. Fue él quien la recreó y
reconstruyó hace cuarenta años, combinando elementos de diferentes
procedencias, y la estrenó con el grupo de danzas Argia tal día como ayer, un 4 de mayo de 1969, en el teatro Victoria Eugenia de San Sebastián.
De la memoria a la escena
Las sombras de 1936 y sus secuelas también se
extendieron sobre la danza tradicional vasca, cortocircuitando la
conexión con el período de extraordinaria vitalidad que habían vivido
durante la II República. En lógica contrapartida, la danza no fue ajena
al resurgir de las diversas expresiones de la cultura vasca, que
comenzó a despuntar a finales de los 50 y adquirió velocidad de crucero
a medida que avanzaban los 60.
A mediados de esa década surgió Argia Dantza Taldea, que
desde 1966 dirige el antropólogo y folklorista navarro Juan Antonio
Urbeltz. En aquellos primeros años, fue muy necesario el trabajo de
campo a fin de «recoger danzas que habían quedado cortadas desde el 36
y que sólo recordaba la gente de cierta edad, para llevarlas al
escenario e ir creando repertorio».
En ese repertorio, que se había venido centrando «en las
danzas sociales, preferentemente vizcaínas y suletinas, que destacaban
por su espectacularidad y en cuya ejecución primaba la excelencia y la
búsqueda de la dificultad», llamaba la atención la falta de bailes para
mujeres. Las había en los grupos y sobre los escenarios, pero su
función se limitaba por lo general a aparecer vestidas de poxpoliña y a interpretar un número limitado de bailes que, en ocasiones, no eran más que adaptaciones de bailes masculinos.
En 1967, mientras recogían las danzas de Otxagabia, a
Juan Antonio Urbeltz y a Marian Arregi -entonces novia, poco después
esposa y siempre estrecha colaboradora- les llamó mucho la atención una
referencia a una danza cantada de Jaurrieta -una danza «de mozas»- que
encontraron en unos folletos sobre los valles de Roncal y Salazar
editados por la Editorial Auñamendi. Los sabios editores, Bernardo y
José Estornés Lasa, les facilitaron nuevas pistas indicándoles que
habían tomado la referencia del cancionero de Azkue, donde figuraba con
el título de Axuri beltza.
Tenían la melodía, tenían la letra, sabían que ambas
correspondían a una danza, pero no conocían los pasos. Intentaron
recuperarlos mediante una visita a una mujer de edad de Jaurrieta.
Recordaba una danza que bailaban acompañadas de una armónica las
vaqueras que cuidaban el ganado en los montes de Aezkoa cuando se
reunían por la noche en las bordas, pero no les pudo dar más detalles.
Y así, uniendo pistas y echando mano de su profundo
conocimiento de los bailes tradicionales vascos, «comenzamos a
reconstruir la danza». La reconstrucción coreográfica se basó en los
elementos aportados por Azkue y los retazos de memoría que habían
conseguido rescatar, y se plasmó en una danza que se basaba en los
pasos de las mutil-dantzak de reminiscencias baztanesas e incluía, en la segunda parte del estribillo, algunos jauziak (saltos) suletinos.
La danza se ejecutaba a los sones del acordeón
-instrumento con el que reprodujo por primera vez la melodía Marian
Arregi-, y la txirula, que aportaba el toque pastoril originario. «Fue
la primera vez que se utilizó esa combinación», destaca Urbeltz al
referirse a la parte musical de una creación en la que también tienen
un gran protagonismo las voces de las mujeres.
Los sobrios y elegantes trajes negros de las mujeres salacencas y una soka-dantza de entrada basada en la melodía Zikiro Beltza
de Lekarotz, que compusieron una entonces sorprendente puesta en
escena, hicieron el resto. El 4 de mayo de 1969, sobre las tablas del
Victoria Eugenia nacía un clásico.
«Caló enseguida»
«Combinando distintos elementos conseguimos una danza
bellísima que, entre otras cosas, dio más protagonismo a las chicas y
nos ayudó a lograr uno de nuestros objetivos: llevar la sencillez al
escenario», recuerda Juan Antonio Urbeltz. Pero el trabajo -en el que
invirtieron casi dos años- no fue tan sencillo como parece, ya que «lo
complicado de la recuperación de una danza es que tiene que hacer diana
a la primera; es una creación que tiene que tener unos patrones propios
que, a su vez, permitan encajarla en el patrón popular, que tiene sus
propios códigos». Porque reconstruir una danza no sólo es cuestión de
imaginación, sino que «todas las piezas tienen que encajar
perfectamente para que una danza nueva basada en elementos históricos
sea creíble».
Axuri Beltza lo fue desde la noche del estreno. Según Urbeltz, una «première
de gala» a la que asistieron algunos de los creadores y promotores
culturales más activos del momento -Jorge Oteiza, Remigio Mendiburu,
numerosos componentes del grupo Ez dok amairu...-
que, cada uno desde su disciplina pero sin olvidar la dimensión
colectiva del empeño, buscaban al mismo tiempo raíces y nuevos caminos.
Urbeltz no sólo recuerda el éxito de público -«la gente no se lo podía
creer»-, sino también el de crítica, ya que «fue una de las primeras
veces en las que un espectáculo de baile tradicional vasco mereció en
los periódicos algo más que una mera nota informativa». Y tampoco
olvida los nervios y el gran esfuerzo que realizó todo el grupo de
danzas.
Axuri Beltza «caló en seguida en la gente, y el
impacto fue de tal calibre que nos pasamos toda la juventud enseñando
la danza a decenas de grupos». Tan grande fue el impacto de una danza
«que conectó casi de inmediato con una especie de memoria colectiva»
que, en pocos años, logró convertirse en ancestral.
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