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Austeridad con sabor amargo
Crítica, Amargo
El bailaor y coreógrafo Rafael Amargo recuperó su
faceta más intimista y próxima a la esencia del flamenco en el estreno
de su obra Tiempo muerto, anoche en el Kursaal donostiarra. Compuesto
por nueve cuadros flamencos, el espectáculo, de hora y media de
duración, constituyó una revisión a diferentes palos de este arte –
alegrías, martinete, zambra–, reinterpretados bajo el prisma de Amargo.
Debido a su heterogénea formación, el granadino
aúna en un mismo crisol dos ingredientes: flamenco y danza
contemporánea. Tiempo muerto es la sexta obra de Rafael Amargo, quien,
además, hace un profundo ejercicio de introspección e intimismo. En
definitiva, una vuelta a las raíces de sus inicios artísticos.
En
lo coreográfico, el creador granadino opta por diversas composiciones
numéricas, predominando los fragmentos corales, en los que interviene
la compañía al completo. Como bailaor, Rafael Amargo compone una danza
híbrida, pero, sobre todo, hace gala de una sutil y perturbadora
presencia escénica. Especialmente hermosa y conmovedora es la zambra
interpretada en homenaje a Lola Flores.
El
público, árbitro soberano, dictó sentencia, empleando sus palmas en dos
ocasiones. La primera para protestar por los dieciocho minutos de
retraso en el inicio de la actuación. La segunda para premiar ese
despliegue de austeridad flamenca marcado con el inconfundible sabor a
Rafael Amargo.
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