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Aumenta la cofradía
El de ayer fue uno de los pocos miércoles sin mercado en Ordizia. En su lugar, la plaza acogió a treinta y dos nuevos santaneros y santaneras
Tienen que reunir, como
explica la alcaldesa de Ordizia Alejandra Iturrioz, algunos requisitos
para recibir tal honor: al menos uno de los cónyuges debe ser natural
de Ordizia, y deben haber contraído matrimonio en los últimos doce
meses, entre el día de Santa Ana del año pasado y el del año en curso,
«aunque no necesariamente en Ordizia».
Para cumplir con la
tradición, el día de los santaneros se festejó ayer, como cada año,
siguiendo las centenarias disposiciones de los libros de actas de la
Cofradía. A media mañana, los esposos del año, la alcaldesa y los
mayordomos entrantes y salientes -dos santaneros del año pasado y dos
de este- plasmaron su rúbrica en el viejo volumen de la Cofradía donde
se recogen las actas desde 1792 y que tiene estampado en la portada el
título Santaneros. Se dirigieron después en comitiva hasta la Parroquia
y, tras la misa, llegó el momento más destacado de la celebración...
Las parejas volvieron al ayuntamiento y, mientras las esposas salían al
balcón, los maridos, a los sones del txistu, entraron en la Plaza Mayor
y bailaron enlazados por pañuelos.
No tardó en comenzar el
tradicional y esperado reto: el mayordomo que encabezaba la cadena -el
aurreskulari- se separó de los demás hombres para bailar solo. El
segundo mayordomo -el atzeskulari- lo desafió con su danza. Mientras
tanto, el público no dejaba de aplaudir, y el volumen de los aplausos
se incrementó cuando cuatro de los dieciséis maridos subieron al
ayuntamiento para recoger a una de las recién casadas que, situada en
el centro de la plaza entre los cuatro hombres, recibió la reverencia
del aurreskulari. La operación se repitió con una segunda esposa, pero
en este caso fue el atzeskulari quien bailó y la reverenció.
Y por fin bailan todos
Finalmente,
el resto de las mujeres abandonó el balcón de la casa consistorial y se
incorporó bailando a la cuerda. Los mantones comenzaron a girar y a
abrirse en un espectáculo lleno de movimiento y belleza que elevó aún
más el entusiasmo de los espectadores, que no dejaron de ovacionar y
aplaudir a los danzaris en todo momento.
Tras esta exhibición,
las parejas recorrieron las calles del casco histórico desde la calle
Mayor hasta la de Santa María, donde se detuvieron en el restaurante
Martínez -tradicional sede de la comida posterior- para volver a la
Plaza Mayor. Todo el desfile lo realizaron bailando, acompañados por
los txistularis de Ordizia y por las decenas de personas y cuadrillas
que los seguían.
Fandango, arin-arin, zortziko... no fueron
pocas las danzas que los casados ejecutaron durante el día de ayer.
«Desde el 1 de julio, tres veces por semana, han trabajado duro para
aprender los bailes», explicaba Enrike, el encargado en enseñar a
bailar a las parejas. La fiesta trasciende más allá de Ordizia y prueba
de ello era Lorena, una nueva cofradesa: «Aunque yo no sea de Ordizia,
mi marido sí lo es, y lo convencí para participar». Y mereció la pena.
¿De dónde viene con mantón de Manila?
Aunque se desconoce el origen de la tradición que dio lugar a la costumbre de vestirlos en el día de la patrona Santa Ana, no faltan teorías sobre la misma. La que goza de más arraigo popular apunta a que los mantones fueron una ofrenda de Fray Andrés de Urdaneta a la Cofradía, y que los habría traído el cosmógrafo y marino ordiziarra de uno de sus viajes a Filipinas. Las mujeres los vestirían, pues, en honor a Fray Andrés y en agradecimiento por el regalo.
La otra teoría recuerda que en épocas pasadas estos mantones se usaban, dadas sus características, para esconder embarazos que no convenía desvelar... Sea una u otra la acertada, lo cierto es que las elegantes prendas tienen un importante protagonismo en la fiesta, y son el elemento que más destaca y da color a los bailes.
Aunque en otros tiempos el Ayuntamiento de Ordizia alquilaba los mantones a una tienda donostiarra, en la actualidad es el propietario de los que visten las santaneras, y cada año los sortean entre ellas antes del día en que los lucirán.
Muchas de las esposas, sin embargo, poseen sus propios mantones que, habitualmente, se han ido heredando generación tras generación; con mucha frecuencia, han pasado de santanera a santanera.
Ayer los que predominaban eran los de color negro, beige y blanco. Aunque alguno era especialmente sobrio, en todos destacaban, como es habitual, los ricos y coloridos bordados de motivos florales.
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