Dokumentuaren akzioak
Alberto Dueñas, el dantzari del trampolín
"Mi ama prefirió no verme bailar allí arriba", relata el bailarín que ejecutó un aurresku a 27 metros de altura durante el torneo de saltos de Red Bull
«Si te paras a pensar en el riesgo es mejor que no te subas allí arriba». Alberto Dueñas fue el dantzari que asombró al mundo el pasado sábado desde lo alto del puente de La Salve. Durante unos 90 segundos bailó un interminable aurresku, con el único sustento del exiguo trampolín de lanzamiento que colocó la organización del Red Bull Cliff Diving World Series sobre la pasarela. A sus pies, un abismo de 27 metros. Ya lo había hecho el año pasado, pero no por ello se diluyó el efecto sorpresa entre el numeroso público que se congregó frente al Guggenheim.
En el rostro de algunos de los asistentes se esbozó una mueca de temor. Otros se llevaron las manos a la cabeza en el momento en el que levantó la pierna hacia el infinito apoyado sobre una lengua de terreno de poco más de un metro cuadrado. Al filo del abismo. Emocionó a muchos y, seguramente, impresionó a todos.
Ayer, 24 horas después de su actuación de altura, Dueñas repasaba el momento mágico que brindó a los 60.000 espectadores que abarrotaron el entorno de la ría. «Ha sido algo muy especial», recordaba. «La perspectiva es muy bonita y es una experiencia única», añadía. Nacido en Vitoria hace 46 años, pero con fuertes raíces bilbaínas y afincado en la villa desde pequeño, el dantzari asegura que no tuvo que esforzarse más de lo habitual para concentrarse y ejecutar el baile. «Todo es cuestión de permanecer atento y estar a lo que estás», recuerda. «Yo, si quieres que te sea sincero, me sentí muy a gusto, no pensé ni por un momento que me podía caer».
Obviamente, Dueñas no tiene vértigo. Ha practicado escalada y puenting, entre otros deportes de aventura. «Me eligieron un poco por eso y porque soy veterano». De hecho, el miembro del grupo de danzas Salbatzaileak, del barrio bilbaíno de Castaños, lleva más de 30 años en escena. Actúa en bodas, comuniones, comidas o eventos públicos. «Hasta la edición de 2014, nunca había hecho algo así, pero la verdad es que me siento bien», decía.
No tanto su familia. Su aita, su hermana y su sobrina acudieron a contemplarle bailar el aurresku, pero no lo hizo su madre. «Eligió no verme allí arriba, pero todos mis allegados que no estuvieron permanecieron muy atentos al teléfono». El dantzari de Castaños tiene claro que volvería a subirse al trampolín una tercera vez. «¿Por qué no?», decía. «Ahora soy ya más experto y creo que lo haría con más soltura».
"Es algo natural"
Dueñas, que el año pasado pintó un cuadrado de 1,5 metros por 1,5 metros en el suelo de su casa para practicar, sólo ensayó en dos ocasiones esta vez. «Una solo y otra con el txistulari». No necesitó más entrenamiento. «Es algo natural. Es nuestro trabajo. Es como si a un soldador le pides que suba allí arriba a arreglar algo; seguro que está acostumbrado a unir hierros y lo hará bien en cualquier situación».
El dantzari prefiere no dar cifras a la hora de hablar de sus emolumentos. Reconoce que cobró más de lo habitual (suele percibir unos 90 euros) «porque hay un plus de peligrosidad» en lo que hizo. Pero, insistió, bailar a 27 metros del suelo, delante de 60.000 personas, no se hace por dinero. «Acepté porque me siento seguro bailando; si me dicen, te damos 1.000 euros más y saltas a la ría, no lo hubiera hecho ni loco».
Dokumentuaren akzioak