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Alazne López: «En Alemania puedo vivir de mi profesión»

Vascos de altos vuelos | Bailarina profesional

Esta bilbaína se fue con una beca a Londres en 2009 y trabaja desde octubre en el Ballet de la Ópera de Hannover
Egilea
Iratxe Gómez Bringas
Komunikabidea
El Correo
Tokia
Bilbao
Mota
Albistea
Data
2013/12/15
Lotura
El Correo

Sin cumplir la mayoría de edad cogió su maleta y se fue a hacer realidad un sueño. Así es Alazne López, una joven vasca que con solo 20 años ha entrado en la compañía de Ballet de la Ópera de Hannover. Un logro fruto del tesón y de la valentía de tomar conciencia a los 12 años de que su futuro estaba lejos de su familia, en el extranjero. Bien claro se lo dejó Igor Yebra en su escuela de danza: «Si quieres ser bailarina profesional, tienes que salir fuera de aquí», le animó.

Y es que, aunque suene triste, España está a la cola en cuanto a ballet se refiere, y las mejores compañías se encuentran en Alemania, Inglaterra y Francia. Con una madurez impropia de su edad y con el apoyo de su familia, esta vizcaína se fue de acogida a una familia de Londres, becada por la Diputación, para formarse en una de las mejores escuelas de ballet durante tres años.

«Hay compañeros que no han tenido la suerte de contar con el apoyo de su familia desde el principio. A mí me aconsejaron que me espabilara y que me mentalizara de que una vez independizada en Londres iba a estar sola, sin mis padres cerca. Y desde los 16 años vivo sola y en el extranjero», recuerda. En la maleta llevaba mucha ilusión y miedo al mismo tiempo. «Mi inglés no era muy brillante, así que al principio me resultó duro porque no sabía cómo expresarme ni entendía bien». Además de bailar, debía presentar trabajos escritos, así que los sábados daba clases de inglés.

Su adolescencia no fue como la de cualquier joven de su edad. Independizada antes de cumplir los 18 años, y teniendo que cuidar su cuerpo. «Claro que se puede salir, pero con cabeza», matiza. El primer año necesitaba una hora de viaje de la casa de su familia de acogida a la escuela. Después, compartió piso en el centro de Londres con otros jóvenes, y el último año con compañeros de la escuela. Los últimos doce meses han sido los más duros. «He tenido que viajar mucho por toda Europa y a sitios que ni siquiera sitúo en el mapa». Más de veinte audiciones para conseguir trabajar en lo que siempre ha querido.

López terminaba su última clase el viernes a la tarde y casi todos los fines de semana se cogía un tren, autobús o avión para probar en distintas compañías europeas. Eso sí, el lunes como un clavo tenía que estar en su primera clase. A la hora de las audiciones, los directores de las compañías son más exigentes que nunca; y una mala posición o unos centímetros de menos, te pueden dejar fuera en menos que el bailarín se pone en puntas. «Resultaba duro organizar todo el viaje y marchar a países en los que desconocía su cultura y su idioma».

Expulsada a la primera

Aún resulta más duro si te echan a la primera de cambio de esta especie de 'casting'. En una audición se puede bailar sin parar durante 4 y 5 horas, o que el profesor te mande marchar a los dos minutos. «A mí nunca me ha pasado, pero recuerdo que la más horrorosa fue en Berlín. Fue mi primera audición y me echaron nada más hacer barra. En ese momento te vienes abajo y piensas en arrojar la toalla, pero es lo que tiene esta profesión, no vas a gustar a todas las compañías», dice.

Ese pensamiento positivo le sirvió para no decaer y en una de las audiciones se enteró de que había otra cerca, en Hannover. López no lo dudó, cogió un autocar e hizo la prueba y una entrevista. «Pensaba que no me iban a coger porque tardaron cuatro días en llamarme. Pero cuando descolgué el teléfono y me dijeron que me querían con ellos lo antes posible, me puse a llorar. Me fui en dos días sin nada, mi madre me mandó la maleta desde España».

Se ha visto obligada a aprender en un tiempo récord los ballets. Sus clases dan comienzo a las diez de la mañana y se prolongan hasta las dos. Un pequeño descanso y retoman la actividad hasta las seis de la tarde. Salvo que tengan una actuación y entonces varían sus rutinas. «En el primer espectáculo me quedé impresionada. Tuvimos tres días seguidos y todos con el cartel de lleno absoluto. Y en este teatro entran 1.200 personas», confiesa emocionada.

La reacción de un español, un alemán, inglés o francés ante a una bailarina es muy dispar. «Aún recuerdo a un profesor del instituto que me dijo que el ballet era una afición, no una profesión. Aquí, en cambio, está muy valorada nuestra profesión». De ahí que tenga tan asumida la idea de que a España no volverá, al menos de momento. «A Bilbao sé que imposible porque no hay nada, y como mucho Madrid. Pero si la profesión de bailarina no está muy bien pagada, imagínate en España». Tiene contrato de un año en Hannover, hasta julio, y después espera que la renueven. «Si no, sé lo que me espera: hacer más audiciones. Al principio quería bailar en una compañía francesa, ahora en cambio, sólo quiero trabajar».

Alazne López: «En Alemania puedo vivir de mi profesión»
Alazne López tomó conciencia a los doce años de que su futuro estaba en el extranjero y lejos de su familia./ E.C.

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